Manojo de silencios para Gonzalo Rojas
Palabras leídas por el poeta colombiano, Juan Manuel Roca, en las exequias de Gonzalo Rojas.
Si hay algo a lo que siempre se opuso Gonzalo Rojas fue a convertirse, como tantos otros peregrinos de la poesía, en un novio de la muerte. Para ello, no se blindó con la coraza del miedo sino con la razón de quien sabe sacar del socavón de los días, como lo hacía su padre minero, trozos de luz para ayudarnos a habitar, por un tiempo más, el oscuro laberinto. Creo que Gonzalo sigue ejerciendo su carácter libertario, ese que lo llevaba a festejar la infancia del relámpago, su fugacidad atronadora. “Los días van tan rápidos”, solía decir, devorado por un hambre de lejanía y una sed de mañanas. Volvemos a su poesía como se vuelve a un pozo de amor y libertad. Ahora mismo esconde tras su sonora risa, un par de alas, la voz de quien oficia la religión sin feligreses que es la verdad. Una verdad pulsada y diseminada sin otro beneficio que agitarla, una verdad inventada a riesgo de ser declarado reo ausente de la más mísera realidad. Por esa vocación de habitar y ser habitado por la verdad y por los otros, es por la que pudo expresar con llaneza su “Paul Celan soy yo”, como poniéndose en la piel de uno de los amenazados por las manos sucias y necrosadas del nazismo. Por esa misma vocación siempre sostuvo un pulso con los que se abrogan el derecho a matar o desaparecer, decisiones que toman mientras miran con impaciencia su necrómetro. Nunca, antes de que me tropezara con Gonzalo Rojas me encontré con alguien tan indiviso entre el decir y el hacer. Entre el hablar y la escritura. Entre el pecho bien habitado y el ademán fraterno y generoso que tenía para sus congéneres poetas. En uno de sus tantos espléndidos poemas, Cuerdas inmóviles, nos conmina ante el ausente a no llorar, “¿qué sacan con llorar?, /con ser, qué sacan?, el resurrecto es otra cosa/ y ahí va remando despacito”. ¿Por qué no pensar que Gonzalo Rojas rema ahora despacito, como un barquero de sí mismo? Yo lo veo al remo de sus versos, de esa gran barca de imágenes espléndidas con las que nos dotó para el camino. Gonzalo, aunque usted nunca entendió la poesía como un ejercicio de mesianismo, bueno es decirle que más que como una prótesis, que más que como un remedio de un viejo terapeuta de los caminos, su palabra y sus sonoros silencios viven en nosotros, hasta nueva orden.
Juan Manuel Roca