Señor Rector de la Universidad Autónoma Latinoamericana, Distinguidas autoridades académicas, Profesoras, profesores y estudiantes de la Universidad, Querida familia, Apreciadas damas y estimados señores amigos:
Permítanme ante todo, expresar mi profundo agradecimiento a la Universidad Autónoma Latinoamericana por su generosa deferencia hacia este servidor, al otorgarme el honroso título de Doctor en Ingeniería Industrial, que quizá tiene en cuenta mi experiencia de 40 años como asesor y consultor de empresas industriales y de entidades de fomento industrial, en Colombia y en el exterior. Desde 1958 hasta 1998 dediqué la mitad de mi trabajo profesional de Ingeniero químico y Electricista, a proyectar fábricas, a desarrollar procesos y materiales industriales, y a identificar nuevas producciones, mientras dedicaba la otra mitad de mi tiempo a enseñar e investigar en Matemáticas, Estadística y Econometría, y a darles aplicaciones en la Ingeniería y en la Economía. Esos 40 años fueron casualmente el tramo de su historia económica cuando Colombia vivió una expansión más dilatada de la industria nacional. Fue la época más rica en innovaciones tecnológicas, y el más fructífero en nuevas producciones. En esos cuarenta años nuestro desarrollo industrial avanzó con extraordinario vigor histórico, gracias a la vigencia afortunada y duradera de un modelo económico construido con ideas de Keynes, de los laboristas ingleses, y de siete grandes presidentes colombianos: Olaya Herrera, López Pumarejo, Santos Montejo, Ospina Pérez, Rojas Pinilla (mi profesor de Balística Exterior en la Escuela Militar) y los dos Lleras. Fue el modelo que los ignorantes han llamado “cepalino” y que hizo crecer casi cien veces el tamaño de la economía colombiana desde su postración de 1905, hasta cuando un gobierno sin sensatez lo derogó en 1990.
Hasta aquí, registra mi memoria.
Permítanme ahora que haga un ejercicio de futurología, y que comparta con Uds. un informe imaginario pero realista que habrá de presentar un Ingeniero Industrial en un imaginario congreso internacional de esta bella profesión en un año venidero.
Dirá aquel colega: “Vengo de un país hermoso y lleno de riquezas naturales, pero con unas clases dirigentes agobiadoramente inaptas para gobernarlo. La Naturaleza le dio a ese mi país dos mares; metales preciosos a rodo; 30 millones de hectáreas de tierra cultivable; recursos hidráulicos por caudales; petróleo y hulla en cuantías aun no bien aforadas; niveles de tierras y ecosistemas desde el borde del mar hasta los 5.000 metros; una fastuosa biodiversidad de flora y fauna; bosques naturales en decenas de millones de hectáreas; reservas enormes y desconocidas de cobre en su cordillera occidental, y aluminio y hierro en sus planicies orientales; enormes potenciales hidroeléctricos aun sin usar; nódulos oceánicos en 2.000 km de costa Pacífica. En fin, un país dotado de recursos naturales industrializables, casi como ninguno otro en la zona intertropical del Mundo. Es un país que podía haber sido una potencia industrial de nivel medio, que repartiera equitativamente, para toda su población, los muchos beneficios que su industrialización le ha deparado a países comparables, como Argentina o Costa Rica.
El país del que hablo inició su industrialización en los albores del siglo XX. Impulsaron ese proceso: sus minas de oro proveedoras de capitales; sus existencias energéticas de carbón y de hulla blanca; el empeño de una clase empresarial muy capaz, de ancestro vasco; una mano de obra laboriosa, entrenada en minas y en cafetales; los ingenieros salidos de una entonces joven Escuela de Minas, en donde ya se enseñaban lecciones de Ingeniería Industrial; y un admirable Presidente de la República llamado Rafael Reyes Prieto, quien gobernó de 1904 a 1909. Ese país tenía en aquella época (1905), poco mas de 4 millones de habitantes, y acababa de salir de una espantosa guerra civil.
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