Desde cuando el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, anunció el propósito de ir reduciendo las emisiones destinadas a la compra de bonos, una ola de desaceleración comenzó a extenderse por los países emergentes, en la medida en que empezaron a tomar otros rumbos los capitales especulativos y en coincidencia desafortunada con la reducción de la demanda de China por productos básicos. Excepto el petróleo, cuyos precios vienen influidos por los vientos de guerra en el Oriente Próximo.
Lo cierto es que el auge minero-energético de Colombia comenzó a desvanecerse y, por otros factores, a acentuarse la crisis de la industria, con la caída en el pasado semestre del 0,7 por ciento de su producción, del 4 por ciento de las exportaciones y del 0,3 por ciento de la demanda de energía. El presidente de la Andi, Luis Carlos Villegas, designado embajador en Washington, anota que “el clima para los negocios registra un claro deterioro”. Acaso con la salvedad del ramo de la construcción.
Aún más. Mucho más. El codirector del Banco de la República Carlos Gustavo Cano revela el desvanecimiento del auge exportador minero-energético con caída del 8 por ciento en lo corrido del 2013 hasta junio. Habiendo el agravante de que, según él mismo lo informa, llegó a representar el 8 por ciento del Producto Interno Bruto, a generar más del 40 por ciento de los ingresos de la balanza de pagos y un poco más del 70 por ciento del total de las exportaciones, con apenas 220.000 empleos directos.
De su estructura y proporción emanaron las presiones revaluacionistas y “el consiguiente debilitamiento de los sectores transables, como agro e industria”. A fin de contrarrestarlas, surgieron las compras masivas de dólares por el Banco de la República. Dentro de estricta noción de la economía de mercado y a falta de otros instrumentos, han alcanzado la bicoca de 11.000 millones de dólares entre septiembre del 2012 y el mismo mes del 2013.
En consecuencia, tampoco en este año el Emisor liquidará utilidades, pero nadie pretenderá que el excedente lo cubra el Gobierno con sus recursos. El consuelo, desde el ángulo de la economía pública, es que la tendencia se ha invertido de la revaluación a la devaluación para estímulo y alivio de las fuentes de empleo y de los exportadores.
Aspecto inquietante, entre otros muchos, es el “desplome del dinamismo de las exportaciones”, con caída del 4,3 por ciento de las totales, incluyendo las minero-energéticas. También de las importaciones, primariamente las de bienes de capital y materias primas. La excepción de los bienes de consumo indica que podría haber sustitución de producción nacional. No en vano corre el rumor de que algunos o muchos industriales se han convertido en importadores por resultarles mejor negocio.
El pronóstico personal del doctor Carlos Gustavo Cano en cuanto al crecimiento del Producto Interno Bruto para el año de 2013 está en el rango de 3,8 al 3,5 por ciento, con sesgo más cercano al primero que al segundo y con advertencia expresa de la mediocridad de dicho nivel, siendo el potencial de la economía de 4,6 por ciento.
Nuestro talón de Aquiles se encuentra, en concepto del doctor Cano y de la mayoría de los economistas colombianos, en el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos (3,5 por ciento). En el caso eventual de una parada súbita del ingreso de capitales, Colombia, una de las economías financieramente más abiertas, estaría expuesta, a juicio de The Economist, a alta vulnerabilidad.
Es de singular importancia que un funcionario de la talla del codirector del Banco de la República haya querido disipar cábalas y discusiones inútiles presentando objetivamente la situación de la economía, sin callar sus apreciaciones personales.
Abdón Espinosa Valderrama