Portafolio, julio 21 de 2014 / Por: Stefano Farné*
En su carrera hacia la baja, la tasa de desempleo en Colombia está rompiendo récords: en mayo pasado se ubicó en 8,8 por ciento y desde febrero del 2011 está disminuyendo sin interrupciones, todos los meses.
Si el desempleo baja se podría pensar que su caída está explicada por una ocupación creciente. De aquí que, disminución del desempleo y aumento del empleo se perciban como si fueran sinónimos. En la realidad no siempre lo son y el desempleo puede disminuir por razones diferentes a la generación de nuevos empleos.
De hecho, el gráfico 1 (Tasa de variación anual de la ocupación total en Colombia) muestra cómo a Colombia, durante los últimos tiempos, a pesar de las persistentes reducciones de la tasa de desempleo, le ha ido bastante regular en materia de generación de nuevas plazas de trabajo. Desde enero del 2010 hasta agosto del 2012, los nuevos ocupados aumentaron a una respetable tasa promedio interanual de 4,4 por ciento, pero desde septiembre del 2012 su crecimiento se contrajo a 1,5 por ciento.
Si la creación de empleos desacelera y el desempleo sigue reduciéndose es porque muchos colombianos decidieron retirarse del mercado de trabajo y se volvieron inactivos. Por ejemplo, los jóvenes dejaron de trabajar o buscar un empleo y están regresando a los salones de clase. Según voceros oficiales y algunos investigadores de instituciones privadas este sería otro acierto de la política social del Gobierno Nacional.
Dado que una persona en edad de trabajar o es activa en el mercado de trabajo o es inactiva, en realidad lo que resaltan estos analistas es un simple cambio de estatus de los individuos y no proporcionan la lógica por la cual el mismo se dio. Quedaría por explicar ¿por cuál razón los jóvenes decidieron regresar a estudiar?
El hecho es que las estadísticas del Dane muestran que no solo aumentaron los estudiantes, sino también las amas de casa y las personas dedicadas a descansar.
¿Puede considerarse deseable el hecho de que las mujeres dejen el mercado de trabajo para dedicarse a los oficios del hogar? La elevada participación femenina en los países más desarrollados indicaría más bien lo contrario.
Aquí, en Colombia, serían las mejoradas condiciones de los hogares a provocar la inactividad de sus miembros. Hay más empleo, los ingresos laborales son más altos, las familias más pobres están recibiendo más ayudas del Estado. Así que el trabajo de los jóvenes y de las mujeres ya no sería indispensable para sustentar el consumo de los hogares a los cuales pertenecen.
Infortunadamente, la evolución de las estadísticas del Dane no ayudaría a validar tales argumentos. En efecto, el gráfico 2 (Tasa de variación anual de la población inactiva en Colombia) muestra cómo el incremento de los inactivos no tuvo las características de un fenómeno gradual como sería de esperar, sino que se dio de forma inusual y pronunciada a partir de septiembre del 2012. En agosto, respecto al mismo mes del 2011, el número de estudiantes, amas de casa, pensionados, personas en busca de un merecido descanso había disminuido en 3,1 por ciento.
El mes siguiente, por el contrario, se habría incrementado 2,3 por ciento. Y a partir de septiembre del 2012, las filas de los inactivos se han engrosados mes tras mes a una tasa promedio anual de 2,7 por ciento. Vale la pena destacar que con anterioridad la inactividad había registrado una tendencia más bien a disminuir, a una tasa promedio anual de 1,9 por ciento.
¿Qué explicaría el cambio tan abrupto de la tendencia en el tiempo del número de los que están por fuera del mercado laboral?
Una primera hipótesis podría ser que las encuestas de hogares presentaron algún cambio. Por ejemplo, que con la intención de mejorar la calidad de la información recogida se introdujeron nuevas preguntas, se cambiaron unas opciones de respuesta o se establecieron controles de calidad más estrictos. Interpelado por el Observatorio Laboral, el Dane excluyó cualquier cambio metodológico en las encuestas de hogares a partir de septiembre del 2012.
¿Cómo justificar, entonces, que los jóvenes volvieron en masa a estudiar, improvisamente a partir de septiembre del 2012? ¿O que en muchos hogares el trabajo de las mujeres ya no constituye una necesidad, exactamente, a partir de la misma fecha? ¿Cambiaron abruptamente las preferencias hacia el estudio de los jóvenes? ¿Los subsidios entregados se multiplicaron o los salarios reales subieron de forma importante justo a partir de septiembre de 2012? Estas no parecen ser justificaciones satisfactorias, respaldadas por la observación de los hechos.
En fin, solo si encontramos una explicación convincente de lo que pasó en este atípico mes de hace dos años podemos interpretar correctamente la actual coyuntura laboral. Por el momento, podemos decir: ¡qué bueno que el desempleo baje! Pero quisiéramos tener certezas sobre el por qué.