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“Aquí vivían camellos de 40 centímetros”

Abr 9, 2018

Por: Pablo Correa El Espectador, Bogotá D.C., 17 de marzo de 2018 Bajo nuestros pies se esconde un cementerio de animales y plantas inimaginables. Conversamos con el paleontólogo colombiano Carlos Jaramillo, quien ha dedicado su vida a descifrar qué especies vivieron aquí antes que nosotros, para entender dónde está el secreto de la diversidad y […]

Por: Pablo Correa

El Espectador, Bogotá D.C., 17 de marzo de 2018

Bajo nuestros pies se esconde un cementerio de animales y plantas inimaginables. Conversamos con el paleontólogo colombiano Carlos Jaramillo, quien ha dedicado su vida a descifrar qué especies vivieron aquí antes que nosotros, para entender dónde está el secreto de la diversidad y qué puede ocurrir cuando el clima se perturba.

El esfuerzo de cientos de científicos, desde Alexander von Humboldt y Mutis hasta Brigitte Baptiste, el botánico Rodrigo Bernal y el experto en aves Gary Stiles, por nombrar a unos pocos, nos ha permitido entender que vivimos en uno de los rincones más biodiversos del planeta. El conteo va, reuniendo el trabajo de todos ellos, en 56.343 especies. Eso dejando por fuera los incontables microorganismos que pululan alrededor. Somos, entonces, el primer país en biodiversidad por kilómetro cuadrado del mundo.

Sabemos, sin embargo, muy poco sobre las plantas y animales que recorrieron este mismo territorio hace millones de años. Ese es un secreto que yace escondido bajo nuestros pies. Enterrado en las capas geológicas que el tiempo ha ido depositando una sobre otra como gruesas hojas de un libro. Damos, por cierto, con ligereza, que la selva siempre ha estado ahí y los llanos y las montañas y los ríos que conocemos. Hasta obviamos el sorprendente hecho de que las plantas no siempre han tenido flores.

Viajar al pasado para descifrar cómo era Colombia hace millones y millones de años es la obsesión de Carlos Jaramillo. Cómo ha cambiado el paisaje. Qué animales y plantas reinaron en el trópico. Y también, qué información guardan en sus cuerpos petrificados que nos pueda ayudar a entender la relación con el clima, con el enfriamiento y el calentamiento de la Tierra en distintos momentos. Sólo así podemos, dice Jaramillo, dimensionar lo que puede sobrevenir con el cambio climático actual.

La semana pasada, Carlos Jaramillo, que trabaja en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales de Panamá, visitó la Universidad del Norte en Barranquilla para participar en la Cátedra Europa y lanzar un libro que recoge su trabajo y el de otros paleontólogos que, como él, han ido reconstruyendo con esfuerzo la historia de nuestra biodiversidad. El libro se tituló Hace Tiempo y lo editó el Instituto Humboldt. Su visita resultó ser el abrebocas perfecto para la reunión que esta semana atrae a Medellín a cientos de científicos de todo el mundo para analizar el estado actual de la biodiversidad.

La fascinación de Jaramillo por los fósiles se pierde en su memoria: “Me enamoré de los fósiles desde muy niño. Con mi papá, que era profesor de sociales en un colegio de Bogotá, viajamos por todo Colombia, y me maravillaba esa gran cantidad de ambientes. Siempre tuve una curiosidad innata de saber cosas”.

Al terminar el colegio decidió estudiar geología en la U. Nacional. El profesor Fernando Etayo, “el mejor paleontólogo de Colombia”, usó el método socrático para forjar su inteligencia. “Toda la educación en el colegio era memorística, pero él sólo nos hacía preguntas. Una clase entera podía ser una sola pregunta. Me enamoré de la paleontología porque es una interfase entre el pasado y el presente, entre rocas y seres vivientes. Aunque mi abuelita siempre pensó que estudiaba teología”.

Al graduarse logró un cupo en la Universidad de Missouri para completar una maestría y más tarde hizo el doctorado en la Universidad de la Florida. Al terminar sus estudios aceptó un trabajo en el Instituto Colombiano del Petróleo. Era su mejor opción para estar cerca de las “rocas de Colombia”. “Llevaba tres meses en el puesto cuando a Ecopetrol le devolvieron un pozo que se llama Gibraltar. Según la empresa Occidental, había salido seco. Era un pozo en el que habían invertido más de US$65 millones. Cuando miramos las muestras de polen para calcular el tiempo geológico, nos dimos cuenta de que se habían equivocado”, relata Jaramillo, quien insistió en que ahí había petróleo.

Los taladros le dieron la razón y el resultado fue uno de los pozos más rentables de Colombia, que produce gas para millones de familias y se ha traducido en ganancias que superan los US$1.000 millones. “El efecto de la investigación básica en una economía de un país es gigantesco. Es increíble que no se invierta más. Por eso no vamos a progresar”, se queja al pensar en el flaco apoyo a la ciencia en Colombia.

Tres años más tarde lo contrató el Instituto Smithsonian en Panamá. Llegó al lugar soñado. Siguió estudiando el polen, su especialidad como palinólogo, pero comenzó a trabajar con plantas y vertebrados. Esa exploración, que lo llevó a recorrer la mina del Cerrejón, lo hizo replantearse todo lo que sabía sobre la diversidad biológica que existió hace millones de años en este mismo continente. En ese tajo descubrió junto con otros colegas paleontólogos la titanoboa, que medía 15 metros de largo y alrededor de 65 centímetro de ancho, tortugas del tamaño de una mesa y caimanes que tenían el tamaño de un bus. Más tarde, aprovechando la ampliación del canal de Panamá, en la que se removieron profundas capas de tierra, confirmó y amplió esa idea. “Hallamos una enorme cantidad de fósiles. Entre ellos camellos de 40 centímetros de altura y un mico que es el ancestro de todos los micos de Suramérica, que llegó de África hace unos 23 millones de años”.

Casi treinta años de investigaciones, más de 250 artículos publicados en las mejores revistas científicas, han llevado a Carlos Jaramillo a una conclusión: el paisaje del trópico se ha transformado dramáticamente a lo largo de los siglos. “Hoy sabemos que los Llanos no existían hace cinco millones de años. Si hubiera ido a Villavicencio en esa época, hubiera visto el mismo bosque del Caquetá”.

En esa revisión de la biodiversidad antigua, Jaramillo y sus colaboradores llegaron a una teoría interesante que por ahora desafía la idea más popular sobre los efectos del calentamiento global en esta región: “Al estudiar cómo el bosque tropical ha cambiado en los últimos 50 millones de años encontramos que cuando el planeta se calentaba la biodiversidad en el trópico aumentaba. Y cuando se enfriaba disminuía. Eso está en contraposición de todos los escenarios caóticos de destrucción de los que se habla hoy. Nuestra evidencia muestra lo contrario. Aunque debo aclarar que este calentamiento que vivimos está ocurriendo en un período muy corto de tiempo”.

Carlos Jaramillo insiste: “Lo que le puedo decir con seguridad es que el cambio climático es real, está pasado y va a seguir pasando por 10.000 años. Y la única forma de sobrevivir es adaptarnos. Y para adaptarnos necesitamos ciencia. La especie que no se adapta se extingue. Este planeta va a seguir acá sin nosotros. Ya aguantó un meteorito hace 65 millones de años. La vida sigue. Nosotros somos apenas una pizca en la evolución de este planeta”.

 

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