Por Germán Uribe
Semana.com
Diciembre 27 de 2013
Las trabas que se le vienen creando dan la sensación de que se quiere el cierre de su laboratorio. ¿Qué papel juegan en esto las transnacionales farmacéuticas?
Foto: SEMANA
Es sabido que de tiempo atrás, 33 años para ser precisos, el doctor Manuel Elkin Patarroyo, un científico inmunólogo y virólogo colombiano que ha puesto al país en un lugar de privilegio tanto en universidades como en las comunidades científicas de todo el mundo con sus investigaciones y contribuciones sobre el lupus, la leucemia, la tuberculosis, la lepra y la fiebre reumática, entre otras enfermedades, viene librado una fuerte batalla para consolidar su vacuna sintética contra la afección de la malaria. Sobre sus trabajos y estudios con resultados sorprendentes, es más lo que nos podemos informar en medios o publicaciones científicas de otros países que en fuentes nacionales. Al menos eso me ocurrió cuando algún día me dio por saber más a fondo de su trayectoria.
En estos días Patarroyo hizo noticia -¿noticia? No, una breve nota en Caracol Radio y un reportaje con El Tiempo- a raíz de la decisión del Consejo de Estado de impedir definitivamente la captura y uso de primates en las investigaciones que su laboratorio desarrolla en la búsqueda definitiva de la vacuna contra la malaria. Pues bien, el científico, sin mayor eco en las autoridades colombianas, denunció que tal medida frena unos ensayos que están a 18 meses de su feliz término, y que como es de suponer, podrían muy seguramente salvar la vida de millones de personas que en los 5 continentes sufren de la malaria y la tuberculosis. “Se aleja la posibilidad de evitar la muerte de un millón de niños por malaria al año y de descubrir las reglas para desarrollar vacunas contra enfermedades que matan a 17 millones de personas anualmente”, dice. Y sobre esta renuencia persistente a facilitarle los instrumentos requeridos para su labor científica y humanitaria, tanto en lo económico como en lo experimental con animales, pienso que definitivamente hay detrás una mano oscura organizada y bien instrumentada por la publicidad y los medios disfrazada con el nombre de empresas privadas multinacionales dedicadas a la producción de medicamentos bajo el denominativo mercantil de farmacéuticas.
Dramáticamente el doctor Patarroyo pega un grito que nosotros recogemos con el propósito de solidarizarnos con su causa, confiando en que nuestra voz de repudio y protesta alcance los oídos de autoridades determinantes u organismos gubernamentales o privados que puedan influir para que estos proyectos suyos no se detengan.
Tras aseverar que diferentes conceptos muy serios comprobaron que con sus trabajos no se estropearon los bosques ni el hábitat normal de los primates reclama abrumado: “Dicen que nos asignan el 80 por ciento del presupuesto nacional de ciencia, y lo cierto es que en los últimos tres años no hemos recibido un solo centavo. Primero nos quitaron el laboratorio, nos embargaron, retiraron el presupuesto y ahora el Consejo de Estado no quita la única posibilidad de terminar esta investigación”
Y es que desde hace mucho tiempo la opinión pública y nosotros mismos hemos venido siendo testigos mudos de las dificultades y trabas que constantemente se le vienen creando. Tal es la insistencia en ello, en frenarlo torpedeándolo, que en el ambiente queda la sensación de que, o se le quiere expatriar con todo y sus “delirios” científicos, o simplemente se pretende que cierre definitivamente su laboratorio. Y esto, evidentemente, no se puede entender sin que de por medio no haya algún interés superior que como en casi todos los casos obedece a interese económicos.
¿Será acaso que sus anhelos de salvar vidas a una gran masa humana empobrecida, enferma y sin esperanzas a costos muy inferiores a los especulativos de las grandes transnacionales farmacéuticas nos da la respuesta que estamos buscando?
Por ello bien vale la pena desentrañar a quiénes en concreto sirve esta perversa persecución.
Naturalmente que el gran público, aquel que compra y paga los costosísimos medicamentos mientras llena las arcas de sus fabricantes, desconoce que estos hacen parte de un mercado de “libre” oferta y demanda que, sin embargo, dentro del sistema capitalista en el cual se mueven, es a través de sus influencias con los gobiernos que consiguen las mayores ganancias en sus ventas, llegando a la conformación de monopolios que les dejen a su capricho la regulación de los precios y al alcance de la mano toda clase de marrullerías tanto en los costos de materias primas que deben consumir, como en las ventas de los productos ya elaborados.
Y Es así como estas multinacionales farmacéuticas, cuyo único interés son los beneficios económicos propios, vienen desplegando dos estrategias diabólicas:
Primero, amparadas en la publicidad y con la complacencia de los medios periodísticos que ellos mismos ayudan a financiar, crean enfermedades a las cuales de inmediato ofrecen remedios. De cuando acá, por ejemplo, y quién dijo que así era, ¿el embarazo es una enfermedad? Pues estos pulpos de la industria de los fármacos nos vendieron tal idea y de ñapa nos ofrecieron muchas otras. El periodista alemán Ray Moynihan en su libro “Medicamentos que nos enferman”, nos aclara con suma lucidez lo que él define como enfermedades inventadas y que no son otras que aquellas que “transforman procesos naturales o etapas de la vida normales en algo que debe recibir medicamentos”, y enumera, entre otras, la menopausia, la disfunción eréctil, el colesterol, la calvicie, la timidez, la tristeza, la baja estatura, la pereza, la disfunción sexual femenina, el aumento de peso, la osteoporosis y la andropausia, rematando: “La mayoría son empresas farmacéuticas y grupos de médicos que aumentan síntomas o crean dolencias. Es un negocio. Para cada droga inventan un mal. Procesos normales como el envejecimiento, el embarazo, el parto, la infelicidad o la muerte, tienen un fármaco a su servicio.”
En segundo lugar, dirigen sus baterías de guerra con quien ose proponer soluciones a bajo precio para combatir enfermedades, esas si reales. Y para este segundo caso, Patarroyo y su equipo muy probablemente vienen siendo una de sus tantas víctimas.
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