La frase más sonada en estos días de marchas, bloqueos, heridos, detenidos, forcejeos, físicos y verbales, fue: “Importar alimentos, es traición a la patria”, pronunciada por el obispo de Tunja, Luis Augusto Castro. Los neoliberales -que se escandalizan con ella- seguramente desconocen otra similar de George Bush (padre), quien dijera: “¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar su población? Sería una nación expuesta a presiones internaciones. Sería una nación vulnerable…”.
Ante tal avalancha, estimulados por promesas oficiales, muchos agricultores, pequeños, medianos y grandes, se refugiaron en géneros presentados como “promisorios” en la globalización agrícola. Las principales guaridas fueron el café, la panela y el cacao, fomentados en los programas de sustitución de cultivos de uso ilícito, la leche, la palma de aceite, las hortalizas, las frutas y la papa. Unos bienes tropicales y otros de más difícil transacción.
¿Cuál es la novedad? Que las importaciones de tales productos también comenzaron a dispararse. En café, en los últimos años, sin contar contrabando, han oscilado ente 500 mil y un millón de sacos; en cacao, alcanzan cerca del 10% de la producción nacional y un porcentaje algo mayor en aceites de palma, lo que contribuye a que las compras externas totales de aceites y grasas de origen vegetal y animal ya sumen más de 600 millones de dólares; las de lácteos y huevos, entre 2011 y 2012, crecieron 144% (¡¡), de casi 50 millones de dólares a cerca de 120. Las de azúcar, sin contar, el ingreso de sustitutos como el jarabe de maíz, pasan de 300 mil toneladas, aproximadamente el 15% de la producción nacional, impactando toda la cadena del dulce, incluida la panela. Con relación a la papa, hay una avalancha de producto procesado; entre 2010 y 2012, se ha duplicado hasta 20 mil toneladas, equivalentes a más de 200 mil de papa fresca, perdiéndose el mercado industrial con la competencia foránea.
Es un proceso que a campesinos, productores y empresarios rurales los ha acorralado a punta de importaciones y ya no queda renglón posible ni acceso fácil a recursos financieros para sostenerse. Esta es, además del alza exponencial de los costos de producción principalmente por insumos, fertilizantes y semillas, combustibles y energía, la explicación del estallido generalizado que en varias regiones que causó movilizaciones ciudadanas multitudinarias.
Qué iba a imaginarse Núñez que la quinta estrofa del himno de Colombia iba a plasmarse -130 años después- en contemporáneos “soldados sin coraza”, quienes, independientemente de los resultados de las negociaciones, “ganaron la victoria”. Sólo que – por ahora- “el genio de la gloria” tendrá que coronar a los “héroes invictos” con espigas extranjeras, las autóctonas desaparecieron de los campos de Boyacá.