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Crecimiento responsable

Sep 22, 2022

Por Jorge E. Esguerra L. Una de las polémicas más fuertes en este primer mes del gobierno de Gustavo Petro se ha centrado en las declaraciones de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, con relación al futuro de la producción energética nacional. Y como estas las ha enmarcado dentro del ideario del decrecentismo, […]

Por Jorge E. Esguerra L.

Una de las polémicas más fuertes en este primer mes del gobierno de Gustavo Petro se ha centrado en las declaraciones de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, con relación al futuro de la producción energética nacional. Y como estas las ha enmarcado dentro del ideario del decrecentismo, teoría que respalda la crítica del paradigma del crecimiento económico, me voy a referir al nexo que puede existir entre esa concepción filosófica con lo que propuso Gustavo Petro en campaña, así como con lo que la misma ministra está diciendo. Es decir, que esa teoría del decrecimiento, que comparte Petro, según lo dijo él, desde que la aprendió en Bélgica cuando fue agregado de la embajada de ese país en el gobierno de Samper, coincide con el plan de este gobierno en temas minero energéticos y ambientales.

Por eso, lo primero, hay que señalar que la ministra no es una rueda suelta en el engranaje gubernamental. Que a pesar de que en realidad han existido roces con el ministro de Hacienda en el sentido de que este ha dicho que “hay que seguir exportando petróleo y buscar más gas”,[1] hasta ahora se impone la visión de Petro, que coincide con la de Francia Márquez y su lema “para vivir sabroso”, en total sintonía con las teorías posmodernas. Es más, la ministra es tal vez la única cuota de la vicepresidenta en el gobierno, por su lucha conjunta en el Valle contra los estragos de la minería. Aquí hay que reconocer el desastre de la política minera de todos los gobiernos que han antecedido a este. No me detendré en este aspecto que es de todos conocido, y que ha afectado gravemente a las comunidades y al medio ambiente. Por eso, la discusión no está en la continuidad de esa política, sino en cómo se debe cambiar.  

Lo segundo, está demostrado hasta la saciedad el enorme daño ambiental ocasionado en el mundo por los gases de efecto invernadero (GEI), tópico que tampoco me detendré en demostrar, solo decir que es necesario realizar una transición energética que reemplace la que consume recursos fósiles, por otra basada en renovables, como también que el control debe ir en la dirección de preservar los recursos y los ciclos del agua, para lo cual hay que combatir la deforestación, la erosión del suelo y mitigar la crianza animal.

Aquí es necesario, entonces, esclarecer cuál es la responsabilidad que le cabe a los países en esa tarea. Porque no es la misma la que le corresponde a un país industrializado, que produce grandes cantidades de CO2, porque crece sin medida y es un victimario del calentamiento global, a un país con escasísimo desarrollo industrial como Colombia, que solo produce el 0.4% de esos gases a nivel global y es una víctima del desastre ambiental. Esto es clave porque en la concepción del presidente y de su ministra de Minas parece no existir esa diferencia, como si no hubiera líneas divisorias entre potencias y países empobrecidos. Ya hemos oído a Petro en campaña, basado en los datos del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), exclamar lo siguiente: “No soy yo el que digo que el petróleo y el carbón lleguen a su final, es el mundo”,[2] para justificar su posición en el sentido de dejar de explorar y exportar esos recursos fósiles, a los que la ministra ahora le agregó el gas, acotando que si este se acaba será importado desde Venezuela, argumento que comenzó la crítica a su gestión ante lo desacertado e irresponsable de su propuesta.

De ahí viene la teoría del decrecimiento de Petro (la personalizo porque su interpretación es fiel a lo que propone) que proviene de lo que se propuso hace 50 años en los países desarrollados dentro de la corriente posmoderna, como alternativa para afrontar la crisis de la modernidad. Lo inicuo es que, mientras esos países, que son los principales responsables de la crisis, que nunca la acataron y se negaron a hacerlo por ser fieles al modelo depredador monopólico, Petro la asuma como responsabilidad mesiánica global, poniendo al país en el mayor de los riesgos económicos posibles: el DECRECIMIENTO, entendido como la negación del extractivismo, pero renunciando a los recursos que sirvieran para la producción alimentaria y manufacturera, sin aclarar cómo los reemplazará (hace 4 años habló de los aguacates y desistió porque fue la misma propuesta de Duque, en campaña dijo que por turismo, le llovieron críticas, por lo que resolvió decir que parcialmente, pero no volvió a pronunciar palabra). Y si le sumamos los costos de la necesaria transición energética, además de los que se derivarían del anuncio de importar gas de Venezuela (o de Estados Unidos), en plena depresión mundial, con inflación creciente, crisis alimentaria global e intensificación de la guerra, la situación pinta catastrófica. Y mientras eso sucede, matonean a la ministra porque se equivoca en las formas.

Lamentablemente dependemos, lo que no debería ser así, de los ingresos que provienen de la exportación de carbón, gas y petróleo, de los que más de la mitad de esos ingresos (el 54%) hacen parte del total de las exportaciones. Pero no es lo mismo ser un país oferente de esos recursos fósiles, a ser demandante de los mismos, porque si Colombia deja de explorarlos y de exportarlos, los países que los necesitan conseguirán otro proveedor y no se resolverá un ápice el problema global del cambio climático. Con el agravante de que nos veremos abocados, igual como lo presiente la ministra, a importarlos no solo de Venezuela, sino de Estados Unidos, y si es petróleo, ya no crudo sino refinado. Los costos de semejante ocurrencia, que parece sacada de la manga, serían incalculables.

Petro ha dicho que eso lo resolverá con la transición energética, en la que ha puesto todo el énfasis. Y afirma que como las reservas de petróleo son de 12 años, en ese tiempo es factible hacer la transición a energías renovables.[3] Pero la Agencia Nacional de Hidrocarburos y el Ministerio de Minas y Energía presentaron, en junio de 2021, la cifra de las reservas de petróleo en 6,3 años y en 7,7 años las de gas.[4] Además, como lo expone el director de Cedetrabajo, Enrique Daza, en Las2Orillas, un reciente estudio de Fedesarrollo analiza cómo la transición en Colombia debe regirse por parámetros distintos a la de los países desarrollados y, además de los altísimos costos que requiere, “Durante dos décadas por lo menos, no puede esperarse que toda la energía se electrifique, ni que toda la electricidad se produzca con energías renovables poco densas e intermitentes”.[5]

Miremos en la historia el problema de esa fatal dependencia y especialización de Colombia en la explotación de recursos no renovables. En los trescientos años de coloniaje, en que España impuso el monopolio comercial basado en el saqueo del oro, a cambio de productos manufacturados europeos, la dependencia de esa exportación extractiva, típicamente colonial, fue la que profundizó el rezago en todos los renglones productivos del virreinato. Con la Independencia y la supresión de ese monopolio, todavía el oro siguió siendo el recurso principal de la República hasta casi un siglo después cuando, fruto de la creación de las nuevas redes de mercados agropecuarios, se consolidó la producción cafetera para la exportación. Por eso, a principios del siglo XX, por primera vez en su historia, nuestro país logró que un recurso agrícola, el café, se constituyera en el principal renglón exportador superando a uno de origen extractivo. Y durante casi todo ese siglo se mantuvo ese monocultivo como el recurso más importante de ingresos, pero también generador de empleo y seguridad alimentaria para miles de familias. Hasta que se impusieron las políticas neoliberales que impusieron el libre comercio, acabaron con el Pacto Internacional del Café, auspiciaron la producción global del grano en países asiáticos y africanos, bajaron los precios externos e introdujeron por primera vez una crisis permanente en la producción cafetera nacional. Esas políticas estuvieron acompañadas de un mayor perfeccionamiento de la división internacional de la producción, en la que los países pobres fueron sometidos a producir exclusivamente productos primarios, principalmente de origen extractivo, mientras los industrializados se reservaron la producción elaborada con valor agregado. Por eso se perdió, hacia 1995, lo conseguido casi un siglo antes con uno agrícola. Pero ya no fue solo el oro, sino el petróleo y el carbón los que se convirtieron en los principales recursos exportables. Y con la apertura y los TLC se comenzó a perder la soberanía alimentaria y lo poco logrado en manufactura en el siglo XX. Bien lo remarca el historiador y hoy ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, cuando afirma que con la apertura “los perdedores fueron la industria manufacturera y el sector agropecuario”.[6] Esa es la lamentable situación en la que hoy nos encontramos. Y si estamos hablando de decrecimiento, son precisamente las políticas neoliberales las que están propiciando el decrecimiento económico de países como Colombia desde hace más de 30 años, en beneficio de los monopolios y el capital financiero internacional.

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Porque ante la afirmación que se ha querido propagar en el sentido de que es el crecimiento económico el que produce consecuencias en el medio ambiente, surge la pregunta: Los formidables avances en la ciencia y en la tecnología, que han potenciado la industrialización, ¿son los responsables? Si la respuesta es SÍ, entonces dejemos a un lado la ciencia y la tecnología, paremos la industrialización, ¡DECREZCAMOS! Al contrario, ¿no será acaso que esos avances civilizatorios, en tanto universales, han sido un instrumento de un modelo económico que está basado en la máxima ganancia que ha llevado a afectar a la sociedad y a la naturaleza? Entonces, tenemos que concluir que la contradicción fundamental está es en el modelo económico y no en el instrumento que es la técnica. Pero claro, tal como lo afirma el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, “Las catástrofes naturales devastan una región menos eficazmente que la alianza de la codicia con la técnica”.[7]  

Y lo más grave, ese modelo, que es el capitalismo, que hoy corresponde a la era monopolista o financiera (capitalismo salvaje), concentra todo su peso en la expoliación de los recursos de los países que llegaron tarde o no llegaron al desarrollo, es decir al conocimiento, a la ciencia, a la tecnología, a la industrialización y a la creación de riqueza. Por eso, la contradicción se centra en esa relación desigual y de sometimiento entre las potencias y sus patios traseros, así Biden haya dicho, para despistar incautos, que son los delanteros.[8] Así diseñaron la división internacional de la producción y el trabajo: ellos se dedican a la industrialización y el Tercer mundo a proporcionarles las materias primas, ellos a crecer y los nuestros a decrecer.

Entonces, la contradicción fundamental que hoy afronta el mundo no es la que se pretende hacer evidente entre crecimiento económico y preservación ambiental, entre industrialización y cambio climático, sino aquella donde se concentra, es decir, en la frontera que las políticas neoliberales han puesto entre las potencias que crecen y los países dependientes que decrecen. Esa frontera cada día más convertida en muro (muchas veces físico), impide el paso de millones de desplazados inmigrantes, pero que se basa, paradójicamente, en la libre circulación de mercancías que no tienen fronteras, en beneficio de las grandes multinacionales y también de los capitales financieros que son los que tienen menos barreras para su penetración depredadora en los países pobres, en los que la sumisión de los sectores intermediarios financieros las propician. Esa contradicción, que parece no querer ver el gobierno porque su postura está sustentada en los lineamientos del FMI y la OCDE y no en mostrar alguna resistencia ante ellos, ni mucho menos en renegociar o denunciar los TLC, entonces se enfoca en teorías como la del decrecentismo, que en últimas respalda las políticas neoliberales. En otras palabras, a estas políticas les cae como anillo al dedo el decrecimiento que se plantea, porque va en la línea ideológica que viene imperando sin cambios desde hace 30 años.       

Por eso, es un contrasentido la afirmación de Petro, “vamos hacia una economía productiva, no extractivista”,[9] porque esa economía productiva solo se logra si se remueven los obstáculos que la han entrabado, que son precisamente las políticas de libre comercio consolidadas con las imposiciones de los organismos internacionales de crédito y los TLC. Y, hasta el momento, no existe ninguna intención del gobierno en este sentido, pero sí en parar la economía extractivista en seco. Es decir, no se atacan las causas de la crisis, pero sí se da un paso irresponsable en acatar al pie de la letra lo que dice el mundo: “que el petróleo y el carbón lleguen a su final”.

Por eso, debe insistirse, la función y la responsabilidad de los países debe ser diferente ante la crisis ambiental y alimentaria, según su destinación en esa división internacional impuesta mediante las políticas neoliberales. Lo que se debe hacer es propugnar por el crecimiento, pero con responsabilidad. Es decir, cambiar las formas como se ha propuesto la relación entre minería, medio ambiente y economía, pero sin dar un salto al vacío irresponsable. Un cambio en las formas desastrosas como se ha venido manejando la cuestión minero energética, sin renunciar a explorar responsablemente los recursos que tenemos. El exsenador Jorge Enrique Robledo lo ha sintetizado así: “minería sí, pero no así”.[10]


[1] https://www.elcolombiano.com/colombia/esto-dijo-jose-antonio-ocampo-ministro-de-hacienda-de-petro-sobre-el-gas-y-el-petroleo-AL17942200

[2] https://www.eltiempo.com/politica/partidos-politicos/entrevista-633606

[3] Ibid.

[4] https://www.larepublica.co/economia/a-colombia-le-quedan-reservas-de-petroleo-para-6-3-anos-y-de-gas-para-otros-7-7-3179277

[5] https://www.las2orillas.co/cambio-climatico-energias-renovables-y-helicopteros/

[6] Ocampo, José Antonio (2015). “La búsqueda, larga e inconclusa, de un nuevo modelo (1981-2014)”. En Ocampo, José Antonio (comp.). En Historia económica de Colombia. Bogotá: Ediciones Fondo de Cultura Económica SAS, p. 318.

[7] Citado en Suárez, Aurelio (2013). La minería colonial del siglo XXI. No todo lo que brilla es oro. Bogotá: Ediciones Aurora, p. 20.

[8] https://www.efe.com/efe/america/politica/biden-dice-que-latinoamerica-no-es-el-patio-trasero-de-ee-uu-sino-delantero/20000035-4721354

[9] https://www.eltiempo.com/politica/partidos-politicos/entrevista-633606

[10] https://twitter.com/jerobledo/status/429675561519026177

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