Quien pone en evidencia tonterías e incoherencias defiende a la inteligencia y a la lógica.
Por: Moisés Wasserman
El Tiempo, Bogotá D.C., 18 de agosto de 2017
Hace unos 20 años las comunidades científicas (naturales y sociales) se vieron sacudidas por una tremenda broma. Alan Sokal, por entonces profesor de física en la Universidad de Nueva York, escribió una parodia con apariencia de artículo científico que fue publicada (y calificada como excepcionalmente buena) en Social Text, una prestigiosa revista de ciencias sociales. El artículo se llamaba ‘Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica’.
La parodia ponía en evidencia al posmodernismo, que entonces era tendencia de moda en algunos ámbitos de las ciencias sociales. El autor posteriormente mostró que todo lo que había escrito era absolutamente incoherente e insensato, pero que cuadraba con el estilo de los posmodernistas. Ridiculizaba el “dogma ya superado” de que existe un mundo exterior. Afirmaba que la Pi de Euclides y la G de Newton, que “antiguamente se creían constantes”, eran por fin percibidas “en su ineluctable historicidad” y otras cosas por el estilo en 30 páginas y con 300 referencias.
La parodia se construyó a partir de citas auténticas, carentes de todo sentido real, y pegadas sin relación las unas con las otras. En su construcción usó estrategias como referirse en forma vaga e imprecisa a teorías científicas como la mecánica cuántica, el principio de incertidumbre y la teoría del caos; incorporar a las ciencias sociales conceptos de las naturales sin ninguna justificación (como la cita que afirmaba que las guerras suceden en el espacio euclidiano); exhibir una erudición superficial usando términos técnicos muy especializados y fuera de contexto, y abrumar al lector con frases sin sentido causándole una verdadera intoxicación verbal.
La publicación de la parodia generó un escándalo mundial. Fue comentada en los principales diarios del mundo. Fue atacada, por supuesto, pero también recibió una avalancha de mensajes de apoyo, provenientes de profesores y estudiantes de las ciencias sociales que se sentían abrumados y veían desplazados sus trabajos serios por la cantidad de sinsentido que había invadido sus disciplinas. La verdad es que hoy, el posmodernismo está en franca retirada. Feyerabend, en sus últimos años, reconoció que cuando afirmó que “todo vale” realmente estaba tomando del pelo, y recientemente Bruno Latour reconoció que su relativismo sentó las bases para el negacionismo del cambio climático global.
Hace un par de meses, en la revista Cogent Social Sciences (Ciencias Sociales Convincentes) se publicó otra gran broma. Un filósofo y un matemático (que por cierto investiga la sicología de la religión) escribieron un artículo titulado ‘El pene conceptual como una construcción social’. Su intención fue exponer a una tendencia del feminismo radical, en un escrito de tres mil palabras en el que tuvieron el cuidado de que ninguna frase tuviera sentido. Afirman cosas como que la tendencia del hombre a sentarse con las piernas abiertas es una violación del espacio. Hablan de la sociedad prepostpatriarcal y concluyen que “los penes no deben ser entendidos como un órgano sexual masculino, sino como una construcción social dañina y problemática… que es la fuente de la violación y el motor conceptual de gran parte del cambio climático global”. La discusión sobre este ‘artículo científico’ todavía está activa.
Algunos piensan que esas bromas pesadas atacan las ciencias sociales y el feminismo. No es así; quien pone en evidencia tonterías e incoherencias defiende la inteligencia y la lógica. Quien realmente pone en peligro las ciencias sociales y los estudios de género es quien abusa de las modas intelectuales y usa el idioma para confundir, no para aclarar.