Guillermo Guevara Pardo, Abril 29 de 2012
El pasado 25 de abril se celebró el Día Mundial contra la Malaria (instituido en 2007), enfermedad infecciosa producida por un microorganismo llamado Plasmodium y transmitido a través de la picadura de la hembra infectada del mosquito Anopheles. En el año 2010 la malaria o paludismo afectó a 216 millones de personas en el mundo y mató a 655 mil de ellas. Por causa de esta infección mueren en el planeta 1.400 niños diariamente. La “mala aria” (del italiano antiguo, “mal aire”) es una enfermedad que puede prevenirse y curarse con un diagnóstico temprano y un adecuado tratamiento farmacológico, pero desafortunadamente gran parte de las poblaciones afectadas por este mal habitan en países y regiones con escaso acceso a los servicios de salud, que generalmente han sido privatizados y convertidos en jugosos negocios para llenar los bolsillos de unos pocos. La enfermedad se ha ensañado especialmente entre los pobres más pobres del continente africano.
La población de 21 países americanos está expuesta a la posibilidad de contraer paludismo. En Colombia esta patología es endémica en gran parte del territorio nacional: 85 por ciento de él se localiza por debajo de los 1.500 metros sobre el nivel del mar, donde se dan las condiciones ecológicas ideales para la proliferación del mosquito transmisor, estando en riesgo de infección unos 25 millones de personas y causando alrededor de 8 muertes por cada 100.000 habitantes. Las especies Plasmodium vivax y P. falciparum son las principales causantes de malaria en el país; últimamente se ha reportado un preocupante incremento en la incidencia de este mal, especialmente el causado por el falciparum. La vida de estos microorganismos transcurre en un complejo ciclo vital entre el mosquito y, el hígado y la sangre del paciente infectado.
El conocimiento científico permitió el desarrollo de diversos tipos de medicamentos para controlar las infecciones de origen viral y bacteriano: antibióticos, antivirales, vacunas, etc. La vacunación masiva llevó a la Organización Mundial de la Salud, en la década de los años 1970, a declarar libre a la humanidad del flagelo de la viruela; se espera el mismo destino para otras enfermedades como la poliomielitis y el sarampión. No podía ser la excepción el reto plantado por el Plasmodium, aunque en este caso se trata de una entidad biológica de una complejidad mucho mayor. Ante el fracaso de los primeros intentos por combatir el paludismo (irradiando con rayos X mosquitos infectados) científicos de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia y Australia se lanzaron tras la búsqueda del santo grial de la vacuna antimalárica. No siempre fueron motivos altruistas los que impulsaron esta empresa de la ciencia, pues tras el desarrollo de dicha vacuna “están los más altos intereses económicos y políticos”, ha declarado el doctor Ismael Roldán exdecano de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia. Las fuerzas armadas estadounidenses fueron favorecidas con aportes de cientos de millones de dólares para financiar la investigación durante la guerra de agresión contra el pueblo de Vietnam.
A esta quijotesca empresa ha dedicado gran parte de su vida el inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo cuyo intento consiste, grosso modo, en construir químicamente una proteína sintética que sea capaz de estimular en el paciente la respuesta necesaria para controlar cualquier forma del Plasmodium infectante. El doctor Patarroyo realizó ensayos durante los años 1980, de resultados variables, con una primera forma de su vacuna sintética denominada SPf66. Actualmente cuenta con una versión mejorada de la misma a la que ha llamado COLFAVAC (Colombian Falciparum Vaccine).
Que la vacuna del científico colombiano funcione o no, depende de su puesta en práctica, es decir, midiendo el grado de protección que brinde a los seres humanos, especialmente en niños, así como de otras variables relacionadas con ella. Pero sí es una infamia que Patarroyo no haya podido probar su vacuna por falta de presupuesto. En 2011 no recibió ningún aporte y para febrero de este año le habían girado únicamente 160 mil dólares. Para contrastar: mientras que para las otras investigaciones se han destinado 8 mil millones de dólares, para la del colombiano se han invertido apenas 45 millones. Patarroyo reclama financiación adecuada para poder adelantar su trabajo de investigación y ha recordado que la vacuna era un “proyecto de Estado”, hasta cuando el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010) disolvió la inversión en ciencia y dejó en cero la ayuda a la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia. Pero la situación no ha cambiado radicalmente con el mandato de Juan Manuel Santos, pues mientras en las naciones desarrolladas ciencia y tecnología andan en el tren bala, las medidas económicas que últimamente ha tomado el actual gobierno las obligan a viajar sobre una destartalada carretilla.
Este es un ejemplo más de la condición de atraso científico y tecnológico a que quieren someter el país las élites neoliberales que malgobiernan esta nación. Una demostración patética de que sin fuertes aportes estatales no puede haber educación y ciencia de calidad. La minoría detentadora del poder no está interesada en el desarrollo de la ciencia y la tecnología para Colombia. Imitan la colonial frase de Pablo Morillo: ¡Colombia no necesita sabios! Todo lo han entregado en los inequitativos TLC, especialmente en el concertado con Estados Unidos.
La “manguala nacional” santista ha armado tremenda alharaca porque ha decidido destinar el 10 por ciento de las regalías para apoyar el trabajo de los científicos colombianos. Pero la realidad es otra: los dineros se van a repartir con criterios que no tienen nada que ver con las necesidades del desarrollo científico del país. Por ejemplo, cuatro departamentos (Arauca, Putumayo, Guainía y Vaupés) donde no existe un solo grupo de investigación registrado ante Colciencias, recibirán 50 mil millones de pesos mientras que a Bogotá, donde hay 2.251 grupos de investigación, le corresponderán apenas 19 mil millones. Córdoba, donde hay 69 grupos registrados, recibirá la mayor tajada: 55.000 millones. Además, para mayor desgracia, los proyectos de investigación deben ser concertados con los políticos regionales.
A pesar de todo hay que continuar en la lucha por alcanzar un desarrollo científico digno, independiente, que esté al servicio de las necesidades del país así por el momento la ciencia nacional esté condenada a saborear apenas una pizca de la mermada mermelada de las regalías.