El rol de Israel y sus repercusiones
En los últimos meses, Israel ha intensificado su ofensiva militar bajo la dirección de su primer ministro, Benjamín Netanyahu. Justificando sus acciones como una defensa contra amenazas externas, ha buscado el respaldo de sus aliados occidentales para legitimar estas operaciones. Sin embargo, las consecuencias han sido devastadoras, especialmente para la población palestina. La Franja de Gaza ha sido prácticamente destruida, provocando el desplazamiento de casi 1.9 millones de personas, que representan un tercio de la población palestina.
Informes recientes calculan que las víctimas mortales, incluyendo no solo aquellas que perdieron la vida en ataques directos, sino también quienes fallecieron por falta de acceso a servicios médicos, ascienden a 186 mil personas. Esta situación ha puesto en evidencia la gravedad de la crisis humanitaria en Gaza, con hospitales desbordados y apenas operativos debido a los bombardeos constantes.
La violencia también se ha extendido al Líbano, donde más de mil personas han perdido la vida y dos millones han sido desplazadas. Esta ola de agresiones, que inició como una represalia por actos de Hamás, ha sido criticada por muchos, incluso por figuras tan influyentes como el Papa Francisco, quien ha calificado las acciones israelíes de desproporcionadas.
Apoyo estadounidense y ambiciones regionales
Aunque Estados Unidos ha sido el principal respaldo militar de Israel, con envíos constantes de armas y tropas, ha pedido cierta moderación. Washington ha recomendado no expandir el conflicto a instalaciones nucleares iraníes ni extender la guerra al Líbano. Sin embargo, la realidad es que sin el soporte norteamericano, Israel no podría mantener su estrategia actual. La relación entre ambos países va más allá de la cooperación militar, con Estados Unidos buscando preservar una posición dominante en la región.
Israel, por su parte, parece tener objetivos que trascienden la defensa frente a Hamás. Para el gobierno israelí, controlar territorios estratégicos podría facilitar la expansión de su influencia, disputando la hegemonía que Irán mantiene en la región. Este objetivo, respaldado por una minoría radical dentro del gobierno israelí, se centra en asegurar zonas que considera históricamente suyas, basándose en interpretaciones antiguas de textos religiosos. No obstante, el interés de Israel no se limita a motivos históricos; los recursos naturales y la infraestructura estratégica, como la posibilidad de desarrollar el canal Ben Gurion, son piezas clave en su estrategia.
Nuevas alianzas y el debilitamiento de Estados Unidos
Estados Unidos ha contado históricamente con el apoyo de varias naciones árabes clave para mantener su influencia. Sin embargo, esta dinámica ha comenzado a cambiar. La consolidación de acuerdos diplomáticos durante el mandato de Trump, como los Acuerdos de Abraham, parecía fortalecer las alianzas entre Israel y naciones como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. A pesar de estos avances, los lazos con Arabia Saudita, uno de sus socios más importantes, se han enfriado en años recientes.
Uno de los factores detrás de este distanciamiento fue la respuesta del gobierno de Biden a la muerte del periodista Jamal Khashoggi, lo que generó tensiones diplomáticas. Además, la autosuficiencia petrolera de Estados Unidos redujo la necesidad de importar crudo árabe, alterando los intereses comerciales de Riad. Arabia Saudita ha tomado pasos importantes hacia nuevas alianzas, acercándose a China y suscribiendo acuerdos que marcan una divergencia clara de su antiguo patrón de vender petróleo exclusivamente en dólares.
La unidad árabe y musulmana como respuesta
La escalada de violencia por parte de Israel ha despertado reacciones en toda la región. Aunque la respuesta varía en intensidad, desde el fervoroso apoyo de Irán hasta la reticencia de aliados como Jordania, el sentimiento de solidaridad con el pueblo palestino ha cobrado fuerza. Este clima de indignación generalizada contra las acciones israelíes podría ser el preludio de una reorganización en las relaciones entre países árabes y musulmanes, e incluso podría señalar una disminución de las tensiones históricas entre facciones religiosas, como chiítas y sunitas.
Uno de los desarrollos más interesantes es el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, tradicionalmente rivales, pero ahora unidos en ciertos frentes. La colaboración de grupos como Hamás y Hezbolá, que representan diferentes facciones del islam, sugiere que las divisiones sectarias que Occidente ha explotado durante años podrían estar perdiendo vigencia.
¿Qué significa todo esto para Estados Unidos?
El constante respaldo de Estados Unidos a las acciones israelíes, a pesar de la condena internacional, refleja una falta de alternativas en su política exterior en la región. Aunque su apoyo a Israel le ha asegurado una posición de influencia durante décadas, las recientes decisiones han empezado a volverse contraproducentes. La creciente capacidad militar de los adversarios regionales de Israel, junto con el peso demográfico y la fuerza de las convicciones culturales y religiosas de estos países, han debilitado la hegemonía norteamericana.
A mediano plazo, resulta evidente que los cambios que se están gestando podrían derivar en un nuevo orden geopolítico. El papel dominante de Estados Unidos en Oriente Medio está siendo cuestionado, y las alianzas y dinámicas tradicionales podrían dar paso a nuevas estructuras de poder en las que Washington tenga menos protagonismo. Aunque aún cuenta con una superioridad tecnológica y militar, las circunstancias actuales sugieren que la región podría empezar a ver un reacomodo en el equilibrio de fuerzas, con otras potencias disputando su control e influencia.