Mario Alejandro Valencia, Subdirector de Cedetrabajo
Cientos de millones de personas en el mundo sufren a diario la crueldad de una sociedad de trabajo escaso y de mala calidad y con ingresos que no alcanzan a cubrir las necesidades básicas como la alimentación, la vivienda, el vestido; incluso otras que la humanidad ha creado para mejorar su calidad de vida, como las comunicaciones, el ocio, el conocimiento y el afecto. Esto ocurre a pesar de que el planeta tiene una dotación de recursos que posibilitaría para todos sus habitantes una existencia más digna. Es bien sabido, por ejemplo, que aunque la producción de alimentos supera el consumo mundial, 1.000 millones de seres humanos aguantan hambre a diario por falta de dinero.
La economía, como ciencia social, ha permitido a la humanidad entender por qué ocurre esto y brinda posibilidades de resolver los desequilibrios. Sin embargo, en las últimas décadas, esta función fue reemplazada por métodos cuantitativos y modelos econométricos, que no son usados como herramientas sino como fines de la economía. Si un modelo de equilibrio general concluye que el libre comercio beneficia a la población y no ocurre, lo erróneo no es el modelo sino la realidad.
Justamente esto provocó que a lo largo y ancho del mundo la enseñanza de la economía entrara en crisis por su desconexión con la realidad. El cúmulo de teorías no solo es incapaz de explicar lo que ocurre en la sociedad, por tanto no es capaz de brindar una solución, sino que además nos obliga a creer en ellas aunque no haya forma de demostrarlas. De esta forma, el desempleo, la falta de producción, la pérdida de la soberanía alimentaria, la ruina de la industria, según los fundamentalistas del mercado, se explican por cualquier razón menos por las decisiones que ellos han implementado para que la riqueza se reparta en un puñado.
Para ello se valieron de teorías que no admiten discusión, aunque los hechos demuestren su equivocación, como las relacionadas con la economía internacional: el comercio exterior infinito, las ventajas comparativas, los consumidores que se benefician de importaciones aunque en su país no haya producción y empleo, y otras falacias. Lograr que en los cursos de economía estas teorías puedan ser desnudadas y derrotadas teóricamente, sería un buen avance para que esta ciencia vuelva a su propósito fundamental de resolver problemas sociales. Para cumplir este objetivo, es hora de que quienes la enseñamos comencemos a jugar un rol más de ciudadanos –es decir, político- y menos de pontífices de la academia, parados en un pedestal como si la sociedad no nos afectara.