La Jornada, noviembre 17 de 2013
Alexandr Serguiévich Pushkin (Moscú, 26 de mayo de 1799-San Petersburgo, 29 de enero de 1837, 6 de junio y 10 de febrero, según el calendario gregoriano ruso) es el poeta símbolo de Rusia, el más grande por su dimensión histórica: fundó no solo la época de oro de su literatura sino, prácticamente, la lengua rusa actual.
Adelantó al modernismo casi cien años (Ruslán y Liudmila, La leyenda de la zarina muerta y los siete caballeros, Cuento sobre el zar Saltán, etcétera), volvió al idioma de los muzhiks (campesinos), y al extremo cortesano, pesadamente litúrgico, una lengua sumamente musical y bella, ligera, versátil, de infinitos destellos significantes: la economía de Pushkin es mayor que la de Shakespeare. Más notorio si vemos que no había una tradición (el inicio poético fue el griego), pues los cultivados –incluyéndolo– escribían y hablaban en francés (la invasión napoleónica acendró el nacionalismo). Hacía poco, Mijaíl Lomonósov había logrado configurar el alfabeto. Pushkin asentó el diccionario, su lengua al fin se hizo literaria, clásica, elegante. Así –su nombre significa trueno de cañón– irrumpe explosivamente inaugurando el espíritu y la saga moderna rusos. Para Nikolai Gógol (ni él supera los cuentos en verso de Pushkin) era un extraordinario fenómeno, único del espíritu ruso, “el ruso en el grado de desarrollo que alcanzará quizás dentro de doscientos años”. La preceptiva contemporánea rusa se despliega de esta genial fundación, su gran tradición poética se basa en él (Blok, Tsvetáieva, Mandelshtam, Pasternak, Brodsky…). El mago saltó de golpe hasta el clasicismo, el romanticismo, el realismo y la modernidad. Los antecesores: como Lomonósov (“nuestra universidad”: Pushkin) balbuceaban una métrica medieval en comparación con el lujo extraordinario de la musicalidad y profundidad conceptual (en la forma más sencilla) del demiurgo que sobresaliendo entre sus contemporáneos fundadores (Zhukovsky, Koltsov, Baratinsky, Tiutchev) inauguró todo: la novela (La hija del capitán –nueva prosa rusa–, Yevgeni Onegin –en verso–, etcétera), el teatro (Mozart y Salieri, Borís Godunov –en prosa y en verso–, entre otras), la crítica (contra Hegel, verbigracia), la crónica histórica. Y participó en la primera gran revolución, el movimiento patriótico democrático de los decembristas (Pushkin se salvó de la tragedia porque andaba de juerga con unos gitanos y no se enteró de la fecha del levantamiento donde murió la mayoría de sus amigos, la flor de la aristocracia eslava que buscaba abolir la esclavitud de los muzhiks. Una amiga gitana, al leerle la mano, le dijo que no regresara a la ciudad, la misma que predijo y quiso evitar su muerte posterior). La destrucción de su correspondencia con importantes intelectuales y revolucionarios evitó que la policía zarista rastreara a los otros inconformes. Por todo esto se ganó la enemistad del zar y, siendo aristócrata (bisnieto de un esclavo abisinio arrebatado a los turcos que por su gran inteligencia, Pedro el Grande, hizo cortesano), las intrigas morbosas de la corte. El padre de la poesía y la lengua rusa actuales, que no era agraciado físicamente, se había casado con la misma belleza: Natalia Goncharova. Sus agudos epigramas antizaristas se difundían fervorosamente entre los jóvenes nobles revolucionarios. Nicolás I, perdonándolo (su predecesor lo había deportado al Cáucaso) pero censurándolo, trató de reconciliarse con la opinión pública. El duelo contra el apuesto oficial francés, hijo adoptivo del embajador holandés (en realidad asesino a sueldo) D’ Anthés, se urdió a costa del supuesto romance de éste con la joven esposa del libre pensador: estos versos, de 1829, son del poema “Si aún paseo entre el tumulto”:”¿Veré en alguna lid mi muerte?/¿Quizás en viaje, o en el mar?/¿O en el vallejo aquel, por suerte,/Mis restos han de reposar?”
El poeta presentía su muerte (quizá ya estaba decretada por los límites extremos del destino del genio): se había ido a despedir de sus amigos, la gitana vio en la constelación de su mano el infortunio, el caballo se resistía a trotar, un gato negro cruzó por su camino. En Yevgeni Onegin –gran obra narrativa– Zaretsky (palabra que viene de zar) que entrega el desafío, pudo evitar el duelo –prohibido en el imperio–, pero no lo hizo, como el zar en la vida real, con esto se da otra premonición-sincronicidad entre la obra y la historia. El día del duelo es el 13 de enero (antiguo estilo), por esto también el 13 es un día de mala suerte en Rusia.
Formado en el Liceo Militar Imperial de Tsárskoye Seló, Pushkin alcanzó a disparar primero pero un botón desvió el acierto al corazón de su adversario. Las bajas murmuraciones que lo arrastraron a su destino fueron por envidia pero también por su quemante sol. El gobierno, temiendo una manifestación política durante el funeral trasladó el cuerpo en secreto, a medianoche, a un monasterio cerca de Mijáilovskoye, la hacienda de su madre, donde le dieron sepultura con la única asistencia de parientes y amigos: a pesar de todo, la gente se enteró. El único que se atrevió ‒contra la censura‒ a dar la noticia sobre su muerte, después de una agonía de cuarenta y ocho horas en que sobre todo disculpaba a su esposa Natalia, fue Andrei Kraievsky. En un suplemento, Los anexos literarios, escribió: “¡Se puso el sol de nuestra poesía! Ha muerto Pushkin, nuestro poeta, nuestra alegría, nuestra gloria popular.” En aquella época –a pesar de todo el intento de silenciar el asesinato– más de 32 mil personas se reunieron para estar junto al poeta. Su sucesor, por su grandeza poética y patriótica, Mijaíl Lérmontov (1814- 1841) saltó a la cúspide de la fama con “La muerte del poeta”: por este poema empezó a correr la misma suerte: primero fue deportado al Cáucaso, después asesinado en un duelo planeado y provocado por intrigas.
La inauguración de la literatura y la lengua contemporánea rusa es trágica, pero legendaria y deslumbrante.