Guillermo Guevara Pardo, Leído en Tribuna Magisterial, agosto 28 de 2011
Desde tiempos inmemoriales los seres humanos hemos ubicado en el corazón los más altos y bajos sentimientos. La verdad es que esos y otros fenómenos están controlados es por el cerebro, un órgano que no goza del aura de romanticismo que sí tiene su par cardiaco: fracasaría estrepitosamente el enamorado que brindase a su amada no su palpitante corazón, sino sus dos insípidos hemisferios cerebrales.
El corazón es un órgano muscular que empieza a funcionar desde el tercer mes de vida intrauterina; en un adulto sano palpita unas 70 veces por minuto e impulsa cinco litros de sangre. Esta maravillosa bomba orgánica está controlada eléctrica y químicamente desde el cerebro, pero también cuenta con un centro de control autónomo: en la aurícula derecha se localiza una masa de tejido desde el cual se generan descargas eléctricas, que establecen el ritmo básico de las pulsaciones cardiacas; ése es el llamado marcapasos natural del corazón. Cuando esta estructura, por diversas causas no funciona adecuadamente, hay que acudir en su ayuda implantando un marcapasos artificial.
Jorge Reynolds Pombo ha dedicado toda su vida a la investigación del funcionamiento de este órgano. El doctor Reynolds (Bogotá, 1932) se graduó de Ingeniero Electrónico en el prestigioso Trinity College en Cambridge, Inglaterra. En 1958 dio a conocer el primer marcapasos con electrodos internos que colocó a un sacerdote ecuatoriano que padecía de continuos paros cardiacos, que le hacían traspasar una y otra vez el intangible límite entre la vida y la muerte. Ese primer marcapasos pesaba unos 50 kilos, estaba conectado por un lado a una batería de carro y por el otro con un cable de cinco metros al tórax del padre Flórez. Con ese aparato, que exigía que el sacerdote estuviera continuamente acompañado de un verdadero “ángel de la guarda” que le transportara el marcapasos, el religioso vivó otros 18 años hasta morir a la matusalénica edad de 107 años.
Para perfeccionar su avance tecnológico el ingeniero Reynolds ha investigado el corazón de las ballenas jorobadas cuando estos cetáceos gigantes arriban a la Isla de Gorgona: le ha hecho electrocardiogramas y ha oído sus palpitaciones en escuchas submarinas. El órgano cardiaco de estos mamíferos pesa unas 150 toneladas y es 3500 veces más grande que el del Homo sapiens. A pesar de tan enormes diferencias numéricas el corazón del cetáceo y del humano funcionan de manera similar, pues ballena y hombre comparten por evolución de hace millones de años un mismo y lejano antecesor común. Cosas del proceso de evolución por medio del mecanismo de la selección natural. Pero además de las ballenas, el doctor Reynolds ha investigado los corazones de perros, iguanas marinas de las Islas Galápagos, sapos, paracaidistas, futbolistas, etc.; ha bajado a las profundidades del mar y ascendido a las alturas del Himalaya para terminar convirtiéndose en una autoridad mundial en este campo. Producto de todo ese esfuerzo intelectual ha sido el desarrollo de los actuales marcapasos que han mejorado la calidad de vida de millones de personas en el mundo.
Tras once años de investigación continua el equipo de Jorge Reynolds acaba de anunciar que ha logrado construir un marcapasos que tiene un tercio del tamaño de un grano de arroz. Este nanomarcapasos ya no necesitaría de una batería para el aporte energético, sino que tomaría su energía del propio corazón y podría ser monitoreado por el cardiólogo desde cualquier lugar del mundo a través de la Internet o desde un teléfono celular. Además sus costos se rebajarían significativamente: costaría unos 1.000 dólares, en comparación con los 12.000 que cuestan los que actualmente están en el mercado, y se colocaría por medio de una sencilla cirugía ambulatoria. Se tiene planeado que este aporte tecnológico estará disponible en unos cinco años.
El trabajo del doctor Reynolds ha contado con el apoyo de muchas entidades del extranjero y el logístico de unas pocas nacionales. Lo increíble de todo esto es que este científico colombiano no ha recibido un solo peso de ayuda estatal. Ante el abandono secular de la investigación científica por parte de los últimos gobiernos, se queja el neurobiólogo colombiano Rodolfo Llinás cuando señala que: “Colombia no está dando todo lo que puede dar desde el punto de vista humano. Definitivamente nuestros artistas son fantásticos, nuestros escritores son fantásticos, pero nuestros científicos no pueden ser fantásticos. No porque falte capacidad, sino porque simplemente no existe el interés ni la voluntad social y política necesaria para sostener un eje científico fuerte…”
La manguala nacional del santouribismo ha decidido desmontar lo poco que queda del raquítico aparato productivo industrial y agropecuario y destinar el país a la producción minera, que muy poco valor agregado deja para la Nación. En esas condiciones Colombia no podrá contar con la capacidad autónoma de producir conocimiento y tecnología; eso se ha dejado en manos de los países más avanzados de los cuales se importarán la mayoría de los productos que se necesiten en estas tierras. Esa es la razón de ser del afán de Juan Manuel Santos de concretar los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea.