La reciente cumbre fue un evento intrascendente donde EE. UU. intentó mostrar su supremacía ideológica promoviendo una democracia que no existe ni en su propio país.
El mandatario estadounidense presidió en días pasados una cumbre por la democracia. Logró agrupar “virtualmente” 110 países, que se pronunciaron sobre el “creciente autoritarismo” y sobre la promoción de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y el respeto a la soberanía ciudadana.
Ciertamente, la democracia tiene muchos problemas, comenzando por su definición, ya que no existe un concepto único aplicable a todas las circunstancias y países. Es el caso de la India, considerada la democracia más grande del mundo, donde el primer ministro Narendra Modi promueve activamente la discriminación contra los musulmanes y otras minorías religiosas y étnicas, lo que ha desatado centenares de episodios violentos. También está el caso de Pakistán, con 200 millones de habitantes, que fue invitado a pesar de que el propio Departamento de Estado considera a su gobierno un grave violador de los derechos humanos y protagonista de ejecuciones extrajudiciales. Pakistán declinó asistir.
En el mundo hay toda clase de “democracias”: monarquías constitucionales, islámicas, teocráticas, liberales, conservadoras, socialistas, socialdemócratas, tantas que se le ha perdido el sentido al término. La permanencia de un mandatario en el poder o de un solo partido ya no es sinónimo de dictadura, como lo prueban los 16 años de Ángela Merkel en el gobierno. Se endulza el término si el régimen es amigo de Estados Unidos, como es el caso de Arabia Saudita, una monarquía absoluta, dicen en Washington, con apoyo del pueblo. O de Japón, desde hace lustros con un sistema de partido único.
A solo un año de haber comenzado su gobierno, apenas 41 % de los norteamericanos aprueban la gestión de Biden, el promotor de la Cumbre por la Democracia, y qué decir de la figura autocrática de Trump, una amenaza real para el planeta. El anterior mandatario, que casi arroja a Estados Unidos a una guerra civil, no produjo los desequilibrios internos, sino que los evidenció y exacerbó.
Señalados por Washington como antidemocráticos, el gobierno de quince años de Pekín señaló una aprobación creciente entre 2003 y 2016. Y en su peor momento, durante 2020, la popularidad de Putin era del 59 %
En comparación, los gobiernos señalados por Washington como antidemocráticos, registran cifras sorprendentes. Un estudio de la Universidad de Harvard, que estudió la aceptación del gobierno de Pekín a lo largo de quince años, señaló una aprobación creciente del gobierno entre 2003 y 2016. Y en su peor momento, durante 2020, la popularidad de Putin era del 59 %.
Pero en la caracterización de los regímenes políticos del mundo hay muchas variables en juego, tales como la estabilidad, la cohesión social, la aprobación de sus gobernantes por parte de la población, la satisfacción de las necesidades básicas de la población, etc.
Un caso digno de analizar es el de Estados Unidos, con la mayor cantidad de población reclusa por 100.000 habitantes, para un total de 639. Es el tercer país con mayor consumo de cocaína en el mundo después de Australia y Albania: el 2,4 % de los adultos han confesado haberla consumido. El 2,95 % consumen anfetaminas y el 5,75 % consumen opioides. Estados Unidos es el segundo consumidor de marihuana con 17 % después de Israel, 27 %.
En materia de violencia, la situación no es mejor. Hasta junio de 2021 se habían presentado 280 tiroteos y en 2020 hubo 614. Es la nación más militarizada del mundo, con 120 armas por cada cien habitantes y el FBI ha detectado 1.600 grupos paramilitares de extrema derecha.
La potencia del Norte, “la democracia más rica del mundo”, mantiene crueles expresiones de racismo y discriminación contra afroamericanos e inmigrantes de Asia y América Latina, principalmente por parte de los estadounidenses de ascendencia europea.
El sistema electoral estadunidense dista mucho de ser democrático. No gana quien tenga más votos entre los electores, pues quien elige al presidente es un denominado Colegio Electoral manejado por el bipartidismo demócrata y republicano, que con un complejo sistema electoral permite que un candidato con menos votos ciudadanos gane la presidencia, como sucedió con Trump.
Estados Unidos se da el lujo de apoyar o mantener silencio ante regímenes antidemocráticos, siempre y cuando les sirvan a sus intereses económicos o geopolíticos como sucede con Turquía, Hungría, Israel, Filipinas, Arabia Saudita y las anacrónicas monarquías del Golfo Pérsico, sin contar con la larga lista de dictaduras, como las de Pinochet y Papá Doc, que apoyó a lo largo de las últimas décadas.
De cohesión social y derechos económicos hay mucho por decir. Estados Unidos registra algunos de los peores índices de pobreza entre las naciones desarrolladas, pues cerca de 40 millones de personas viven por debajo de la línea oficial de pobreza, y presenta la mayor desigualdad de ingreso en el mundo rico. Durante el primer año de la pandemia, el 1 % de los hogares más pudientes aumentó su patrimonio en más de cuatro billones de dólares, lo que supone que acaparó el 35 % de toda la nueva riqueza generada.
Estados Unidos no tiene mucho que enseñar en materia de cohesión social, democracia, respeto a los derechos humanos y equidad. La Cumbre por la Democracia representó un evento intrascendente en el cual la superpotencia intentó mostrar su supremacía ideológica a escala mundial, promoviendo una democracia que no existe ni en su propio país.
Nota original publicada en Las 2 Orillas