Por: José Manuel Nieves
ABC, Madrid, marzo 9 de 2016
Su introducción en la dieta junto al uso de las primeras herramientas de piedra puede explicar los cambios evolutivos que diferencian a los primeros humanos de sus predecesores
La frase «somos lo que comemos» esconde una realidad mucho mayor de lo que imaginábamos. Y los cambios en la dieta pueden dar lugar a modificaciones evolutivas que, en el caso de los seres humanos, llevaron a los primeros homínidos a convertirse en lo que somos hoy en día.
En concreto, la introducción de carne cruda en la dieta de nuestros antepasados, junto con el uso de las primeras herramientas de piedra, puede ser suficiente para explicar los cambios evolutivos que diferencian a los primeros humanos de sus predecesores inmediatos. Un estudio recién publicado en «Nature» por Katherine D.Zink y Daniel E. Lieberman, ambos de la Universidad de Harvard, sugiere, en efecto, que esta combinación entre consumo de carne cruda (anterior a la llegada de los alimentos cocinados) y el uso de herramientas pudo haber influido de forma decisiva en el acortamiento de los rostros y en la disminución del tamaño de los dientes, rasgos que a su vez favorecieron el desarrollo de otras funciones, como la capacidad de hablar.
En los tiempos del Homo erectus, hace cerca de dos millones de años, los humanos empezaron a desarrollar cerebros más grandes y cuerpos mayores y que necesitaban, por tanto, más cantidad de energía diaria para funcionar. Sin embargo, paradójicamente, al mismo tiempo también se desarrollaron otras características como la disminución del tamaño de los dientes, o la pérdida de fuerza en los músculos de la masticación y mordida, así como un intestino más pequeño que el que tenían los homínidos anteriores. ¿Cómo podían entonces nuestros antepasados combinar un aumento de la demanda de energía con una disminución de la capacidad de masticación y digestiva?
Para los investigadores, estos cambios anatómicos fueron posibles gracias a la incorporación de más carne a la dieta, cortando con herramientas las piezas de carne en trozos pequeños (lo cual sustituye en parte a la masticación), o bien cocinándolos. Sin embargo, los alimentos cocinados no se generalizaron hasta mucho después de Homo erectus, y solo son comunes desde hace unos 500.000 años. Por eso, Zink y Lieberman creen que el hecho de cocinar alimentos apenas si influyó en estos significativos y tempranos cambios anatómicos. Carne cruda y herramientas de piedra bastan, según los científicos, para explicarlos.
Para llegar a estas conclusiones, Katherine Zink y Daniel Lieberman evaluaron el rendimiento de la masticación proporcionando a sujetos adultos trozos de carne de cabra y varios tipos de vegetales ricos en almidón, como ñame, zanahorias o remolachas. Y así pudieron calcular el esfuerzo muscular necesario para masticar y observar el grado de disolución de la comida antes de ser tragada. Los investigadores hallaron que, consumiendo una dieta compuesta en una tercera parte por carne, cortándola antes y golpeando los vegetales con herramientas de piedra antes de ingerirlos, los primeros Homo erectus habrían necesitado masticar con un 17% menos de frecuencia y con un 26% menos de fuerza que sus predecesores con dientes más grandes y mandíbulas más potentes.