Por: Eduardo Sarmiento, Bogotá, 26 de Agosto de 2012
Ojalá que la evaluación del TLC no se deje para la historia. Los resultados iniciales confirman las proyecciones de los organismos y de los investigadores independientes que señalaron que las importaciones aumentarían más que las exportaciones.
El TLC significa una baja de aranceles de Estados Unidos de 3%, que en buena medida ya se hizo con el Atpdea, en tanto que a Colombia le representa 12% y en algunos casos mucho más. A los tres meses de iniciado el Tratado, la desproporción se manifestó en un aumento de las importaciones de 11% y una reducción de las exportaciones de 4%. Si a esto se agrega que las exportaciones colombianas tienen un valor añadido mucho menor, la asimetría es total. El acuerdo le causará a la economía un aumento del déficit en cuenta corriente que debilitará el mercado interno y acentuará la dependencia de la inversión extranjera y la minería.
Como ocurrió con la apertura, los primeros daños se perciben en la agricultura. No bastaba que los negociadores calmaran los ánimos diciendo que las desgravaciones de los cereales y la ganadería se realizarían en un plazo de más de diez años. Al mismo tiempo, negociaron los llamados contendores, que no son otra cosa que cupos de importación con arancel cero. Por ejemplo, en el maíz el cupo corresponde a la mitad de la demanda interna y el resto vendrá de Argentina y Brasil. Para completar, aceptaron reducir de inmediato los aranceles de los productos finales, facilitando por este camino la entrada de las materias primas. De allí que, en junio y julio, las importaciones de los productos alimenticios crecen por encima de 30% y las de algunos productos como leche y lácteos y azúcares crecen por encima de 50%. Lo cierto es que el sector ha quedado desguarnecido ante la competencia externa, que dispone de amplios subsidios y exhibe productividades muy superiores.
Lo grave es que el TLC ha dejado al país desprovisto de instrumentos. Las instituciones económicas no pueden limitar los ingresos de capitales, tampoco tienen la flexibilidad para adoptar una política cambiaria sin limitaciones monetarias y mucho menos aplicar políticas comerciales selectivas para la industria y la agricultura. Tan cierto es esto que los dispositivos centrales del Gobierno para enfrentar la crisis han sido la reducción de los aranceles para las materias primas y bienes de capitales elaborados en el país.
Es difícil imaginar una disposición más contraria a la formalización de la mano de obra. Las empresas encuentran mucho más barato adquirir el capital y las materias primas en el exterior que contratar la mano de obra en el mercado formal. Las posibilidades de empleo se reducen a los trabajos informales sin prestaciones sociales dignas. No es una simple cavilación. En el último año la totalidad del aumento del empleo provino del subempleo, que corresponde a la mano de obra que trabaja tiempo parcial, se encuentra en el sector informal y en algunos casos no recibe remuneración.
La globalización, de suyo, significó una renuncia generalizada a los instrumentos de control económico, y como lo muestra la experiencia del euro, los acuerdos de libre comercio colocan en posición inferior a los países de menor desarrollo. En el caso del TLC, su efecto inicial es un aumento de importaciones con respecto a las exportaciones, la sustitución de empleo formal por bienes foráneos, la reducción del margen de maniobra para regular la economía, como la pérdida de discrecionalidad sobre el tipo de cambio y las políticas fiscales y monetarias. En contravía de las teorías que lo justificaron, el Tratado no es el medio poderoso para ampliar la producción y el empleo, sino un dispositivo para abaratar las importaciones a cambio del empleo formal y los ingresos laborales.
Tomado de: Elespectador.com|