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Sabato y la ciencia

May 9, 2012

Guillermo Guevara Pardo, leído en Tribuna Magisterial, mayo 8 de 2011 Faltándole pocos días para llegar a vivir una centuria, acaba de fallecer en Buenos Aires, Ernesto Sabato. Este argentino, cómo no, amante del fútbol y del tango, empezó a escalar las altas torres de la ciencia, se derrotó en su empeño y terminó alcanzando […]

Guillermo Guevara Pardo, leído en Tribuna Magisterial, mayo 8 de 2011

Faltándole pocos días para llegar a vivir una centuria, acaba de fallecer en Buenos Aires, Ernesto Sabato. Este argentino, cómo no, amante del fútbol y del tango, empezó a escalar las altas torres de la ciencia, se derrotó en su empeño y terminó alcanzando las elevadas cumbres de la literatura donde brilló con luz propia.

Había nacido en el ya lejano año de 1911. En 1929 ingresa a la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad Nacional de La Plata e inicia su complicada relación con la ciencia. En 1938 obtiene el doctorado en Física en la misma Universidad. Las autoridades académicas vieron en el joven doctor una promesa científica y lo envían al prestigioso Laboratorio Curie, en París, donde se dedica a investigar en el área de la radioactividad. Allí entra en fervoroso contacto con la corriente surrealista y empieza la metamorfosis, catalizada por André Breton y toda su pandilla, del físico que se convierte en literato. Como el mismo Sabato lo escribió: “Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en bares, con los delirantes surrealistas”.

Tiene una breve estadía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el famoso MIT, para adelantar una investigación sobre los rayos cósmicos. En 1940 regresa a Argentina como docente de la Universidad que lo formó, para cumplir con los compromisos académicos adquiridos; en 1943 rompe definitivamente toda relación con la ciencia. En su manifiesto, “Uno y el Universo”, de 1945, el hijo de dos inmigrantes de la Calabria justificó la ruptura con las siguientes palabras: “La ciencia ha sido un compañero de viaje, durante un trecho, pero ya ha quedado atrás. Todavía, cuando nostálgicamente vuelvo la cabeza, puedo ver algunas de las altas torres que divisé en mi adolescencia y me atrajeron con su belleza ajena de los vicios carnales. Pronto desaparecerán de mi horizonte y sólo quedará el recuerdo. Muchos pensarán que esta es una traición a la amistad, cuando es fidelidad a mi condición humana”.

“Uno y el Universo”, el texto con el cual Sabato inició su grandiosa carrera literaria, está formado por un conjunto de cortos ensayos desarrollados en orden alfabético donde elucubra sobre variados temas, desde ANTEOJO ASTRONÓMICO hasta VERDAD y BELLEZA. A pesar del tufillo de desprecio con que a veces trata a la ciencia (de ella llega a decir que cuando se hace monarca, “su reino es apenas un reino de fantasmas”), también contiene luminosos momentos que reivindican al científico que sus angustias metafísicas no pudieron extirpar por completo: “La ciencia es una escuela de modestia, de valor intelectual y de tolerancia: muestra que el pensamiento es un proceso, que no hay gran hombre que no se haya equivocado, que no hay dogma que no se haya desmoronado ante el embate de los nuevos hechos”. “Hay una cabeza física y una cabeza histórica de Newton. Ignoramos si sobre la cabeza física de este sabio cayó una manzana física; pero indudablemente sobre su cabeza histórica cayó una manzana histórica”.

El reino de la ciencia perdió uno de sus súbditos, partió hacia el de la literatura y allí alcanzó lo que verdaderamente ansiaba. Sabato ya no está en este mundo; el físico se marchó hace mucho tiempo, pero los personajes de sus novelas seguirán acompañándonos. Mientras tanto, seguiremos creyendo que la ciencia, con su método, es el camino para alcanzar conocimientos objetivos del mundo natural y social.

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