Jorge Enrique Robledo, Bogotá, octubre 25 de 2013
The Economist informó que Colombia era el segundo país del mundo con mayor riesgo ante una disminución de los flujos de capital extranjero, fenómeno de muy probable ocurrencia. Ante un concepto tan negativo, y de una de las consideradas biblias neoliberales, el ministro de Hacienda reclamó. Y la revista, condescendiente, corrigió: que efectivamente no era el segundo peor de la tierra en ese sentido… sino el quinto. La severa advertencia se explica por un déficit muy alto en la balanza de la cuenta corriente, del orden de 12 mil millones de dólares, el 3 por ciento del PIB. Pero ello no impidió que Cárdenas fuera condecorado en una reunión de banqueros en Washington. Dime quién te pone la medalla y te diré qué defiendes.
Las cifras prueban el fracaso del libre comercio para impulsar el desarrollo de Colombia, incluso en términos de sus propias y mediocres metas. Porque muestran que la economía colombiana no es capaz de generar los dólares que requieren sus intercambios internacionales y que si esos dólares ajenos llegaren a reducirse, el país sufriría un grave quebranto, fenómeno que puede suceder en cualquier momento, dados los problemas de Colombia y de Estados Unidos, Europa y China.
Una prueba más del fracaso de todos los gobiernos desde el de César Gaviria, incluidos los dos posteriores a la crisis económica de Pastrana en 1999, los cuales, a pesar de haber disfrutado de una prolongada y vigorosa bonanza de precios de las materias primas que exporta Colombia, fueron incapaces de impulsar en serio el avance del país. Su apego dogmático al libre comercio no lo permitió. Y es obvio que lo poco logrado no se les debe a ellos sino a las vacas gordas extranjeras, luego que no cobren por méritos ajenos. Muy extraño sería, y las protestas agrarias así lo advierten, que en el futuro próximo, con un agro y una industria empeorando, no aumentaran el malestar y los reclamos sociales.
En otro país, este sería el centro del debate y la reelección de Santos no tendría ninguna posibilidad. Pero como en Colombia estamos, lo que predomina en los medios es la retórica entre cínica y ridícula del santismo sobre un país maravilloso que para casi todos solo existe en los discursos, mientras que un puñado de nativos y extranjeros se queda con todo al amparo de las determinaciones oficiales. Y también predomina el extorsivo reparto de la mermelada oficial a cambio de votar por Santos y sus intermediarios, quienes no les ofrecen a sus conmilitones –trabajadores y de cuello blanco, del sector público y del privado– gobernar bien, sino compensarlos con clientelismo por las malas medidas gubernamentales. De ahí que aumente la idea de que a Santos no lo quieren, ni abajo, ni en el medio y ni arriba, sino que le temen.
Ojalá que el país no caiga en el propósito de los mandamases de ponerlo a escoger entre Santos y el candidato del Uribe Centro Democrático, de manera que el debate se reduzca a cómo someter a la guerrilla y se evadan los elementos determinantes del modelo económico y social, en los que, como es sabido, ellos son infinitamente más coincidentes que contradictorios.
Porque si Colombia no cambia de rumbo, tal y como lo propone en solitario el Polo en el Congreso, el país no tendrá cómo librarse de las cadenas que lo atan al atraso y la pobreza, a pesar de tener en sus gentes y en su territorio las riquezas suficientes para descontarles terreno a los países que han logrado situarse en los mayores niveles del proceso civilizatorio.
Coletilla: se necesitó de harta presión ciudadana para que el ministro Lizarralde le diera la cara al Senado. Y le fue mal. Porque no pudo refutar dos ilegalidades cometidas como gerente de Indupalma ni las acciones indebidas en sus relaciones con trabajadores y campesinos, hechos que reclaman la presentación de su renuncia. Y tampoco pudo explicar por qué es positivo para el país tener un ministro legalmente impedido para actuar en tantos frentes a su cargo (bit.ly/1aJxG7l). ¿No es absurdo que Santos escogiera a la ministra de Vías para decidir sobre muchos asuntos del agro? ¿O tras bambalinas decidirá el ministro de Agricultura? ¿Qué será peor?
Coletilla dos: Hace un año el país estaba maduro para eliminar la intermediación financiera de las EPS. Pero entre Santos y Gaviria, más el santismo en el Congreso, las resucitaron y les mejoraron el negocio, ocultándolas tras otro nombre. Hoy hacen ganancias sobre 20 billones de pesos y con la reforma las harán sobre 30 billones –¡50 por ciento más!–, quitándole a la salud de la gente entre 5 y 6 billones al año. Y además debilitan la tutela. Si algo refunfuñan las EPS es para cubrir las apariencias y porque son insaciables; pero están de fiesta: “Gracias, Presidente Santos”.