Por Bernardo Useche, Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia y PhD en Salud Pública de la Universidad de Texas en Houston.
Hallazgos recientes sobre la anatomía del clítoris y un debate entre corrientes del pensamiento feminista sobre si deben identificarse las mujeres biológicas y las mujeres trans (nacidas biológicamente hombres) se entrelazan en esta columna. La descripción en algún detalle de la estructura y funcionalidad del clítoris no pretende ser una lección de anatomía. La mención a uno de los tantos puntos presentados por Carolina Sanín sobre el activismo de las mujeres trans está lejos de agotar el tema en discusión.
La magnífica anatomía del clítoris, órgano genital que es la Vía Regia para el placer sexual femenino, no deja de sorprender. Un estudio presentado en la 23ª reunión de las Sociedades de Medicina Sexual de Norteamérica (SMSNA & ISSM), que tuvo lugar en octubre pasado en Miami Beach, cuantificó por primera vez el número de fibras nerviosas (axones) que se encuentran en el nervio dorsal del clítoris humano. Un equipo de médicos sexólogos —Blair Peters (cirugía plástica y reconstructiva), María Uloko (urología y salud sexual) y Paige Isabey (ginecología y obstetricia)—, empleando una rigurosa metodología investigativa, encontró un promedio de 10.281 fibras y terminales nerviosas en el clítoris. Aproximadamente 2.000 más que las 8.000 que se calculaban previamente.
Esa riqueza en fibras del nervio dorsal hace del clítoris una mina de oro en sensaciones placenteras, presta a ser explorada mediante estímulos táctiles por la mujer o su pareja sexual. Verdaderas corrientes de goce sensual viajan por las fibras del nervio dorsal, hacen conexión con el nervio pudendo (razón por la cual, en las cirugías para corregir incontinencia urinaria en las mujeres es imperativo prevenir lesiones de estas vías nerviosas), y de allí, van al cordón sacro espinal para ser conducidas al cerebro donde se perciben y transforman en excitación sexual y en orgasmos.
La anatomía y fisiología del pene se asemeja a la del clítoris. Del clítoris, situado en la parte superior de la vulva, a manera de un iceberg, solo emergen y son visibles sobre la piel: el glande, con su riqueza de terminales nerviosas, y el capuchón o pequeño prepucio del clítoris, que toma forma en donde terminan por juntarse los labios menores. El glande se conecta bajo la piel con el cuerpo del clítoris, conformado por dos cuerpos cavernosos, y se prolonga a través de unas piernas o raíces en forma de V invertida que abrazan el canal vaginal y la uretra.
Durante la excitación sexual, los cuerpos cavernosos junto con dos bulbos vestibulares de tejido esponjoso reciben irrigación sanguínea desde las arterias dorsal y profunda del clítoris, provocando una tumescencia que alcanza a duplicar o triplicar su tamaño, en un fenómeno fisiológico similar al que provoca la erección del pene.
Mientras el pene de los hombres es un órgano genital externo, imposible de pasar inadvertido, el clítoris es básicamente un órgano oculto a primera vista en su verdadera dimensión. Esta diferencia terminó por tener un impacto social enorme y por cimentar ideológicamente en el siglo XX la misoginia y la inequidad de género.
Sigmund Freud definió psicológicamente a la mujer con fundamento en su anatomía sexual, en el “no tener” o carecer de un órgano como el masculino. En consecuencia, Freud postuló la existencia en el desarrollo psicosexual femenino de una supuesta “envidia del pene” —penisneid— y consideró “inmaduro” el orgasmo alcanzado por estimulación del clítoris. No es casual, entonces, que Simone De Beauvoir afirmara que “a Freud no le preocupó mucho el destino de la mujer”.
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La utilización de las diferencias anatómicas de los genitales entre hombre y mujer para justificar discriminación y sometimiento hacia la mujer no se puede desconocer. En este sentido, Carolina Sanín, en uno de sus monólogos recientes, planteó que “las mujeres hemos sido sometidas en razón de nuestro sexo, de nuestros genitales…”.
La escritora parte de esta premisa para sustentar que no es posible ni conveniente borrar las diferencias entre las mujeres que nacen biológicamente mujeres y las mujeres transexuales. Las mujeres trans nacieron siendo biológicamente hombres con pene. El hecho de que se perciban como mujeres, su identidad de género sea femenina, y el que hagan un tránsito que involucra modificaciones de su cuerpo originalmente masculino, no conlleva que la experiencia femenina entre unas y otras mujeres sea idéntica.
Esta tesis de Carolina Sanín difícilmente se puede refutar, salvo que haya una negación absoluta del substrato biológico de los sexos. El problema es aún más complejo si se tiene en cuenta que el avance del conocimiento científico ha aportado alguna evidencia sobre la existencia de correlatos neurológicos que contribuirían a explicar la percepción subjetiva de la identidad de género.
Con toda razón, Carolina Sanín insiste en su monólogo una y otra vez que las personas trans existen, sufren, son discriminadas, y que la totalidad de sus derechos tienen que ser respetados. En esto coincidimos. El que se llame la atención sobre la realidad de la diferencia anatómica entre mujeres y mujeres trans no implica una posición contra las personas trans (ver columna que escribí sobre el tema aquí). Debe estar abierta la posibilidad a discutir estos temas tan sensibles sin acusaciones de transfobia.
Igual, o más importante, es dilucidar el momento histórico y las condiciones socioeconómicas en que se han incubado las ideas que pretenden validar la opresión de la mujer. En la antigüedad, Aristóteles sostuvo que, al igual que los esclavos, las mujeres no tenían alma. Freud escribió sus principales textos sobre la sexualidad femenina en la Europa del período entre las dos guerras mundiales, años de profundas crisis económicas. Tiempos en los que las potencias capitalistas se disputaban los mercados mundiales, a la par que necesitaban consolidar como base de la sociedad un tipo de familia anclado en el sometimiento de la mujer.
No deja de ser una ironía que el descubrimiento de la enorme cantidad de fibras nerviosas del clítoris se hiciera mediante el estudio de muestras del nervio dorsal de hombres trans (nacidos biológicamente mujeres) que estaban siendo intervenidos en una cirugía de faloplastia para reafirmar su género masculino. Y más irónico aún, que todavía haya quienes sostienen que las mujeres deben superar la envidia del pene, pues, a diferencia del órgano masculino que con la edad a menudo pone a los hombres en aprietos, el clítoris no envejece, y no es extraño encontrar mujeres de 90 años disfrutando el placer que les proporciona. ¡Sería mejor hablar de envidia del clítoris!
Nota original publicada en Más Colombia.