Por Lucero Álvarez Mino
Física de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales.
Pasante en el mundialmente famoso Centro Internacional de Física Teórica, Abdus Salam, en Trieste, Italia.
Correo electrónico: lalvarezm@unal.edu.co
Cuando en 1897 Joseph John Thomson en el Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge descubrió el electrón, echó por tierra parte de la brillante conclusión a la que siglos atrás, en la polis griega de Abdera, habían llegado Demócrito y Leucipo: la materia es de naturaleza atómica y las partículas atómicas son indivisibles. El descubrimiento del electrón demostró que los átomos son completamente divisibles. El comportamiento de la nueva forma de organización de la materia, la atómica, se reveló rebelde frente a las leyes descubiertas por Newton. En las primeras décadas del siglo XX, del portentoso árbol de la física surgía una nueva rama: la mecánica cuántica, que explica racionalmente los extraños (para el sentido común) comportamientos del átomo y sus partículas. También por esos maravillosos años, las geniales intuiciones de Albert Einstein terminaron por convertir la venerada mecánica newtoniana en un caso particular de una forma más profunda de ver el mundo: la teoría de la relatividad. Estos sólidos pilares de la nueva física abrían posibilidades increíbles de aplicaciones tecnológicas; una de ellas, la nanotecnología. El artículo de la doctora Lucero Álvarez Mino, explica las enormes posibilidades e inquietudes tecnológicas que surgen de la manipulación de la materia a escala de lo nano.
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