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Indupalma: un sueño que se convierte en pesadilla.

Sep 30, 2013

Sergio Andrés Muñoz, Valledupar, septiembre 29 de 2013 Conocí a José en San Alberto, Cesar. Durante años laboró en los cultivos de palma adscritos a Indupalma y hoy es mototaxista, un hecho indicador de que el negocio agrícola se le vino por tierra. Su jornada empezaba a las 2 y media o 3 de la […]

Indupalma_Lizarralde_ConflictoSergio Andrés Muñoz, Valledupar, septiembre 29 de 2013

Conocí a José en San Alberto, Cesar. Durante años laboró en los cultivos de palma adscritos a Indupalma y hoy es mototaxista, un hecho indicador de que el negocio agrícola se le vino por tierra. Su jornada empezaba a las 2 y media o 3 de la mañana, hora en que se levantaba a preparar el almuerzo y a alistarse para esperar el transporte que lo llevaría a la plantación. La jornada para todos no empezaba a la misma hora. A mayor distancia del cultivo, más temprano debía levantarse. Eso sí, nadie podía entrar después de 5:00 a trabajar.

Los trabajadores directos ejercían labores por ocho horas al día, aunque podían extenderse. En cambio, los subcontratados a través de cooperativas trabajaban por tarea asignada. “Tu horario de salida dependía de tu eficiencia”, anota José.

Las jornadas laborales eran extenuantes. «Había días en que llegaba a la casa a las 3 de la tarde, cuchareaba algo, me acostaba y seguía de largo hasta el día siguiente».

Resultaba casi imposible que los campesinos se convirtieran en grandes empresarios. “La palma es muy costosa”, explica José. “Es un híbrido que presenta más de diez enfermedades, la peor, el cogollo. Hay que pagar un especialista para que revise las plantas. Aparte hay que asignarles a los árboles una circunferencia especial para plantarlos. Indupalma alquilaba avionetas para esparcir los químicos por vía aérea. Los almacenaba en subterráneos».

Y sobre las ganancias, el panorama es desalentador. “Un campesino requiere tener, al menos, más de diez hectáreas para sacar un margen mínimo de ganancia. Y cuando le digo mínimo, es que alcanza sólo para el arroz”, aclara José.

“Al principio tuvimos buenas condiciones laborales. Transporte, alimentación, etc.”, continúa. Lo interrumpo para preguntarle qué funcionaba en unas casas que antaño fueron blancas y hoy están derruidas, sacando fuerzas para no caerse. «Eran el casino y el hospital, pero nos los quitaron”.

Le pregunto por qué. “Por el sindicato. Los trabajadores crearon un sindicato y entonces Indupalma nos dijo ’¿Crearon sindicato? Pues les quitamos el casino y el hospital’.”

Ante panorama tan desalentador, José prefirió dejar la palma. Lo que al principio le prometieron como un sueño terminó trastocándose en una pesadilla de la que, por fortuna, alcanzó a despertar temprano. No corrieron la misma suerte los demás «socios». “Varios están hoy endeudados, mientras que quien los llevó a meterse en el negocio hoy es ministro», afirma José, no sin rabia ante tremenda injusticia.

Día tras día, José sigue en su labor de mototaxista. Me cuenta que le han ofrecido volver a Indupalma en tres ocasiones. “Si dios no me castiga, por allá no regreso jamás”, concluye con contundencia.

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