Poemas de Gonzalo Rojas
¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes, o este sol colorado que es mi sangre furiosa cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo, repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
CARBÓN
Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho, lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces, cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
Es él. Está lloviendo. Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor a caballo mojado. Es Juan Antonio Rojas sobre un caballo atravesando un río. No hay novedad. La noche torrencial se derrumba como mina inundada, y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón, dame esa luz, yo quiero recibirlo antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino para que se reponga, y me estreche en un beso, y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso contra la explotación, muerto de hambre, allí viene debajo de su poncho de Castilla.
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa de roble, que tú mismo construiste. Adelante: te he venido a esperar, yo soy el séptimo de tus hijos. No importa que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años, que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto, porque tú y ella estáis multiplicados. No importa que la noche nos haya sido negra por igual a los dos.
Pasa, no estés ahí mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.
UNA VEZ EL AZAR SE LLAMÓ JORGE CÁCERES
Una vez el azar se llamó Jorge Cáceres y erró veinticinco años por la tierra, tuvo dos ojos lúcidos y una oscura mirada, y dos veloces pies, y una sabiduría, pero anduvo tan lejos, tan libremente lejos que nadie vio su rostro. Pudo ser un volcán, pero fue Jorge Cáceres esta médula viva, esta prisa, esta gracia, esta llama preciosa, este animal purísimo que corrió por sus venas cortos días, que entraron y salieron de golpe desde su corazón, al llegar al oasis de la asfixia. Ahora está en la luz y en la velocidad y su alma es una mosca que zumba en las orejas de los recién nacidos:
¿Por qué lloráis? Vivid. Respirad vuestro oxígeno.
Gonzalo Rojas (Lebu, 20 de diciembre de 1917 – Santiago, 25 de abril de 2011)
Extraído del blog de Santiago Espinosa, http://www.hojablanca.net/categoria…