Guillermo Alberto Arévalo
En este 2009, por extraña casualidad, se cumplen aniversarios de dos memorables poetas: Jorge Artel y Candelario Obeso. El primero nació en 1909, en Cartagena, y Obeso en 1849 en Mompox. Cien y ciento sesenta años de memorias negras convertidas en versos. Candelario Obeso, de origen humilde y menospreciado por nuestra crítica literaria, probó “el pan duro”. Como lo relata en un hermoso prólogo a sus Cantos Roberto Burgos Cantor, entre las tareas escolares su padre le encontró versos, le estrelló (…)
En este 2009, por extraña casualidad, se cumplen aniversarios de dos memorables poetas: Jorge Artel y Candelario Obeso. El primero nació en 1909, en Cartagena, y Obeso en 1849 en Mompox. Cien y ciento sesenta años de memorias negras convertidas en versos.
Candelario Obeso, de origen humilde y menospreciado por nuestra crítica literaria, probó “el pan duro”. Como lo relata en un hermoso prólogo a sus Cantos Roberto Burgos Cantor, entre las tareas escolares su padre le encontró versos, le estrelló los papeles en la cabeza y le dijo que eso era lo que comían los poetas. Fue sin embargo traductor del Otelo de Shakespeare, y de genios como Musset, Víctor Hugo, Tennyson y Longfellow, entre otros. Hoy en día no son asequibles sus versiones; así mismo una Gramática de la lengua castellana. Sin embargo escribió su poesía no en el español de los dominadores sino en el lenguaje de su tierra, de su gente. Para algunos, es difícil entenderlo cabalmente, pero existen ya versiones actualizadas de sus Cantos populares de mi tierra, en los cuales vertió toda la ternura, el idioma, la sensibilidad, la picardía y el lirismo de su raza. Vivió escasos treinta y cinco años, pero además de gran poeta fue maestro de escuela, tesorero municipal de Magangué, militar, político, tentador del suicidio, andariego, enamoradizo, prisionero, dramaturgo, autor de textos pedagógicos y novelista.
En su época predominaba la poesía romántica. Él no quiso seguir la corriente. Dijo: “Había de comenzarse por imitar el brote espontáneo del sudoroso montaraz que compone coplas jocosas y les adapta música peculiar para endulzar las horas de fatiga; mientras derriba con el hacha el árbol centenario, impulsa con la pesada palanca la piragua aborigen”. Hasta Jorge Isaacs reconoció en su momento el valor de su poesía popular, y en María se recogen, con variantes y sin cita, versos de la ya famosa “Canción del boga ausente”, esa que comienza:
Qué triste que está la noche;
La noche que triste está
Y termina:
Así es de oscura la ausencia.
¡Bogá, bogá!
Por cierto, es un poema dedicado a Caro y Cuervo. Jorge Artel fue oriundo de Cartagena de Indias. Aparte de su libro más conocido, Tambores en la noche, escribió Sinú, Riberas de asombro jubiloso, Coctel de estampas, y Poemas con botas y banderas. Pocos de ellos fueron acogidos por las editoriales. El primero, publicado en 1940, le mereció de parte de Eduardo Carranza el título de “primer gran poeta marino de Colombia”. Se nutrió de una tradición que incluye a Luis Palés Matos, el norteamericano Langston Hugues y su amigo personal, el cubano Nicolás Guillén.
Aún viven en Cartagena ancianos que narran sus encuentros con Guillén, durante las noches, recostados en las palmeras de la playa, alternando un poema y un ron hasta quedar dormidos bajo la brisa marina.
En su poema “Credo”, que inicia diciendo “En el nombre de Lenin / Padre de la historia”, culmina con un fervoroso llamado a la Libertad:
Creo en la insurrección de las colonias,
Curazao, Trinidad, Martinica, las Guayanas,
Y de todos los pueblos sojuzgados;
En la libertad de Puerto Rico,
Indochina, Formosa, Corea, La India y África.
Todavía faltan por cumplirse algunos de sus sueños.
Pero este es el año para rendirles homenaje a los dos grandes poetas negros de nuestra patria, por encima de las celebraciones festivaleras que pretenden apropiárselos. Ellos son del pueblo y para el pueblo.