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Mar 28, 2010

Revista Semana, Bogotá, marzo 27 de 2010 En septiembre de 1959 un artículo de la revista Nature hablaba de la alta probabilidad de vida alienígena en la galaxia, y llamó la atención de un joven astrónomo llamado Frank Drake, por entonces investigador del National Radio Astronomy Observatory, en Green Bank, West Virginia. Seis meses después, […]

Revista Semana, Bogotá, marzo 27 de 2010

En septiembre de 1959 un artículo de la revista Nature hablaba de la alta probabilidad de vida alienígena en la galaxia, y llamó la atención de un joven astrónomo llamado Frank Drake, por entonces investigador del National Radio Astronomy Observatory, en Green Bank, West Virginia. Seis meses después, en una mañana de abril, Drake dirigió el radiotelescopio hacia la estrella Tau Ceti, para buscar alguna señal extraña. Nada encontró. Luego apuntó a Epsilon Eridani, y esta vez registró una fuerte frecuencia de radio que lo entusiasmó. Pero antes de que lograra descifrarla, se dio cuenta de que se trataba de un radar del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Esos primeros esfuerzos de Drake se consideran el comienzo de un campo de investigación astronómica llamada Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, o Seti, por sus siglas en inglés, entidad privada dedicada a este tipo de exploración. Desde entonces, a su iniciativa se han ido sumando cientos de científicos de todo el mundo motivados por responder esa pregunta milenaria. Pero hasta ahora, cinco décadas después de ese primer intento, sólo han dado con falsas alarmas. «No hemos encontrado todavía ninguna evidencia concluyente de vida más allá de la Tierra», dijo a SEMANA Seth Shostak, astrónomo del instituto Seti.

Seti hace esta búsqueda rastreando señales de radio en el espacio, con base en la hipótesis de que si hay vida inteligente, esos seres de otros mundos estarían interesados en un contacto. «Todos los astros emiten radiación que se conoce como natural. Pero si se detectara una señal, por ejemplo de microondas, podría venir de civilizaciones en el espacio», dice Germán Puerta, director del Planetario Distrital. Los científicos de Seti también lanzan señales al espacio con la esperanza de que otros las capturen.

Que no hayan encontrado evidencia alguna en 50 años no es un problema para los expertos. Según ellos, durante este tiempo apenas han escuchado señales de 750 estrellas vecinas, lo que representa un número muy pequeño de los cientos de miles de millones que existen sólo en la Vía Láctea. «No podemos descorazonarnos. Sería equivalente a buscar canguros en Australia, pero darnos por vencidos después de mirar sólo una hectárea de tierra», dice Shostak. El otro gran inconveniente es que no es posible superar la velocidad de la luz. Hace apenas 50 años fueron enviados los primeros mensajes terrícolas, lo que significa que «apenas han viajado por una mínima parte de la galaxia», dice Puerta.

Aunque se trata de una misión muy frustrante, la actividad sigue recibiendo apoyo del sector privado. Paul Allen, socio de Bill Gates en Microsoft, donó una fortuna para instalar en California 42 antenas que ya están tras la pista de vida extraterrestre. Cuando se complete, el Allen Telescope Array contará con 350 platos, cada uno de seis metros de diámetro. Y gracias a una iniciativa conocida como Seti@home, apoyada por la Universidad de Berkeley, la búsqueda se ha desplazado a los hogares, en donde cualquier individuo con sólo bajar un programa puede permitir a estos científicos usar el poder de su computador mientras no lo está usando, para que procese datos de los telescopios. Se estima que 50 millones de personas se han unido a esta iniciativa, lo que ha dado lugar a la más poderosa computadora del planeta.

Y es que el hecho de que no se haya encontrado evidencia de vida no significa que el ser humano esté solo. Los recientes hallazgos de rastros de agua en la Luna y la sospecha de que en Europa, la luna de Júpiter, habría más agua que en todos los océanos de la Tierra explican todo ese entusiasmo, porque «donde hay agua hay vida», dice Gregorio Portilla, del Observatorio de la Universidad Nacional. Marte, que había sido descartado por ser un ’peladero’, hoy es el foco de atención por la misma razón. Aunque todavía se debate su origen, el meteorito proveniente de este planeta, que fue noticia en 1997, al parecer contiene fósiles de bacterias marcianas. Así mismo, con el hallazgo de que ciertas bacterias pueden sobrevivir en condiciones extremas, se asume que en el subsuelo del planeta rojo podría haber alguna forma de vida. «Es cuestión de tiempo», dice Shostak, quien cree que con mejor tecnología «la búsqueda se expandirá en las próximas décadas».

A nivel microcelular, la vida podría ser muy común en el espacio. Y aunque Seti también busca bichos extraterrestres, el premio gordo es encontrar a seres más complejos. Pero todo indica que la inteligencia sería más escasa. «Muchos creen que los eventos que llevaron a la formación de vida inteligente en la Tierra son raros, producto de una serie de accidentes», señaló a SEMANA Steve Brenner, autor del libro Life, the Universe and the scientific method. Aún más, algunos sostienen que la inteligencia es escasa en el universo, no tanto porque no se den las condiciones, sino porque cuando surge se autodestruye en cuestión de siglos. «Nuestra civilización ’inteligente’ ha creado el calentamiento global y otras 1.000 maneras interesantes y creativas de exterminarse», dice Paul Davies, autor del libro The eerie silence.

Para establecer contacto, por lo tanto, ambas partes tendrían que buscarse y coincidir en un momento exacto, lo cual es muy poco probable. Otra posibilidad es que los extraterrestres hayan tratado ya de hacer contacto, pero con formas de comunicación que los humanos no comprenden. Lo mismo podría pasar en caso de que seres de otros mundos interceptaran la nave Voyager, lanzada en 1977 con grabaciones de 54 lenguajes, sonidos de ballenas y música de Mozart, pues para escucharla necesitarán un tornamesa para discos de vinilo. Pero el caso más humillante sin duda sería aquel en el que los extraterrestres inteligentes sepan de la existencia de los seres en la Tierra y simplemente no estén interesados en establecer un contacto porque «les par ecemos feos, estúpidos o aburridos», dice Davies.

En lo que coinciden todos es en que de haber vida inteligente probablemente no será como la han descrito las películas de Hollywood: seres verdes, bajitos, de ojos salidos y alopécicos. Más bien creen que serían máquinas pensadoras, algo así como «supercomputadoras inmunes a la muerte y al deterioro».

Lo único cierto es que cualquiera que sea el resultado de la búsqueda, lo más probable es que tenga un impacto en la vida de la humanidad a largo plazo, tal y como lo hicieron las teorías de Darwin y de Newton. «Si el ser humano es la única vida inteligente -dice Portilla-, nos haría pensar que somos criaturas extremadamente valiosas». Pero ¿y si el planeta está rodeado de civilizaciones de extraterrestres? Como diría Arthur C. Clark alguna vez: «A veces pienso que estamos solos y a veces que no. En cualquier caso, la idea es asombrosa».

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