Por: Aurelio Suárez Montoya| 12 de Noviembre del 2013
La avalancha de dólares sobre Colombia en el último quinquenio responde a la decisión de poner al capital extranjero como variable principal del modelo de crecimiento. La cuenta de capital suma, desde 2008 hasta junio de 2013, cerca de 70.000 millones de dólares. En total, entre 2001 y 2012, la inversión foránea creció 522%.
La fórmula oficial para contrarrestar los efectos dañinos de este alud, en especial sobre el agro y la industria, fue la “intervención” del Banco de la República en el mercado cambiario, comprando dólares. Se suponía suficiente para mantener una tasa de cambio competitiva y para lograrlo, entre 2010 y septiembre de 2013, se compraron 17.691 millones de dólares. En esa operación, el banco ha tenido pérdidas acumuladas en los últimos tres años, y hasta el pasado mes de agosto, por más de $ 2,5 billones, y ha sido “ineficiente”, en tanto la tasa de cambio sigue revaluada. En 2010, el promedio anual fue $ 1.897 y, por ahora, en 2013, es de $ 1.880.
Podría decirse que si Banrepública no traslada, como era usual, sus utilidades al Gobierno central y, antes bien, causa menoscabo a las finanzas públicas, se valida tal intervención en aras de las metas propuestas; que es explicable la pérdida por la diferencia en el cambio y que las reservas internacionales, entre 2008 y el primer semestre de 2013, pasaron de 22.130 millones de dólares a 40.817 millones, casi el doble. El análisis se complica cuando se nota que los pasivos del banco, entre diciembre de 2010 y agosto de 2013, crecieron más del 46%, al pasar de $ 54,8 billones a $ 79,35, más de $ 25 billones en 32 meses.
¿Cómo explicar tan insólita elevación de obligaciones? De un lado, la base monetaria ha crecido cerca del 10 %, lo cual justifica una porción, pero del otro se detecta el incremento de los llamados TES de control monetario. ¿En qué consisten? En que a un agente que trae dólares, para no darle efectivo por los efectos inflacionarios que podría implicar, se le cambia por unos “depósitos remunerados” (como se clasifican en el balance) por los que recibe el 5% de interés. Es decir, quien trae los dólares puede tener como propósito previo prestárselos al banco, un negocio que sale redondo.
Y no son solo las divisas para el sector minero-energético, ni las remesas que envían los colombianos desde el exterior a sus hogares. Los afluentes incluyen capitales especulativos de corto plazo, inversiones de portafolio y préstamos comerciales, traídos a bajas tasas de interés y prestados en el interior a tarifas hasta de más del 25%. Sumados rebasan, desde 2010 hasta septiembre de 2013, los 15.000 millones de dólares.
Tampoco puede descartarse el lavado de activos, y peor aún si –tal como lo fijó la pasada reforma tributaria– el impuesto a los intereses ganados por los capitales venidos desde afuera e invertidos en TES bajó del 33 al 14%, algo no corregido con el decreto de “paraísos fiscales” en casos como Panamá, Delaware, Luxemburgo y Curazao, entre otros.
Este ‘con el pecado y sin el género’ es un ejemplo clásico de privatización de ganancias y socialización de pérdidas. Al final, los exportadores en términos reales poco o nada han conseguido, y el gran ganador es el sector que acarrea dólares, el cual arrodilló al Banco de la República.
Aurelio Suárez Montoya