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Por Helen Alexa Rojas Montenegro – asistente de Investigaciones y asuntos de Género de Cedetrabajo.
El reciente premio Nobel de Economía otorgado a la estadounidense Claudia Goldin es un hito histórico, pero también un recordatorio de que la desigualdad de género en el campo de la ciencia es un asunto pendiente. Esta situación se agudiza en países subdesarrollados como Colombia, donde las mujeres tienen menos oportunidades de educación y empleo, lo que limita su participación en la ciencia.
El trabajo de Goldin ha contribuido a explicar por qué las mujeres han estado subrepresentadas en el mercado laboral en Estados Unidos durante al menos los dos últimos siglos, y por qué incluso hoy siguen ganando en promedio menos que los hombres. Goldin ha argumentado que la desigualdad de género en el mercado laboral es un fenómeno complejo, con causas que incluyen el cuidado de los niños, los estereotipos de género y la discriminación.
Estos factores también contribuyen a la desigualdad de género en la ciencia, ya que limitan las oportunidades de las mujeres para estudiar y trabajar en campos científicos. En el caso particular de Colombia, las mujeres son más propensas a dejar de trabajar en investigación, después de tener hijos, que los hombres. Según un estudio de la Universidad de los Andes, el 40% de las mujeres colombianas que trabajan en investigación dejan de hacerlo después de tener hijos, en comparación con sólo el 20% de los hombres.
Desde su creación en 1969, sólo tres mujeres han sido galardonadas con el Premio Nobel de Economía: Elinor Ostrom en 2009, Esther Duflo en 2019 y Claudia Goldin en 2023. Goldin fue la primera mujer en ganar el premio sin compartirlo con un hombre.
Las mujeres históricamente han sido marginadas de sus contribuciones científicas. Esto se debe a que la asignación del Nobel no solo se basa en el mérito académico individual, sino que también refleja factores implícitos de raza, género, ubicación geográfica y recursos públicos disponibles para la investigación.
Esto significa que el premio en metálico de US $984.000, el reconocimiento y la evaluación de la reputación solo se destinan a unos pocos individuos seleccionados, perpetuando la idea de que la ciencia es un campo individual y no de naturaleza colaborativa
Por ejemplo, la investigación «Systemic Misogyny: Why Women Do Not Win Nobel Prizes at the Same Rate as Men» explica que, en 2017, el Premio Nobel de Física fue otorgado a tres hombres blancos, a pesar de que el proyecto contó con la participación de miles de ingenieros y científicos diversos. El sesgo dentro de la Organización del Premio Nobel no se puede corregir hasta que se aborden los estatutos y el proceso para presentar a los nominados al Nobel.
Marie Curie es un ejemplo de la ardua batalla que enfrentan las mujeres por el reconocimiento en la ciencia. Aunque trabajó codo a codo con su marido, Pierre Curie, la Academia Francesa de Ciencias no la incluyó en la nominación al Nobel de 1902. En 1903, Marie y Pierre Curie compartieron el Premio Nobel de Física, convirtiéndose en la primera mujer en recibir este honor. Posteriormente, en 1911, Marie Curie fue galardonada con el Premio Nobel de Química por sus descubrimientos del polonio y la radio, convirtiéndose en la única persona en ganar dos Premios Nobel en diferentes campos.
“El efecto matilda”
Es un fenómeno social por el cual se ignora o se minimiza la contribución de las mujeres científicas, cuyo trabajo a menudo se atribuye a sus homólogos de género masculino. Por ejemplo, Jocelyn Bell Burnell, una astrofísica británica, descubrió los púlsares (estrellas de neutrones) en 1967, cuando era estudiante de doctorado. Su trabajo fue fundamental para el descubrimiento de estos objetos astrofísicos, pero no fue reconocida con el Premio Nobel de Física de 1974, que fue otorgado a su supervisor de doctorado, Antony Hewish, y a su colega Martin Ryle.
Las mujeres y las minorías de los países en desarrollo enfrentan desafíos adicionales. Si observamos la distribución geográfica de los premios, los premios Nobel se otorgan principalmente a científicos de países desarrollados, lo que significa que el tipo de ciencia que se premia requiere recursos y apoyo institucional, los cuales son escasos en los países en desarrollo.
Por ejemplo, la científica vallecaucana Nubia Muñoz, reconocida por sus estudios sobre el vínculo entre el virus del papiloma humano (VPH) y el desarrollo de cáncer cervical, fue nominada al Premio Nobel en 2009. Sin embargo, tuvo que irse del país desde muy joven al iniciar su carrera de investigadora, ya que no encontró oportunidades para desarrollarse en Colombia. En sus propias palabras, «El cáncer de cuello uterino es un problema de salud pública global, pero no hay mucha gente que financie la investigación sobre el VPH».
La falta de inversión en ciencia en países como Colombia tiene consecuencias graves, como la pérdida constante de cerebros y la imposibilidad de desarrollar el conocimiento más avanzado para la solución de nuestros complejos problemas. Entre estos problemas se encuentra la profundización del sesgo de género en la investigación, debido al incipiente presupuesto con el que cuentan las instituciones de investigación.
Según un informe de Minciencias, aún se evidencia una brecha persistente entre las mujeres que se dedican a la ciencia, la tecnología y la innovación frente a los hombres. En Colombia, para el año 2019, el 38% de los investigadores eran mujeres, lo que representa un avance respecto a años anteriores, pero aún es una cifra baja.
Son tiempos complicados para la investigación y el desarrollo científico en nuestro país. Cuando se produjo el cambio de nombre de Colciencias al Ministerio de Ciencias, se tenía la esperanza de un aumento en el presupuesto. Sin embargo, el presupuesto asignado para el año 2024 es de $399.000 millones de pesos, lo que representa una disminución del 22% con respecto al presupuesto de 2023, que ya era insuficiente.
Los países de ingresos bajos y medianos a menudo destinan menos recursos a la investigación, el conocimiento derivado de la investigación científica debe ser el pilar principal. En Colombia, la inversión en ciencia equivale al 0,29% del PIB, una cifra aún inferior al promedio de América Latina, que es del 0,56%.
El escenario científico en Colombia y la reducción de las brechas de género en este ámbito no se limitan únicamente a factores culturales, que, en el caso particular, no cambiarán por sí solos sin una inversión sustancial en investigación y progreso científico. Por lo tanto, no podemos aspirar a competir cuando estamos operando con un presupuesto tan limitado en el camino hacia la consecución de la excelencia científica.
Este modelo presupuestario perpetúa sesgos desde el inicio y disminuye nuestras posibilidades de no depender de otros países a tan alto costo para producir nuestro conocimiento y recibir reconocimiento internacional por las contribuciones de los colombianos y colombianas a la humanidad.
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