Los despreciados
La exposición de las obras de Ramón Barba y Josefina Albarracín, en el Museo de Arte y Cultura Colsubsidio, es para no perderse: ellos dos son los verdaderos nuevos nombres del arte colombiano. El año pasado hubo un récord extraño: el artista manizaleño Alipio Jaramillo se convirtió –después de Botero– en el colombiano más caro en una subasta de Christie’s. Una pintura suya, 9 de abril, fue vendida por 110.500 dólares. Alipio era parte de una generación que sufrió el desprecio de la crítica argentina Marta Traba. “Ella lo único que hizo con su bla-bla-bla fue dejar bobos a una partida de provincianos melenudos, elogiar a cuatro firmas y atacar con sorna a los que no le caían bien”, dijo Alipio en 1998, el año en que, por una exposición curada por Álvaro Medina en el Mambo –‘En el umbral de la modernidad’–, empezó la revancha de su generación. En su momento, Marta Traba apostó (y apostó bien) por Botero, Grau, Obregón, Negret y Ramírez Villamizar, entre otros titanes del arte colombiano, pero en su afán de imponerlos hizo que todo el arte que se había hecho antes de ellos se viera ridículo, atrasado y poco sofisticado; la modernidad había llegado a Colombia y las pinturas de campesinos de Jaramillo o las esculturas de Ramón Barba y Josefina Albarracín eran demasiado “sociales”. Marta Traba también despotricó de los muralistas mexicanos, pero en México, por supuesto, nadie le prestó atención y los precios y el mercado de Orozco, Siqueiros y Diego Rivera siguen tan sólidos como hace 50 años. En Colombia, no. En los años 70 no había coleccionistas fuertes ni críticos que le hicieran una oposición seria a Marta Traba y sólo hasta ahora estos artistas –entre los que brillan Rómulo Rozo o Ignacio Gómez Jaramillo– han empezado a ser rescatados del olvido y a tener el lugar que se merecen. Ahora, el turno es para Ramón Barba (1892-1964) y Josefina Albarracín (1904-2007), en el Museo de Arte y Cultura Colsubsidio. La obra de esta pareja de escultores había permanecido escondida en una casa del barrio Santafé, bajo la custodia de su hijo, Julián Barba. “La última voluntad de mi papá fue que su obra no se dispersara, por eso nunca he vendido sus piezas individualmente, ni las de él ni las de mamá”. Y gracias a esa terquedad, esta exposición es una muestra completa del trabajo de ambos. Y es una maravilla. Hay bustos de madera de personajes como el caricaturista Ricardo Rendón o Jorge Eliécer Gaitán, pero también de jornaleros y cargueros de plaza de mercado. En el caso de Barba, lo más impactante son las manos y los pies de sus personajes: siempre son exagerados, fuertes y descomunales; en el caso de su esposa, hay una obra en especial que vale la pena ver: un animal fantástico, entre cerdo, hipopótamo y caballo, que hizo en homenaje al Bosco. Es una exposición para no perderse: ellos dos son los verdaderos nuevos nombres del arte colombiano.
Fernando Gómez. El Tiempo. 2 de abril de 2011. Página Editorial.