Por: Harriet Hall
Investigación y Ciencia, enero de 2017
La homeopatía es una doctrina médica que asegura que trata las enfermedades con dosis ínfimas de sustancias que en toda persona sana provocarían síntomas de la dolencia en cuestión. Está basada en las creencias acientíficas de una sola y errada persona, el médico alemán Samuel Hahnemann, que la ideó a inicios del siglo XIX.
La homeopatía no solo no funciona: es imposible que lo haga. Es incompatible con los fundamentos básicos de la física, la química y la biología. Oliver Wendell Holmes la desenmascaró por completo en 1842 con el ensayo Homeopathy and its kindred delusions [La homeopatía y otras falacias afines]. Se habría quedado estupefacto de saber que en 2017 aún cuenta con adeptos.
Pocos usuarios de la homeopatía se han tomado la molestia de informarse acerca de lo que hablan o sobre las chifladas ideas en que se basa. Nos serviremos del siguiente ejemplo para explicar del modo más sencillo la doctrina homeopática: si el café le mantiene despierto, el café diluido le hará dormir; y cuanto más diluido, tanto mayor será el efecto somnífero. Todavía mejor: si se diluye hasta que no quede más que una molécula de café, el efecto será más potente si cabe. (De alguna forma, el agua recordará al café que ya no está ahí.) Si se hace gotear el agua, ya sin café, sobre una pastilla de azúcar y se deja evaporar, el recuerdo de la negra infusión se transferirá a la pastilla, que a partir de entonces aliviará el insomnio. Nada de esto tiene ningún sentido.
Cabe pensar que nadie compraría un medicamento que no contuviese principio activo alguno, pero sí, se compran. Oscillococcinum se halla a la venta en la mayoría de las farmacias. En Estados Unidos factura 15 millones de dólares al año. Los clientes adquieren este producto con la esperanza de que alivie los síntomas gripales y catarrales. Su nombre responde al de la bacteria oscilante que un galeno francés, Joseph Roy, creyó ver en la sangre de personas aquejadas por la gripe y en el hígado de pato. Nadie más la veía. La caja especifica que el principio activo es Anas barbariae 200 CK HPUS. A saber: pato criollo (corazón e hígado) diluido en una razón 1:100, proceso que se repite 200 veces sometiéndolo a «sucusión» (agitación) después de cada dilución (ya se sabe: «agitado, no revuelto»). Cualquier estudiante de química sabrá recurrir al número de Avogadro para averiguar que tras la decimotercera dilución hay una posibilidad de 1 entre 2 de que quede una sola molécula de pato, por lo que al llegar a la bicentésima ya será historia.
Los homeópatas prescriben tratamientos increíblemente absurdos. Formulan una sarta de preguntas que no vienen a cuento (de qué color son sus ojos, qué alimentos no le gustan, a qué le tiene miedo). Consultan dos libros. El primero es Repertorio, la lista de los remedios para todo posible síntoma, por ejemplo, la clarividencia —sí, se considera un síntoma—, la caries dental o la «llorera» (sic). El segundo se titula Materia Medica, la lista de los síntomas asociados con cada remedio —¡«Soñar con atracadores» está vinculado con la sal de mesa!—. En efecto, la sal de mesa diluida y casi cualquier otra cosa imaginable pueden ser un remedio. Algunos de mis favoritos: el muro de Berlín, la luz de luna eclipsada, el cerumen de perro y el polo sur de un imán. Es absurdo, pero se calcula que solo en Estados Unidos cada año cinco millones de adultos y un millón de niños toman medicamentos homeopáticos. En su mayor parte por iniciativa propia y comprados en la farmacia.
Existen estudios que defienden la eficacia de la homeopatía, pero es posible hallar un estudio que sustente casi cualquier cosa y las revisiones científicas rigurosas del conjunto de las investigaciones al respecto concluyen una y otra vez que su efecto no es más que el propio de un placebo. Como Edzard Ernst, profesor emérito de medicina complementaria de la Universidad de Exeter y el divulgador Simon Singh han escrito: «Las pruebas llevan a pensar que se trata de una industria falaz que no ofrece a los pacientes más que fantasías».
La Administración de Alimentos y Fármacos de EE.UU. permite la venta de remedios homeopáticos gracias a una cláusula del «abuelo» (una cláusula de derechos adquiridos) que los exime del requisito de demostrar su efectividad. Con todo, parece que la regulación está cambiando: desde fecha reciente la Comisión Federal de Comercio estadounidense exige que estos productos informen a los consumidores de que no hay evidencias científicas de su eficacia y que las indicaciones alegadas se basan en teorías del siglo XVIII que no son aceptadas por la mayoría de los expertos médicos actuales.
La supervivencia de la homeopatía demuestra la incapacidad del gran público para pensar críticamente. La gente la ha estado tomando como sustituta de fármacos, vacunas o antipalúdicos, con resultados desastrosos. Algunos ya no pueden contarlo. La homeopatía era pura charlatanería en 1842 y sigue siéndolo hoy. A estas alturas deberíamos saberlo de sobras.