La discusión sobre lo que está pasando con la industria no es nueva, como tampoco es exclusividad de nuestro país. El fenómeno de la llamada desindustrialización, expresada en una pérdida de participación de ese sector en la economía, desafortunadamente le hace falta menos planteamientos generales y acusaciones y más profundidad y verificación de los datos, que permitan enfocar acertadamente el tema y en ese orden tomar las medidas y el camino correctos.
El debate hay que mantenerlo, así proliferen posiciones, desde las más extremas de cerrar la economía, como la de que lo que nos está pasando nada tiene que ver con los TLC, pero hay elementos, casi de sentido común, que permiten acercarse a lo que nos está pasando. Y son varios esos elementos. Uno es que la industria parece haber dejado ese oficio para volverse importadora y no de bienes de capital, sino de productos finales y materias primas que procesa con destino principal el mercado nacional y no para el mercado externo como se esperaría y fue la idea con la creación de los esquemas de promoción, como el Plan Vallejo.
De un total de USS$44.000 millones de importaciones entre enero-septiembre, la industria manufacturera importó US$41.900 millones, que si se excluye lo que entró para refinación de petróleo, quedan en US$37.000 millones, esto es 82% de las importaciones que realiza el país las hace la industria. De acuerdo con el Dane, de las importaciones totales de la industria, 40% (US$15.000) son materias primas e insumos y 23% son bienes de capital, lo cual demuestra que más de la cuarta parte de sus importaciones son bienes de consumo. Esto solo ratifica y pone en evidencia que el sector industrial viene perdiendo su vocación y vive en buena parte de las importaciones.
Mientras tanto, ha abandonado en buena parte su vocación exportadora, lo que se confirma también con datos. Hasta octubre, sus exportaciones sumaron US$8.300 millones, las mismas del año pasado, pero US$3.000 millones menos que en 2007. Lo anterior resulta en una balanza comercial deficitaria de la industria de casi US$30.000 millones, que sumadas a las de los dos años anteriores de US$42.000 y US$46.000 millones arrojan un saldo negativo de casi US$120.000 millones en tres períodos.
¿Quién ha permitido financiar ese déficit, que de no haber sido así el país estaría en una crisis cambiaria? El petróleo y la minería, pues el drama que vive la industria también lo vive la agricultura. Hay que ser claros: la fiebre importadora “facilista” de la industria está haciendo daño, al desplazar la producción nacional por las compras afuera como instrumento para atender el mercado local, lo que a la final atenta contra el fortalecimiento de la misma base productiva colombiana.
Editorial
La República