Por: Beatríz Miranda*
La crisis causada por el escándalo de corrupción y las marchas callejeras pone en riesgo a la propia democracia brasilera. ¿Qué está pasando -y qué sigue- para el gigante suramericano?
Lava Jato
La operación Lava Jato, que destapó la corrupción del alto gobierno y del parlamento en la gigante empresa Petróleo Brasileiro S.A. (PETROBRAS) podría llegar a derrumbar la democracia en Brasil. Sin embargo, “la praxis” de los partidos políticos, desacreditados ante la mayoría de la población, no debería superar la fuerza de las instituciones y del Estado de derecho.
En un país con 203 millones de habitantes, aproximadamente el 1 por ciento marcha de una forma feroz contra el Partido de los Trabajadores (PT), contra el ex presidente Lula y contra la presidenta Dilma Roussef.
Miles de manifestantes salieron a las calles el pasado domingo con pancartas que decían: “Impecheament Já” (juicio y destitución de Roussef por parte del Congreso). Los colores verde-amarillo se tomaron las principales ciudades de Brasil.
Se tambalea el gigante
Treinta años después del fin de la dictadura militar, podría estarse anunciando la caída de un gigante.
El contexto doméstico es complejo: un gobierno que no gobierna, una oposición que solo piensa en el poder a su servicio, y unas manifestaciones que no pueden caracterizarse como masivas. Un gobierno sin entronque político con el Congreso, con recortes en el gasto social, con una diplomacia limitada y sin brillo, un PT sin identidad y rehén de sus adversarios.
Brasil pierde liderazgo mientras analistas de todo el mundo debaten sobre su potencial de jugador global y temen la insostenibilidad de su política exterior suramericana.
No obstante, Brasil es un país continental, con la séptima economía más grande del mundo, y la primera de América Latina. Tiene un comercio internacional y una pauta de exportación diversificada: produce desde puntillas hasta aviones, y es el mayor socio comercial de China y de Alemania en América Latina. Junto con esto, su demografía lo constituye en uno de los mercados más apetecidos, pese a la baja de la inversión extranjera en los últimos años, y tiene actualmente una de las clases obreras más significativas y más activas del mundo.
Con todo, la oposición reitera que el gobierno de corte desarrollista-nacionalista ha provocado la pérdida de competitividad y de mercados internacionales debido a su política exterior suramericana, sobre todo al Mercosur, que le impide negociar separadamente con terceros países.
Antecedentes y alcances
La crisis doméstica agudizada durante el segundo mandato de Roussef ha opacado los logros de los últimos 20 años:
- La difícil transición hacia la democracia y la Constitución de 1988.
- El largo período de estabilidad macroeconómica, la disminución del hambre y de la pobreza, la democratización de la educación, el crecimiento de 7,3 por ciento en 2010.
- La relativa autonomía política del país, el sueño de una América del Sur unida, y el intento de participar de la construcción de un mundo multilateral. Para muchos, un anacronismo del Partido de los Trabajadores en la era del mundo “globalizado”.
La crisis de 2015 tiene varios antecedentes:
- La recesión mundial de 2008, iniciada en Estados Unidos y Europa, y la desaceleración de la economía china, con un severo impacto sobre la economía brasileña.
- La crisis política desatada a raíz de las denuncias de corrupción que involucran a políticos y empresarios – la Operación Lava Jato –, el mayor escándalo que ha sido investigado en la historia republicana del país.
- La falta de credibilidad y aprobación del gobierno Roussef, menos de 7 por ciento de la población.
El peligro
Hasta el momento no hay evidencia jurídica que pueda implicar directamente a la presidenta. Pero segmentos de la clase alta y de las clases medias evocan el impecheament, recordando quizás la era de Fernando Collor de Melo, cuando los cara pintadas- movimiento de jóvenes-, la poderosa Rede Globo de medios de comunicación y un empresariado descontento lograron derrocar al presidente.
El Brasil de 1992, no es el Brasil de 2015, pero podría ser el Brasil de 1964, cuando se dio la “Marcha de la Familia con Dios por la Libertad” que proveyó el discurso legitimador para el llamado “golpe de Estado cívico-militar”. De allí siguió la noche oscura que habría de extenderse durante 21 años.
Tal vez ahora ninguna marcha podría empeorar una situación de por sí tan grave, pero es posible que en una sociedad despolitizada, dónde la cultura de la democracia no está bien arraigada y donde subsiste el “sueño americano”, la mayoría de la gente que marcha en favor delimpecheament no analice las consecuencias simbólicas de sus actos.
La crisis del PT
El PT ya sufrió un juicio popular y está completamente desacreditado.
Pero debe notarse que el ex presidente Lula, su ícono, todavía tiene una alta popularidad, imagen positiva que la oposición intenta atribuir a sus proyectos sociales masivos, como la conocida “bolsa familia”. Pero sí en pleno siglo XXI, el PT logro gobernar durante 12 años gracias tan solo a este programa de subsidios, eso hablaría muy mal de los gobiernos anteriores. Y en todo caso el PT llevó a cabo un gran esfuerzo para liberar al país del hambre y de la miseria – morían 280 niños al día a causa de desnutrición antes de que Lula llegara al poder-.
Pero ni el PT ni sus antecesores hicieron lo bastante para liberar a Brasil de sus otras miserias, por ejemplo, la intelectual y la limitada formación política de la mayoría de la población, de modo que esta joven democracia fuera ejercida de forma consciente y transparente por la mayoría de sus ciudadanos.
Hace pocos días Frei Beto, uno de los aliados históricos del PT, dijo a la prensa que este partido se preocupó por crear consumidores, por conceder a la población los servicios básicos necesarios- para vivir con relativa dignidad-, pero no por formar ciudadanos. Es importante recordar que el PT tuvo escuela: 500 años de corrupción, incrustada en el alma de este país.
También importa recordar que en su “Carta al pueblo brasileño” de 2003, Lula se comprometió a mantener la política económica ortodoxa de su antecesor– en un acuerdo tácito con el empresariado nacional y con el capital internacional al final de la era Cardoso- a pesar de que los indicadores macroeconómicos y los niveles de endeudamiento eran bastante preocupantes.
Igual que muchos años antes en su historia, la mayoría del pueblo no había percibido que mediante un acuerdo tácito entre el rey Joao y su hijo Pedro, Brasil se independizó y se volvió un imperio, como tampoco se dio cuenta de las libras esterlinas que recibió el fisco de la monarquía Portuguesa durante el tránsito del Imperio a la República, ni cayó en cuenta de que la transición a la democracia fue una de las más contaminadas de América Latina porque dejó intactas las viejas estructuras de poder.
Tampoco el pueblo vio cómo Lula, carismático y movilizador, tuvo que vender su alma a los empresarios y a sus rivales políticos de otrora para llegar a la presidencia: su compromiso de 2003 equivalió a renunciar a los principios del PT.
La alianza obrero-empresarial funcionó mientras lo permitió la situación económica internacional: todos ganaban, incluso las mayorías, y por eso nadie investigaba a nadie aunque la corrupción estuviera en todas partes.
Los posibles escenarios
La pregunta es entonces: ¿Qué hará más daño al país y a la región, un gobierno débil y un país sin gobernanza o la salida de la presidenta Dilma?
Si se diera el impecheament Brasil quedaría en manos del vicepresidente Michel Temer o mejor, en las manos del Partido del Movimiento Democrático Brasilero (PMDB), uno de los arcaicos del país, y de un Congreso ilegítimo, también involucrado en la Operación Lava Jato.
Por el contrario, si permanece la presidenta Roussef, la agenda de su gobierno será cada vez más la de su opositor Aécio Neves y cada vez menos la planteada por las bases del PT. Hace doce años este partido salió de las calles, su lugar natural, pero hace ya algún tiempo perdió autonomía para gobernar.
No hay izquierda ni tampoco una derecha o un centro capaz de trazar un nuevo rumbo. Hay agendas políticas vacías, sedientas de poder. Las protestas no son dirigidas por ningún partido político sino por las redes sociales, lo cual torna difuso el movimiento y puede ocasionar la emergencia de un gobierno autoritario y alejado de los intereses nacionales.
En este sentido, aunque la debilidad del gobierno de Roussef sea real, el impecheament así como lo plantean tiene un matiz antidemocrático, autoritario que ha permeado momentos difíciles de la historia de Brasil y por lo tanto, representaría un retroceso.
Lo más grave es que si Brasil se derrumba, gran parte de la región perderá la oportunidad histórica de una transformación. No hay que perder la esperanza de que ante enormes crisis las sociedades se reinventen y hay que tener la seguridad de que, por más que quieran, Brasil no es Grecia.
*Internacionalista con Doctorado en Historia, profesora de la Universidad Externado de Colombia. Miembro del CELU
Texto original publicado por: Razón Pública