Por: Armando Doria
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Septiembre 14 de 2015
Matemático especializado en lógica y escritor. O al revés. Nacido y criado en Bahía Blanca, Guillermo Martínez se formó en Exactas UBA al tiempo que completó su primer volumen de cuentos. Con “Acerca de Roderer” irrumpió como novelista y de ahí en adelante fue afianzando su papel de escritor pero sin abandonar su interés por los números y su lógica. En Martínez conviven dos formas de escrutar la realidad que no ofrecen solución de continuidad.
– ¿Cómo se balancean tus intereses en relación con tu doble pertenencia al mundo de la matemática y de la literatura?
– En realidad nunca llegué a un equilibrio absoluto.
– ¿De cuál de esos mundos partiste?
– Desde muy chico pensé que la literatura iba a ser una parte de mi vida porque era algo que estaba en mi familia, algo muy marcado. Mi papá era escritor vocacional pero muy consecuente; mi mamá, profesora de letras. Si bien no había en casa una atmósfera científica, mi papá tenía un gran respeto y admiración por la matemática. Se había graduado de ingeniero agrónomo y sabía de estadística. Recuerdo que, cuando era chico, en casa aparecían libros de matemática moderna y teoría de conjuntos. Él trataba de enseñarnos con esos libros.
– ¿Esa influencia alcanzó para que te interesara la matemática?
– No, nunca imaginé, ni de chico, ni en la adolescencia, que me iba a dedicar a la matemática. Eso para mí fue como un accidente inesperado que llegó cuando tuve que elegir una carrera universitaria. Estaba esta idea, en aquella época, de que había que seguir una carrera seria que te permitiera vivir y después, en todo caso, hacer una segunda carrera que a uno le gustara. Entonces yo, de hecho, elegí ingeniería electricista y fue ahí que descubrí la matemática como disciplina y como rama de la filosofía. Dejé ingeniería y me pasé a matemática, y me encaminé a la lógica matemática.
– ¿Cómo podés definir la continuidad entre la matemática y la filosofía?
– Yo siempre digo que hay como un pasaje de la matemática a la filosofía en el sentido de que la filosofía trata de estudiar conceptos que son muy próximos entre sí, de discernirlos, todavía dentro del lenguaje natural, y que la matemática también trabaja de una manera similar, solo que con diferencias más sutiles que requieren fórmulas, requieren un lenguaje específico, todavía más preciso, como microscópico. Pero hay una continuidad, una cantidad de procedimientos de la matemática que tienen que ver con la filosofía.
– Vos dejaste Bahía Blanca para establecerte en Buenos Aires y doctorarte en matemática. ¿En ese momento cuál era tu relación con la producción literaria?
– Estaba escribiendo estos cuentos y pasé un año y medio en el taller literario de Liliana Heker hasta que terminé de escribir mi primer libro de cuentos. Algunos cuentos ya los tenía escritos y otros los escribí dentro de ese taller.
– ¿Todavía no te veías como escritor?
– Yo escribía cuentos, para mí no iba a ser más que eso: escribir cuentos, no había otra expectativa personal al respecto. Además, toda mi energía mental estaba puesta en el doctorado. La literatura era casi como un hobby que yo había mantenido desde muy chico.
– Pero un día…
– Con el libro ya terminado, me presenté a un concurso literario del Fondo Nacional de las Artes que gané y el premio era, justamente, un dinero que se le daba a un editor que estuviera interesado para que hiciera la edición sin riesgo económico. Entonces fue así que se publicó Infierno grande, lo publicó Legasa y fue un libro que se leyó en los círculos literarios. Lo leyó alguna gente que fue muy generosa conmigo, como Mempo Giardinelli, María Esther Vázquez, María Esther de Miguel y Ricardo Piglia, quien conversó conmigo sobre el libro y me hizo unos comentarios muy penetrantes, muy interesantes. Siempre recuerdo con mucho cariño esa etapa, tenía algo que extraño un poco ahora, que era algo así como un grupo en el que yo podía discutir cuento a cuento con cierto detalle, tal como en la ciencia se puede discutir quizá un teorema, los detalles de un teorema. Se discuten otros conceptos, otros criterios, o sea, nadie va a pretender tener una verdad demostrable sobre tal adjetivo.
– El cuento como objeto de estudio.
– Exactamente, está la idea del cuento como un objeto que ponemos en discusión. No es tanto esta idea como medio romántica del cuento como una proyección de algo personal o creado en un momento con un rapto de inspiración sino el cuento como un objeto provisorio que admite correcciones, impugnaciones parciales, cambio de palabras, cambio de personas, de perspectiva, en fin… Es difícil encontrar un grupo de gente que esté dispuesta a discutir con ese nivel de detallismo. Eso cuando un taller es bueno, cuando un grupo literario es bueno me parece que ayuda mucho, además de darte la atmósfera. Yo creo que tanto en la matemática como en la literatura, en estos grupos hay como cierta jerga que hay que manejar y cierta bibliografía común y cierto nivel del pensamiento… Es muy importante tener atmósfera.
– ¿Qué más entregó esa atmósfera?
– Publiqué mi primer libro y empecé un segundo libro de cuentos. Yo había escrito ya tres cuentos para un segundo libro y uno de esos cuentos se fue alargando y decidí convertirlo en una pequeña novela. Fue mi primer intento con esa forma un poco más extensa, y fue finalmente Acerca de Roderer, mi primera novela, una novela bastante a contramano de lo que hacía mi generación en esa época. Más bien predominaba la idea de la novela “juvenilista” vinculada al rock, a las drogas, a cierta… Yo lo llamo “el costumbrismo de lo moderno”. Es decir, sonaban muy modernas en esa época. Yo escribía una novela que tenía más que ver con la tradición literaria, quizás con el tema faústico. A mi me interesaba mucho esta idea de poder pensar en temas que tienen una tradición literaria y abordarlos en una clave o en un avatar contemporáneo. Bueno, después me fui a Inglaterra. Acerca de Roderer se publicó e inmediatamente yo viajé. Y la novela hizo su camino por sí misma y cuando volví de Inglaterra me encontré con que la edición se había agotado, la recordaban, la habían leído; entonces publiqué La mujer del maestro que fue mi segunda novela. Una novela mucho mas literaria, a lo Henry James.
– De tu paso por la Universidad de Oxford nació tu tercera novela, imagino.
– Al regreso de Oxford yo tenía pensado, más o menos, los temas principales y sobre todo el ámbito para una novela policial que transcurriera en Inglaterra, en Oxford más precisamente. No lo tenía en programa, tenía las ideas, pero pensaba que esto iba a ser una novela para escribir como si fuera… Un descanso, como unas vacaciones.
– ¿La literatura significaba eso para vos en aquel momento, algo así como un descanso?
– Más bien el tema, el hecho de escribir una novela policial me parecía que era algo para escribir relajado, se podría decir. Pero resultó distinto. Cuando salió el portal educativo Educ.ar, me preguntaron si podía escribir una novela de unas setenta páginas, que iban a colgar por entregas semanales. La idea era publicarla en fascículos, al igual que como empezó la novela policial en los diarios, querían hacer algo por el estilo. Y de hecho empezaron el proyecto con una novela de Pablo De Santis que la escribió íntegra y la mía iba a ser la siguiente. Pero bueno, en el medio puso un pie Domingo Cavallo a Educ.ar, antes de su paso al Ministerio de Economía de De la Rúa, y todo se disolvió en el aire. Entonces me quedé con los cuatro primeros capítulos de esa novela y con tiempo infinito por delante para escribirla.
– ¿Además de tiempo por delante tenías motivación por ese material?
– Particularmente. Me había interesado la cantidad de cuestiones que había pensado para la novela. Ya no tenía por qué pensarla en una clave para adolescentes, entonces pude incorporar una cantidad de temas. Por ejemplo, todo el tema de los trasplantes de órganos, el tema filosófico central de Wittgenstein, es decir, temas que, paradójicamente, ahora leen los chicos en los colegios secundarios ya que tienen Crímenes imperceptibles en la bibliografía. Una novela que iba a ser para chicos de colegios secundarios terminó siéndolo, aunque en otra escala.
– ¿Y qué pasó con la escritura recluida al momento de vacaciones, de descanso?
– Tenía una lista en espera que iba creciendo y ya apenas podía dedicarme a escribir en las vacaciones, en los tiempos libres. Entonces, bueno, gracias a esta novela pude pensar en dejar de a poco la universidad.
– ¿Te alejaste definitivamente de la academia?
– La dejé hace diez años, pero no dejé del todo la matemática, en el sentido de que dos años después me encontré escribiendo el libro Gödel para todos y, bueno, escribí Borges y la matemática, y sigo leyendo cosas de lógica que tienen que ver con la filosofía de la matemática. Cada tanto todavía me invitan a congresos donde se habla de ciencia y literatura. Acabo de publicar con Paula Bombara una antología donde reunimos cuentos de ciencia ficción, que publica el plan de lectura del Ministerio de Educación y está ahora en todos los colegios secundarios.
– ¿Identificás cómo se intercala tu formación matemática con tu oficio de escritor? ¿Existe eso?
– Yo creo que existe de una manera muy diferente de lo que suele creer la gente; es decir, creo que existe en cuanto a cierta forma de pensar sobre un cuento ya terminado o una novela. Sobre todo para mí existe en todo lo que es la parte de corrección. Existe en el sentido de que los matemáticos perciben muy fuertemente una sensación de platonismo mientras trabajan, eso de que hay algo que está allí, algo a lo que hay que aproximarse. Y algo de eso, para mí, se transmite en mi manera de trabajar en un texto literario. Tengo en determinado momento la sensación de que hay una forma que está ahí, que uno ha creado de a poco, que ha hecho aparecer y que está ahí y hay que hacerla emerger del todo. Esa última parte de correcciones, para mí, es bastante similar al trabajo que uno hace cuando está buscando un teorema.
– ¿Tiene que ver con lo metódico, con una especie de responsabilidad sobre ese objeto emergente?
– Claro, como con la actitud, diría yo. La actitud es similar. Y también hay otra cosa que es similar para mí, otra analogía, y es que… Fijate que el matemático, de algún modo, primero ve un cielo platónico con las formas, los patrones, las regularidades de aquello que se propone demostrar y después lo codifica en un texto que es el teorema. Que ya es un texto lógico articulado. Y el escritor también ve inicialmente fragmentos para los personajes, ve algo del final, que son como destellos, tienen algo todavía informe. Y el texto escrito es una codificación que le tiene que dar al lector la llave para reconstruir ese mundo que primero se vio de esa forma ideal, digamos. Entonces, en ese sentido, también son similares los procedimientos.
– Por tu literatura en sí y por la forma en que la presentás, parece claro que te inscribís en una tradición literaria determinada, eso de llegar a una instancia identificada donde se saca todo lo que no es necesario…
– Bueno, eso tiene que ver con mi formación de cuentista, sí, pero también a veces se saca y a veces hay que crear, hay que agregar. Fijate, en eso también hay una analogía con la matemática, o sea, muchas veces uno quiere demostrar cierto resultado y tiene una idea del camino para probar. En ese camino te encontrás con una cantidad de dificultades, entonces lo que te aparecía en principio, idealmente, como una especie de vía recta, inmediatamente revela que tenés que tomar una cantidad de rodeos, probar lemas, sub-lemas, hay un caso patológico que te queda suelto, una cantidad de complejidades que emergen, que revelan la verdadera dificultad que tenía el problema. Y en la literatura también te encontrás con eso, o sea, de nuevo: vos tenés una sensación de que vas a escribir, quiénes van a ser los personajes. De pronto, hay un personaje que cobra una dimensión que no esperabas, hay otro que se extingue y languidece, hay un pasaje que para vos era algo fácil de resolver y de pronto da lugar a toda una sub-historia.
– Es como una lucha, porque también pretenderás conservar esencias o detalles que pensaste en un comienzo.
– Uno se encuentra en una mezcolanza de cosas y ahí es donde realmente hay que tomar una cantidad de decisiones y seguir alguna de esas líneas hasta que luego todo, de a poco, va confluyendo nuevamente. Es decir, hay un momento en la novela en que uno no puede hacer planes a priori. Es interesante, porque es algo así como una lucha entre las intenciones iniciales y lo que la novela revela de sí misma. Su propia dificultad o complejidad.
– ¿En esa tensión está lo más trabajoso?
– Sí, sí. Yo lo llamo “la pulseada”, porque hay una parte de uno que quiere atenerse, de algún modo, a las ideas iniciales, a los propósitos que tenía, y hay otra parte de la novela en que no deja avanzar exactamente así. Hay algo de pulseada en la novela, siempre.
– Muchos de los escritores argentinos de tu generación, y posteriores, parecen estar lejos de ese tipo de abordaje frente a la creación literaria, como fuera de un método tan preciso.
– Bueno, pero hay de todo. Yo creo que… Ya ni sé bien cuál es mi generación, digamos… Muchos escritores ya son ahora contemporáneos y hay muchas maneras diferentes de pensar, de concebir. Quizás la clase de novela que hago, que no es ahora tan frecuente, es una novela en la cual cuestiones que uno escribe al principio reaparecen con un segundo significado más adelante; es decir, una novela de acumulación, una novela de tensiones, de suspensos, suspensos no necesariamente policiales, ¿no? Pero donde, justamente, hay un enrarecimiento de la atmósfera. Siempre son novelas en donde algo va escalando y hacia algo que no era fácilmente predecible desde el principio. Esa es la clase de novela que a mí me interesa. Y esa es una clase de novela que no se escribe demasiado en la Argentina.
– ¿Preferís la literatura clásica?
– Sí, sí, me gusta mucho la literatura clásica pero me gusta también cuando hay alguna innovación que me resulta interesante. Me gusta cuando siento que hay una voz realmente nueva, realmente original. Es decir, a mí me interesa mucho la idea de originalidad en la literatura. La originalidad pensada como algo nuevo pero que a la vez tiene que luchar y oponerse al peso de cierta tradición. O sea, si alguien viene con una novela escrita en e-mails y la presenta como un gesto de vanguardia… Y, bueno, ya existe la novela epistolar, ¿cuál sería la innovación profunda? A mí me gustaría que se discutiera con un poco más de seriedad la idea de experimento y de innovación. Yo escribí varios ensayos sobre esa cuestión. Por ejemplo, para un científico, la innovación, la nueva teoría siempre se tiene que medir con lo anterior.
– Visto de afuera, da la idea de que en el ambiente literario te señalan como el escritor matemático.
– En una época sin duda, me consideraban el escritor matemático, sí. Hay todo un tema que yo lo llamo la estética de los razonamientos. Hay razonamientos, ideas, que son más gratas de creer que otras. Entonces, evidentemente hay algo grato que le gusta pensar a la gente de que la matemática y la literatura son cosas totalmente opuestas entre sí y que es exótico un matemático que se haya dedicado a la literatura. Yo no soy un matemático que se ha dedicado a la literatura, pero a la gente le gusta creer eso, que son disciplinas opuestas entre sí, entonces eso ha hecho que fácilmente me identificaran como el caso curioso del matemático escritor. Pero bueno, es un detalle.
– ¿Sí, es solo terreno de lo anecdótico? ¿Nunca te pesó ni te influyó positivamente?
– Hay una parte, quizás, del mundo literario a la que le cuesta aceptar la idea de que alguien de la matemática sea escritor. Se forman siempre estas cuestiones de corporaciones, de clanes, de grupos. Entonces, a veces sienten como amenazado algún dominio, que alguien que no tenían previsto ocupe un lugar que ellos quizás creían que era para ellos. En fin, ese tipo de reacciones pueden existir pero también, en contrapartida, a mucha gente le parece interesante de ver qué puede hacer una mente matemática en la literatura. Así que creo que se balancean las cuestiones.