Por: Francisco Carrión, El Mundo (España) 3 de febrero de 2019.
Trabajó hasta el final en las circunstancias más adversas, litigando con la destrucción del patrimonio
Lamia al Gailani era incansable. Fue una pionera, una de las primeras iraquíes en excavar en su propio país en busca de los restos de la Mesopotamia perdida. Una científica, educada en Reino Unido, que acaba de fallecer a los 80 años y que trabajó hasta el final y en las circunstancias más adversas, litigando con la destrucción del patrimonio y la labor científica que causaron la invasión de estadounidense de Irak y las huestes del autodenominado Estado Islámico.
«Las calamidades que han caído sobre Irak desde la primera guerra del golfo en la década de 1990, la destrucción de las antigüedades y el patrimonio de Irak son difíciles de cuantificar, especialmente después del saqueo del Museo de Irak y los sitios arqueológicos», reconoció Al Gailani hace cuatro años en una conversación con EL MUNDO, hasta ahora inédita. «Cada vez que rezaba por el patrimonio pensaba que sería la última vez», murmuró entonces, cuando la organización yihadista se cebaba con los principales yacimientos iraquíes.
Durante los tres años de autoproclamado califato, el IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) arrasó joyas del norte de Irak como Nimrud, capital del imperio asirio durante 150 años; Hatra, capital del imperio Parto; o las ruinas de Dur Sharrukin, efímera capital de la civilización asiria. Sus militantes también redujeron a escombros parte de la colección del museo de Mosul, el que fuera su bastión en suelo iraquí. «Con el IS estamos observando la destrucción de todos los santuarios islámicos e iglesias y por último el expolio de las estatuas en el museo de Mosul y Nínive. Es más de lo que puedo soportar. Mi primera reacción fue que no quiero ser iraquí», comentó Al Gailani a este diario.
Nacida en Bagdad en 1938, la precursora de la arqueología local creció en un país que ya no existe. Estudió en la Universidad de Cambridge y se curtió en el oficio como conservadora del Museo Nacional de Irak a partir de 1961. Fue uno de los miembros que en Tell al Dhibai descubrió un pueblo babilónico con zonas residenciales, un templo y un edificio administrativo. En sus entrañas se desempolvaron tablillas cuneiformes, incluida la que contenía el teorema de Pitágoras, dos mil años antes del nacimiento de Pitágoras.
En 1970, Al Gailani regresó a Reino Unido, donde se instaló para mejorar su formación y se doctoró por el instituto de Arqueología de Londres. Desde su refugio y con viajes esporádicos a Bagdad trató de impulsar la arqueología en mitad del aislamiento de Sadam Husein y el reguero de sanciones internacionales. En 1999, firmó junto a Salim al Alusi el ensayo «Los primeros árabes» sobre la arqueología de la cultura árabe en Mesopotamia.
Al Gailani se convirtió en una referencia internacional en el vasto legado de su patria, que una vez fue el centro del mundo. En el confín de sus desiertos y en las orillas del Tigris y el Éufrates sus habitantes levantaron un universo de frenéticas primicias: la primera rueda, el primer cálculo, la primera escritura labrada en tablillas de arcilla, la primera ciudad, el primer código legal, la primera bóveda, el primer calendario de 12 meses y 360 días, el primer servicio de correos, el primer arado o la primera moneda.
Cuando los yihadistas trataron de borrar la memoria de aquellas civilizaciones, Al Gailani levantó la voz para explicar lo que la Humanidad perdía en cada voladura. «El imperio asirio gobernó el mundo antiguo durante el primer milenio antes de Cristo, desde Persia, Turquía, el Levante, el Líbano hasta Palestina, el norte de Arabia e incluso Egipto. Fueron el super poder de la época. Aparecen mencionados en la Biblia e influyeron a los griegos, que en aquellos tiempos eran contratados como mercenarios por el ejército asirio. Así, la reina Samiramis en la mitología griega fue asiria», relató en la citada entrevista.
«Están usando la arqueología para aterrorizar al mundo y a modo de propaganda», arguyó tratando de buscar consuelo ante los fogonazos de devastación difundidos por los barbudos. Una de las tareas a las que dedicó los últimos años de vida fue la reconstrucción del Museo Nacional de Bagdad, víctima de un desolador expolio durante la invasión estadounidense de Irak en 2003. Al Gailani instruyó al equipo encargado de restaurar las piezas robadas y recuperadas para una reapertura que finalmente se celebró en febrero de 2015. Un año después, su firma también apareció en la inauguración de un nuevo museo en la ciudad de Basora, a 447 kilómetros al sur de Bagdad.
«Estaba muy interesada en divulgar y hacer accesible la arqueología a la gente corriente», admite su hija Nurah, quien heredó su pasión y trabaja como conservadora de la colección islámica del museo de la urbe escocesa de Glasgow. Durante el último lustro, Al Gailani había vivido con terror la pérdida de joyas arqueológicas maldiciendo que la comunidad internacional no pudiera hacer más para detener el crimen. «Nadie puede hacer nada, salvo lamentarse públicamente», balbuceaba.
La muerte la encontró en Amán, la capital jordana, en pleno trabajo. Participaba en un taller de jóvenes arqueólogos sirios e iraquíes; escribía un libro sobre la historia del Museo de Irak para el Museo Metropolitano de Nueva York y preparaba una nueva exposición que debía abrir sus puertas en el museo de Basora el próximo marzo. Estaba centrada en la que fue su obsesión y objeto de estudio: una colección de miles de sellos cilíndricos que fueron empleados para marcar e imprimir documentos cuneiformes en la antigua Babilonia.