Recientemente el Banco de la República publicó los resultados de la cuenta corriente de la balanza de pagos para el primer semestre de 2014. El déficit de la cuenta corriente ascendió a USD$4.015 millones (4,5% del PIB), lo que prendió las alarmas sobre los riesgos macroeconómicos que esto implica. Las preocupaciones aumentaron al conocer que dicho déficit se financió en gran parte con recursos de capital extranjero de portafolio (especulativo), que entre enero y junio aumentaron 127,6%, llegando a la cifra histórica de USD$6.265 millones. El impresionante aumento fue generado por el rebalanceo del índice de deuda emergente colombiana por parte del Banco JPMorgan o dicho de otro modo, este Banco aumentó la ponderación de la deuda colombiana en su portafolio ofrecido a los inversionistas.
El déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, manifiesta el saldo negativo de los activos y pasivos externos del país en bienes y servicios, el saldo de la renta de factores y de las transferencias corrientes. El persistente déficit en la cuenta corriente de Colombia, desde el 2001, ha estado asociado a un desbalance en la cuenta de servicios, que para el primer trimestre registró un déficit por US$ 1.365 millones, y en la renta factorial deficitaria, por las utilidades y dividendos de la inversión extranjera que salen del país por US$ 3.408 millones.
Al tradicional déficit externo, se le ha sumado en el primer trimestre de 2014 una causa adicional: el déficit en la balanza comercial de bienes. Para este año la balanza comercial se desplomó 194,4%, al pasar de un superávit de USD$625 millones a un déficit de USD$590 millones. Por esta razón, es posible afirmar que el desbalance externo colombiano está íntimamente ligado a los desfavorables resultados de los Tratados de Libre Comercio, en especial el firmado con EEUU, que en el primer trimestre de 2014 presentó un déficit de USD$983 millones, lo que corresponde a un desplome de 203% con respecto al mismo periodo de 2013 cuando se registró un superávit de USD$950 millones.
Según proyecciones de la ANIF, Colombia vería evaporar su superávit comercial hacia 2016, frente al superávit de 0,7% del PIB observado en 2013. Más aún, se estaría llegando incluso a déficits comerciales de 1,5% a 2,5% del PIB entre 2020 y 2025. Así, el resultado en conjunto es una ampliación del déficit en la cuenta corriente a niveles de 4% entre 2014 y 2016 y hacia el rango de 5% a 5,5% del PIB en el horizonte 2020-2025.
Los analistas oficiales han dado explicaciones relacionadas con el comportamiento de la demanda internacional de commodities, el precio y la merma en la producción de los mismos, ataques a oleoductos, problemas de productividad industrial y agrícola, entre otros. Si bien estos elementos influyen, no permiten entender las razones estructurales del problema. Incluso quienes las defienden, consideran que mantener un persistente déficit en la cuenta corriente es síntoma de buen comportamiento macroeconómico, así esto signifique la quiebra de empresas en la agricultura y en la industria o la eliminación de empleos productivos.
Sin embargo, existen razones estructurales del creciente y persistente déficit en la cuenta corriente con trascendentales consecuencias para la estructura económica de Colombia. El modelo de libre comercio y de inversión extranjera, configuró un perfil productivo donde la agricultura y la industria se ven relegadas por la permanente revaluación y el debilitamiento del ahorro e inversión internos. El crecimiento económico se ha basado en el sector minero-energético y la construcción, aceitadas con una importante explosión del crédito (que a mayo de 2014 aumentó 20,3%), con el objetivo de darle una salida rentable a los capitales extranjeros. De esta manera la economía queda condenada a un perfil productivo determinado por el exterior y el comportamiento de las reservas y la producción de minerales, que presentan claros síntomas de agotamiento.
Frente a este preocupante panorama, el manejo de la política económica del Banco de la Republica y del Ministerio de Hacienda ha sido desatinado y en vez de corregir el problema lo profundiza. El miedo a la inflación ha llevado a las autoridades monetarias a comprar dólares para detener la revaluación del peso, y a subir la tasa de interés para contener la inflación. Pero las decisiones se contrarrestan: el resultado son las mayores entradas de capitales que elevan las ganancias de los especuladores a expensas de pérdidas del Banco de la República, que se trasladan a los contribuyentes, mientras el tipo de cambio se mantiene revaluado.
El manejo ha sido altamente ineficiente y ha propiciado la pérdida de competitividad adicional de los sectores transables como la industria y la agricultura causada por la revaluación, profundizado la especialización en la minería y los servicios financieros. Las importaciones de bienes industriales y agrícolas crecen por encima de las exportaciones para contrarrestar las deficiencias de la demanda doméstica. A la larga, se mantiene un persistente y creciente déficit en la cuenta corriente que se debe financiar con Inversión Extranjera (Directa y de Portafolio) y endeudamiento externo. Sea cual sea la fuente de la financiación, se eleva la vulnerabilidad externa de la economía que queda sujeta a los vaivenes de las decisiones económicas de los especuladores extranjeros y las autoridades monetarias de las potencias económicas. Esta condición se agrava si se financia con inversión de portafolio, ya que estos dineros son más propensos a salir súbitamente de la economía, generando un estado en donde el déficit no es financiable y la demanda efectiva no es compensable.
El primer efecto se sentirá en un déficit fiscal requerido para financiar el déficit externo, lo cual impide que se logren las metas que ha definido el mismo Ministerio con respecto a la regla fiscal. Los “déficits gemelos” (fiscal y externo) llevaran inevitablemente a la destrucción de los empleos de calidad afectados por el debilitamiento de la industria y la agricultura, la caída en picada de los salarios de los trabajadores y el estancamiento de la actividad productiva, es decir un cuadro completo que apunta a la crisis económica. Ya existen suficientes indicios de dicho diagnóstico que incluso han sido tema de discusión de la OCDE y el BID (Ver informe macroeconómico para América latina de 2014).
Son suficientes las razones y preocupaciones asociadas a esta manifestación estructural del problema. ¿Cuánto tiempo más tendrá que pasar para que se corrijan las causas de la crisis y se defina un modelo económico que promueva el desarrollo económico con equidad?
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