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Curaciones milagrosas

Abr 11, 2010

Klaus Ziegler, El Espectador, marzo 3 de 2010. Leido en Tribuna Magisterial, abril 11 de 2010 Sobre los muros del Epidauro, excavados en 1881, aún se alcanzan a leer los nombres de algunos moribundos curados por Esculapio, y se preservan todavía numerosos exvotos en forma de tabletas de barro cocido y otras ofrendas al dios […]

Klaus Ziegler, El Espectador, marzo 3 de 2010. Leido en Tribuna Magisterial, abril 11 de 2010

Sobre los muros del Epidauro, excavados en 1881, aún se alcanzan a leer los nombres de algunos moribundos curados por Esculapio, y se preservan todavía numerosos exvotos en forma de tabletas de barro cocido y otras ofrendas al dios griego de la medicina. La más singular quizá sea un objeto de plata en forma de tumor, con la siguiente inscripción: “A Esculapio, el gran dios, salvador y benefactor. Salvado de un tumor en el bazo […]”. El objeto lleva la rúbrica de Neochares Lulianus, liberto de la casa imperial.

Los santuarios sagrados de todas las religiones, al igual que el templo de Esculapio, guardan innumerables objetos conmemorativos como testimonios de la autenticidad de los milagros realizados. Y en tanto que los cristianos se los atribuyen a Jesús, o a las numerosas vírgenes y santos del inagotable santoral de la Iglesia Católica, millones de practicantes de otros credos se los atribuyen a Vishnú, Buda, Mahoma, Mitra, Dionisios, Zoroastro…

Un estudio de los milagros registrados en algunos santuarios revela dos curiosas singularidades: la preferencia de los dioses por los paralíticos y el hecho de que hasta el momento a ningún creyente se le haya regenerado un miembro faltante. Es notable también que jamás se haya dado el caso de una persona con malformaciones congénitas que se haya transformado en un hombre normal. Tampoco se conoce el milagro de un tuerto que haya recuperado el ojo perdido: “después de ojo sacado no vale Santa Lucía”.

El escéptico se pregunta, ¿por qué en estos casos no intervienen las divinidades? ¿Por qué, en cambio, tantas muletas y tantas sillas de ruedas abandonadas en los lugares milagrosos? Y mirando por otro lado, cabe preguntarse si las promesas que se ofrecen como retribución por los beneficios recibidos no son acaso impías, y hasta sacrílegas, porque equivalen a suponer que la divina voluntad es susceptible de ser sobornada con juramentos y ofrendas.

También sorprende al escéptico el hecho de que en santuarios como el de Lourdes la relación entre hombres y mujeres curadas sea de uno a diez, un inexplicable e inadmisible sexismo divino. Y resulta bastante extraño que al hacer un estudio detallado de las numerosas curaciones milagrosas, no parece haber ninguna correspondencia entre la devoción e intensidad de los actos de fe de los enfermos, y su mejoría.

Entre las 65 curaciones milagrosas certificadas por los médicos, y registradas en el santuario de Lourdes durante los últimos 150 años, sólo tres corresponden a enfermos de cáncer. Pero cuando un tumor ha remitido como resultado de una acción divina, nunca lo ha hecho de forma inmediata, sino lenta y paulatinamente como suele ocurrir con las infrecuentes, aunque bien documentadas remisiones espontáneas que se conocen en la literatura médica.

No es de extrañar que toda curación espontánea de un cáncer avanzado lleve al enfermo y a sus allegados a considerarlo un milagro. Pero, si estas remisiones fuesen debidas a la intervención divina, ¿cómo se explica que su frecuencia dependa del tipo de cáncer?, como en efecto se sabe que ocurre. Curiosamente, el cáncer en sus formas más insidiosas tiende a presentar más remisiones espontáneas. Y algunas formas en extremo agresivas, como el melanoma maligno, pueden presentar tasas de remisión de hasta el 1% en pacientes ya desahuciados, con metástasis por todo el cuerpo.

Después de un episodio de fiebre alta durante varios días, y a la espera de la muerte que puede llegar en cualquier momento, el paciente comienza a mostrar una leve mejoría que va aumentando con el paso del tiempo hasta recobrar por completo la salud. Cuando se le practican los exámenes, los médicos no pueden dar crédito a sus ojos al ver que no queda rastro alguno de las temibles metástasis que asfixiaban su cuerpo. Tal parece que en un proceso natural no comprendido plenamente por la ciencia, el sistema inmunitario es capaz de reconocer las células cancerosas como extrañas y comienza atacarlas hasta destruir por entero el tejido maligno.

Otro hecho bastante curioso es que no todas las curaciones llamadas milagrosas se han logrado con la ayuda de los santos. A Tiberio, el emperador romano (poco santo, cuenta Suetonio), se le atribuyen varias curaciones milagrosas; y Maximiliano Hernández, dictador eximio de El Salvador, célebre por su extrema crueldad, fue un brujo milagroso, famoso por sus pociones elaboradas con agua y colorantes artificiales, elíxires que sus devotos adoradores ingerían llenos de fe.

Dicen que Carlos II de Inglaterra también poseía el toque prodigioso: el médico de la familia real publicó una relación de sesenta curaciones atribuidas al rey. Los poderes terapéuticos de Carlos se transfirieron más tarde, y en sucesión, a Jacobo II, Guillermo III y la reina Ana. En Francia atribuyen poderes curativos a Clodoveo y a Luis IX. El conquistador español Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en su recorrido por tierras de América, se hizo pasar por mago y curandero. Un padrenuestro, un avemaría y una bendición bastaban para exorcizar de los cuerpos los espíritus malignos causantes de la enfermedad.

Desde la perspectiva del escéptico, las curaciones milagrosas son indistinguibles de las remisiones naturales y de las miles de curaciones que a diario se logran con el poder de la sugestión y el efecto placebo. Por esta razón, médicos alternativos, homeópatas y charlatanes cuánticos, curan como lo han hecho chamanes y hechiceros de todas las layas durante milenios: con cuarzos, piedras, cristales, velas de colores, goticas homeopáticas y hasta rayos láser; con barro, con orines, con vísceras de animales, con baños de agua de mar en las noches de luna llena…

O con reliquias milagrosas capaces de curar lo incurable: la leche de la Virgen, pecho de santa Ágata (hay al menos cinco), el pene de Aarón, la pluma del arcángel San Miguel, el cuerno del profeta Moisés, y hasta trece lentejas y un trozo de pan de la Última Cena.

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