Por: Ángel María Caballero L. Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria Presidente
Históricamente, el desarrollo del sector agropecuario en Colombia nunca ha estado a la par con el de los países industrializados, por muchas causas descritas con precisión, sencillez y agilidad por Aurelio Suárez Montoya, director ejecutivo de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria y autor de esta cartilla, elaborada dentro de las iniciativas de RECALCA, Red Colombiana de Acción frente al Libre Comercio y al ALCA, y los proyectos por Comercio Justo de OXFAM. En ella nos recuerda la mala distribución de la tierra, producto del coloniaje del que fueron víctimas nuestras comunidades indígenas, y el acaparamiento de nuestros territorios por los españoles primero y por muchos criollos, incluso prolongándose después de la Independencia, conformando el régimen latifundista que hoy sufrimos, con el predominio en el agro de la ganadería y la agricultura primitivas.
Suárez nos explica cómo la cultura de la exportación fue impuesta desde aquellas épocas, igual que el saqueo inclemente de nuestros recursos naturales por la voracidad de los colonialistas en los tiempos posteriores al descubrimiento de América. Y señala que no desarrollamos investigación científica ni tecnologías propias para nuestro bienestar; que hasta la mitad del siglo pasado (siglo XX), el país malvivía en el monocultivo del café, su ganadería extensiva y, por épocas, del cultivo de otras cuantas especies que tuvieron importancia temporal, como el tabaco, el caucho y la quina. Una colonia con sus recursos naturales no renovables en saqueo permanente, como el del oro y el petróleo. Por los años de la segunda mitad del siglo (1950-1990), el café sostenía prácticamente el sector agropecuario, ya que la política neocolonial había impuesto el monocultivo y con él el Pacto de Cuotas, lo cual garantizaba un precio para nuestro producto básico. En esa forma, sin embargo, y al vaivén de los cambios de la política y la economía mundiales, logramos un mínimo desarrollo en otras áreas agrarias e industriales y, en general, en la economía nacional.
A finales de los ochentas, con las políticas de globalización y «libre mercado», Estados Unidos rompió el Pacto Cafetero (también llamado Pacto de Cuotas), dejando el mercado de nuestro grano en manos de las transnacionales y de los filibusteros especuladores del capital financiero mundial, trayendo miseria e incontables padecimientos a nuestros cultivadores. Los gobiernos de Virgilio Barco y César Gaviria introdujeron la apertura que afectó también los cultivos transitorios con la baja de los aranceles para su importación, la cual entró a competir con la producción nacional de nuestros ya débiles cultivadores de maíz, algodón, soya, arroz, ajonjolí y sorgo, y bajaron drásticamente las áreas de cultivo, los ingresos y los empleos. Se debe recordar que hasta la década de los cincuentas el país se autoabastecía de trigo y cebada, y que con las importaciones desde Estados Unidos en los años 60 y 70 fueron sustituyéndose los cultivos nacionales de esos cereales por campos de rastrojos o en ganadería. También en estas décadas, como parte de la política estadounidense impuesta a Colombia, se fueron desmantelando las instituciones de apoyo al campo colombiano, como la Caja Agraria, el DRI, el Incora, el Idema y últimamente el ICA, con la respectiva eliminación o reducción de sus presupuestos.
Con mucha acucia y cinismo, nuestros gobernantes en estos quince años han entregado el país para que sea avasallado por el TLC y el ALCA. Muchos de esos funcionarios han recibido a cambio jugosos empleos en los organismos multilaterales de crédito y en la diplomacia internacional. Lo que no es una casualidad sino parte de una estrategia maquiavélica, diseñada desde mediados del siglo pasado, que conlleva la desaparición de la soberanía y la seguridad alimentarias del país y el incremento de la violencia en el campo.
El TLC que está firmando Colombia con los Estados Unidos es el acto final de una comedia que podríamos llamar, como la obra de Gabriel García Márquez, «Crónica de una muerte anunciada». Con el TLC se entregan cereales como el arroz, la soya, el frijol, maíz, sorgo, pero también las carnes de res, de pollo y de cerdo, los lácteos y el algodón. La quiebra para el agro colombiano será para unos de forma inmediata y para otros, diferida a 5 años o un poco más, pero todos los productos de la canasta básica que fueron entregados estarán amenazados junto con sus respectivos empleos.
Todo lo que se aprueba en este Tratado lo habíamos pronosticado, desde el año 2001 cuando Estados Unidos propuso el «Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA». Unos años atrás, la Asociación Nacional por La Salvación Agropecuaria, en su Plan de Lucha de 7 puntos, mencionado en los Anexos de esta cartilla, había denunciado lo que le traería a la agricultura y a los agricultores la aplicación de esa política de arrasamiento, y llamaba a responder con el fortalecimiento de nuestro mercado interno, que no es nada diferente a lo que han tenido los agricultores de Estados Unidos y los países industrializados que nos imponen estos tratados. En el TLC se nos niega lo que a ellos se les da por montones: subsidios, ciencia y tecnología, protección en frontera, créditos baratos, obras de infraestructura, vías, canales de comercialización. A nosotros se nos condena al atraso, al cultivar sólo lo que ellos no pueden producir por las estaciones, o sea, los cultivos tropicales que, al igual que el café, son comercializados por las transnacionales que se quedan con el 90 por ciento o más del mercado de los mismos, como se advierte claramente en este documento, que hoy entregamos a los abandonados agricultores de Colombia, para que lo estudien y se hagan conscientes de cuál es el origen de sus dificultades y de la necesidad de organizarse para conformar un gran torrente popular que logre hacer retroceder estas pretensiones recolonizadoras, pues solo así se podrá encontrar la ruta para la transformación positiva de nuestra patria y sus gentes.