Investigación y Ciencia, octubre de 2012
Luces, y algunas sombras, de los máximos galardones científicos
Entre los días 8 y 15 del presente mes se anunciarán en Estocolmo los ganadores de los premios Nobel de este año. Se trata de los galardones con mayor prestigio en el entorno intelectual. Además, tienen un reconocimiento social y una visibilidad que difícilmente pueden ser comparados con los de ningún otro premio. Pero ¿qué representan para la sociedad? ¿Por qué son tan importantes?
En una época en la que se están perdiendo gradualmente una serie de valores, fundamentalmente humanísticos, de convivencia y generosidad, los premios Nobel representan un último bastión. Buscamos en ellos una referencia, no solo de excelencia, sino también de honestidad, entusiasmo y entrega por unos ideales, que inspira tanto a profanos como a profesionales. De hecho, la mayoría de los galardonados eran ya reconocidos entre sus pares como individuos singulares, mucho antes de que fueran premiados. Y, después de serlo, no han dejado de comportarse como personas con enormes cualidades humanas. Tras recibir el premio, muchos de ellos han dedicado el resto de su vida a transmitir esa esencia personal que les hace ser tan especiales.
De todos los premios Nobel, los de ciencias (medicina, física y química) poseen un carácter más fundamental. Hay un grado de verdad asociada a ellos de la que carecen los de la paz y literatura (y el más joven de economía). Y, sin embargo, todos ayudan a construir lo que podríamos llamar la «gran humanidad››. Sus descubrimientos no solo generan progreso y permiten a la sociedad desarrollarse, sino que también nos ayudan a comprendernos a nosotros mismos. Los conocimientos profundos sobre las leyes y los mecanismos que gobiernan la naturaleza pueden carecer de aplicación inmediata, pero nos hacen ser más conscientes del entorno y de nuestro lugar en el universo; nos ayudan a ser más modestos. Como decía Blaise Pascal, «la verdadera grandeza del hombre está en darse cuenta de su propia pequeñez››. Los premios Nobel son, de hecho, los campeones de esa búsqueda de la verdad que nos hace humanos.
Este verano he tenido la suerte de asistir a Lindau a una reunión con unos treinta nobeles de física, donde se respiraba ese sentimiento de humildad. Es posible que no todos los galardonados estuvieran de acuerdo con la importancia de algunos de los descubrimientos más recientes, e incluso que sostuvieran posturas diferentes sobre estos, pero no por ello dejarán de respetarse mutuamente y debatirán como caballeros, aunque sea con pasión y convicción. Pensemos en las discusiones de Martinus Veltman y David Gross acerca de la realidad del bosón de Higgs –cuyo descubrimiento fue noticia durante nuestra estancia en Lindau−, o en los debates de Brian Schmidt y George Smoot sobre el origen del universo. Aunque estos expertos posean visiones distintas, no dejan de escuchar a sus colegas ni de intentar convencerlos con sus argumentos. En definitiva, no dejan de hacer ciencia.
Precisamente por su relevancia, los premios Nobel quizá deberían revisar algunos de sus principios, poco acordes con la ciencia actual. El de la paz se ha concedido 18 veces a organizaciones internacionales no gubernamentales como la Cruz Roja, la ONU, Amnistía Internacional o Médicos Sin Fronteras. ¿Por qué no otorgar los más fundamentales (física, química y medicina) también a instituciones o colaboraciones, más que a un máximo de tres individuos, como marcan las normas actuales? En muchos casos sería probablemente lo más justo. Pensemos en la posible concesión del Nobel de física de 2012 por el descubrimiento del bosón de Higgs, un hito histórico que ha sido posible gracias a los varios miles de personas que han participado en las colaboraciones ATLAS y CMS del CERN. La concesión del galardón a dichas colaboraciones, por el extraordinario trabajo en común, reflejaría el reconocimiento de la sociedad a una nueva manera de hacer ciencia.
Asimismo, entre los premios Nobel se echan en falta algunas disciplinas, como las matemáticas o la biología. ¿Por qué no se actualiza y extiende la lista de áreas científicas? Este debate se ha venido planteando periódicamente. Pero el comité organizador se muestra reacio a aumentar el número de premios; considera que ya se tiene en cuenta esa diversificación en la asignación actual. Sin embargo, veo difícil en estos momentos el reconocimiento de hallazgos fundamentales en áreas bien diferenciadas de la biología como son la ecología, la paleontología o la teoría de la evolución, así como en topología, geometría y análisis funcional dentro de las matemáticas. Todas ellas han generado un enorme progreso en sus respectivas disciplinas y, sin embargo, no tienen las mismas posibilidades de ser reconocidas con el Nobel al carecer de un galardón asociado. Un debate sobre el futuro de los Nobel sería un sano ejercicio, que queda pendiente en la sociedad, y que en algún momento tendrá que ser analizado por el comité evaluador de los premios.
*Juan García-Bellido es profesor de física teórica en la Universidad Autónoma de Madrid e investigador del Instituto de Física Teórica del CSIC.