Por: Guillermo Rodríguez Villegas
Soñar no cuesta nada y además sirve para suavizar las frustraciones de la realidad. Pero presentar los sueños ante los demás como una ejecución real sin serlo, puede ser indicio de una enfermedad mental, y si quien lo sostiene es un alto funcionario gubernamental, puede pasar a ser una mentira engañosa fraguada con algún propósito secreto, truculento y por eso indefendible ante el pueblo que le está pagando su salario.
Cuando un funcionario distorsiona la realidad miente acerca de los resultados de su gestión y no solamente está tratando de engañar a la opinión pública, sino que está considerando como estúpidos e ignorantes a quienes objetivamente lo contradicen.
Frente a los tratados de libre comercio firmados irresponsablemente al galope por éste y gobiernos anteriores, se ha consolidado un grupo de empresarios, trabajadores, estudiosos y algunos políticos que ha venido predicando con cifras reales cómo unos acuerdos comerciales con naciones que nos superan industrialmente, no son convenientes mientras el país no sea competitivo para alternar en igualdad de condiciones en el concierto internacional.
Nuestros empresarios son competentes, responsables y creativos, pero deben cargar con toda una infraestructura de costos adicionales que son un verdadero lastre al cotizar su producto en el extranjero. Encuentran, por ejemplo, que en Colombia deben pagar más que sus colegas foráneos por energía eléctrica, combustibles, impuestos y transportes internos para mencionar los rubros más relevantes.
Lo grave de todo esto es la forma como se está manejando el comercio internacional colombiano sin ningún control legislativo porque la mayoría del Congreso está comprada por el Ejecutivo, con una ministra administradora plenipotenciaria de utopías fantásticas en las que solo ella cree y una prensa aparentemente comprometida que las acoge incondicionalmente con un despliegue excepcional.
Con el exceso de ventajas para los productos importados se está destruyendo la industria nacional. Así se redujeron los aranceles al producto terminado por debajo de las tasas acordadas en una desgravación gradual de los TLC. Lo peor, se extendió unilateralmente este beneficio a todos los países del mundo. El Gobierno está basando su gestión económica en la exportación de productos minero energéticos no renovables, los cuales como su calificativo así lo indica, algún día desaparecerán cuando la reconstrucción de nuestro mecanismo productivo ya será imposible de lograr.
Cada día que pasa Colombia produce y exporta menos e importa más. No solo bienes manufacturados, también productos del agro que son nuestra comida: ¿Si importamos papa, trigo, cebada, maíz, azúcar, café, té, canela, clavo, vainilla, cardamomo, nuez moscada, ajos, zanahoria, remolacha, lechuga, cebolla, nabos, melones, manzanas, peras, uvas, duraznos, dátiles, sandías, mangostinos, cerezas, nueces, aguacates, cacao, arroz, avena, centeno, millo, carne de res, carne de cerdo, pollo, ternera, conejo, salmón fresco, atún, sardina, filete de basa, pulpo, calamares, leche, quesos, mantequilla, suero, yogur, margarinas y aceites a base de soya, maíz, oliva, cacao, frijol, lenteja, garbanzo, coco y agua embotellada, cuál es entonces el excedente que vamos a exportar ? ¿Ochuvas y maracuyá?
A ese paso llegará un momento en que por falta de divisas y falta de producción local, tendremos una hambruna anunciada previamente pero digna de la indiferencia actual.
Los déficits comerciales más grandes de Colombia se tienen con los países con los que hay actualmente TLC: Estados Unidos, Unión Europea y México.
Con Estados Unidos la situación es lamentable. Antes del TLC teníamos un superávit de US$8.991 millones en 2011 y pasamos a un déficit de US$4.940 millones cuatro años después. Entre 2012 y 2015 se perdieron US$13.931 millones. Se exportaron 449 nuevos productos, equivalentes al 0,06% de las exportaciones colombianas y el 63% de esos productos (283 artículos) no venden cada uno más de US$10.000 en el mercado estadounidense.
“Una verdad a medias es una gran mentira” y esa parece ser la estrategia del Gobierno para defender su gestión en el comercio internacional. Poco interesa que se exporten ocasionalmente unos pocos productos como pañales, licores de anís, partes para carretillas, bombas de látex, etc. si estamos importando bienes que se podrían fabricar en Colombia. El éxito del manejo comercial de un país no se mide por unas cuantas exportaciones casuales y esporádicas con unos costos de gestión muy altos presentadas como grandes hitos de negocio. El éxito, repito, se mide con el balance entre el total de lo importado y lo exportado porque cuando esas dos operaciones están equilibradas, los participantes en la actividad están produciendo para su consumo interno y exportando los excedentes. Esa es la forma de enriquecer a un país, con empleo y bienestar para todos sus habitantes. La industria no se opone al comercio, son dos actividades que se complementan donde la primera es además la fuente y el desarrollo científico de los procesos productivos.
Cuando un país se dedica a importar hasta el agua embotellada basado en la riqueza efímera de unos recursos naturales no renovables, está incrementando el desempleo, renunciando al progreso tecnológico que sólo produce la industria y solucionando los problemas de paro laboral a los países más poderosos, mientras cae en picada hacia un atraso cada vez mayor y hacia la inevitable pérdida de su soberanía alimentaria.
Los datos en este escrito se elaboraron con base en información del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y en el Departamento Nacional de Estadística y presentados en el artículo Tratados de Libre Comercio: Balance comercial Octubre 10.16 por Martha Patricia Perdomo.