Por: Duberney Galvis Cardona.
A mediados de marzo, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, hizo un llamado al cese de hostilidades en los países en guerra. Advirtió la vulnerabilidad de mujeres, niños y desplazados, y agregó que en estos países los sistemas de salud están colapsados. Para atender la pandemia, llamó a silenciar las armas, detener la artillería y poner fin a los ataques aéreos. Hizo énfasis sobre la situación en Yemen.
Allí en Yemen, sobre la península arábiga, los rebeldes Hutíes sostienen un conflicto armado contra la intervención de la coalición árabe encabezada por Arabia Saudita, que intenta devolver al poder al aliado del reino, el derrocado al-Hadi, que había tomado el poder de Ali Saleh, quien fungía como presidente hasta la llegada de la Primavera Árabe. Tan dispar es el conflicto, que la ONU investiga hechos relacionados con crímenes de guerra por parte de la coalición. Hasta agosto del 2018, tuvieron lugar más de 60 ataques directos sobre áreas pobladas, mercados, medios de transporte de pasajeros, escuelas y hospitales. El ataque más reciente, ocurrió en febrero de este año, cuando un bombardeo mató a 31 civiles e hirió a 12 (Informe Lise Grande, coordinadora humanitaria de Naciones Unidas en Yemen). Extraoficialmente se reportan varios ataques aéreos en mayo.
Las víctimas, según informe encargado por la ONU, a expertos de la Universidad de Denver, y de la escuela Josef Korbel de Estudios Internacionales, citado por la Sra. Mele Colifa, en la 8525ª sesión del Consejo de Seguridad, al cierre del 2018, superó las 230 mil personas muertas y en el escalafón de la crueldad, más de la mitad eran niños menores de 5 años.
Pero las balas no son la única causa de muerte. Las penurias turnan el sonido de los aviones cazas con el crujir de los moribundos estómagos. Más de ocho millones de personas, el equivalente a toda la población de Bogotá D.C, padecen una emergencia alimentaria, es decir, comen una vez al día o se acuestan sin comer. 1.8 millones de niños sufren desnutrición aguda y a diario unos 400.000 enfrentan la desnutrición aguda grave. Cada año mueren 30.000 por malnutrición y otros miles a causa de enfermedades prevenibles (Datos ONU a noviembre 2018). Para mejor entender, Yemen, siguiendo recomendaciones del FMI y al Banco Mundial, a mediados de los ochenta, aplicó a plenitud el libre comercio. Esto acrecentó la dependencia de las importaciones, situación que empeoró a niveles de la actual hambruna, debido a bloqueos navales que aplica la coalición saudí.
Por ende, masificado el COVID-19, más voces mundiales claman el cese al fuego en la vulnerable población yemení. La carencia de equipos sanitarios es elevada y la transmisión comunitaria se extiende. Pero la coalición árabe, pone oídos sordos, en la práctica no ve obstáculo en la expansión de la pandemia en Yemen. La muerte por coronavirus del enemigo, fácilmente podrían balancearla como un atenuante.
Y tal catástrofe no podría extenderse sin los países de occidente. Estados Unidos es el principal vendedor de armas a Arabia Saudita, incluso aprovisiona de combustible en vuelo, a los aviones tipo caza que hacen parte de los bombardeos. Y aunque el Congreso estadounidense se opone, Trump ha mejorado el negocio al que Obama, con menos reflectores, le dio luz verde. E Inglaterra, incluso forma militarmente a la nobleza árabe. Y el parlamento alemán, tras el asesinato de Jamal Khashoggi a manos de Arabia Saudita, votó contra la venta de armas al país árabe. No obstante, Alemania le busca la comba al palo a través de empresas franco germanas. Por allí comercializa las armas que terminan llegando a los Emiratos Árabes, que hace parte de la coalición, y si un día las acciones legales no permiten embarcar las armas en Francia, estas son dirigidas hasta puertos de Bélgica. También en puertos de España, bajo el gobierno socialdemócrata de Sánchez, los buques las cargan con destino a Arabia. Así burlan Estados Unidos y sus socios, el Tratado sobre Comercio de Armas.
Entre tanto la coalición árabe, justifica los crímenes como respuesta al apoyo de Irán a partidarios del expresidente Saleh y los rebeldes. Y si bien los iraníes son rival directo en la región, cierto es que el asunto principal tiene que ver con el estrecho de Mandeb, que separa a África de Asia, entre las costas de Yibuti y Yemen, respectivamente. De importancia superlativa para controlar el transporte de flotas armadas, de petróleo, gas, y otras mercancías sobre el Océano Indico, por el Golfo de Adén y el Mar Rojo y de éste con el Mar Mediterráneo. De modo que el asunto no puede ser reducido a un lamento entre árabes. En realidad es la ‘puerta de las lamentaciones’ geoestratégicas.
Siguiendo este curso, el conflicto opera en la lógica del “libre mercado” fluyendo a cualquier costo, en este caso la pandemia. La coalición emiratí demanda munición de todos los calibres, paga millones de dólares por ellos, y los vendedores no van por ahí exigiendo que los clientes dejen de usar las mercancías, menos aún, con las llaves del estrecho en juego. Similar rasero aplica para conflictos que en épocas del Covid-19, continúan en Siria; y en Libia, en el que intervienen miembros de la OTAN en busca del reparto del botín y comercializando gatillos, por ahora, en orillas distintas.
Nos corresponde entonces al grueso de la humanidad, llamar a la paz mundial. Insistir que lejos estamos de tal anhelo mayoritario, mientras el ala estadounidense aletee sobre los conflictos internos de las naciones. La barbaridad se acentúa tras las crisis, cada traspié del capital financiero mundial encuentra en la intervención armada la recuperación del flujo de caja de algún mercado. El mundo necesita la paz, y la posición hegemónica de Estados Unidos, es el mayor obstáculo.