Por Bernardo Useche | Ponencia Programa Sapiens del Centro de Pensamiento Libre
Empiezo por decir que como ciudadano y como alguien que investiga y trabaja en el campo de la salud pública en general no estoy de acuerdo con los “impuestos saludables” y en particular soy opuesto a que un impuesto a las bebidas azucaradas se apruebe en la reforma tributaria que se discute actualmente en el Congreso de la República.
El impuesto a las bebidas azucaradas es una problemática compleja que debe ser analizada en primer lugar desde lo económico y definir a que sectores de la población afecta esta carga impositiva; y en segundo lugar, desde la salud pública, es decir, analizar si el impuesto realmente contribuye al control de la obesidad y de las enfermedades asociadas como son la diabetes tipo 2 y los problemas cardiovasculares.
Desde lo tributario son las agencias financieras multilaterales, el FMI y la OCDE quienes vienen recomendando desde hace varios años los impuestos saludables con el propósito de aumentar el recaudo fiscal. A manera de ejemplo, hay un documento de la OCDE de 2013 titulado “El rol de las políticas fiscales en la promoción de la Salud” que es bastante ilustrativo al respecto (1).
Los gobiernos que aceptan promover este tipo de impuestos los justifican con la defensa de una causa noble. La defensa del medio ambiente en los llamados impuestos verdes o la promoción de la salud en el caso de los impuestos a los alimentos procesados, y a las bebidas azucaradas. Sin embargo, y a pesar de que se diga lo contrario, el propósito fundamental de estos impuestos al consumo es recaudar. Alejandro Gaviria siendo Ministro de Salud afirmó en 2016: “…el tema de impuestos es más por salud que por recaudos fiscales”. Pero a continuación planteó que esperaba un recaudo de $1,89 billones. El presidente Petro hace unas semanas en reunión en Cali con alcaldes del litoral pacífico dijo que el impuesto a las bebidas azucaradas no es para “recaudar plata, sino es para que la gente no tome tanta gaseosa». Y su ministro Ocampo espera recaudar en 2023 $1,02 billones. Preguntada sobre la utilidad del impuesto a las bebidas azucaradas Katherine Rich, quien lleva años investigando y debatiendo el tema en Nueva Zelanda, respondió de manera tajante: “Depende de la intención del gravamen. Si el Gobierno busca recaudar más fondos, es una forma eficiente de recolectar dinero porque el consumo no cambia mucho. Si el objetivo es reducir la incidencia de la obesidad o mejorar la salud pública, los impuestos a las gaseosas han sido un fracaso absoluto. La gente simplemente paga más impuestos y afronta precios más altos” (2). Y en Colombia esto seguramente va a ser así porque como explicaba Juan Diego Oviedo, siendo director del DANE: “Casi el 40% de los hogares del país tienen privaciones por no tener acceso a fuente de agua mejorada para cocinar los alimentos. ¿En esos escenarios cuál es el sustituto más perfecto al líquido preciado para beber?: una bebida azucarada que puede durar meses o años almacenada y no se altera”.
Planteado lo anterior, la razón principal por que muchos nos oponemos al impuesto a las bebidas azucaradas es porque este es un impuesto regresivo, de entrada, inconstitucional, profundamente inequitativo, que se cobra por igual a toda la población y por tanto golpea durísimo a la de menores ingresos, para quienes, según el DANE, los alimentos consumen el 32 % del presupuesto familiar. Esto es gravísimo en un país donde, según cálculos de Cedetrabajo, en 2021 los impuestos indirectos aportaron el 54,2% del recaudo nacional. Es decir, un país en que la población más pobre tiene ya una enorme carga tributaria. De otra parte, las gaseosas ya pagan el IVA (el hermano mayor de los impuestos indirectos) del 19% con lo que el gobierno recauda $600.000 millones. De tal manera que, si esta reforma tributaria adiciona otro 5%, los pobres (y los ricos) quedarían pagando un 24% de impuesto en las aguas azucaradas. 24% es un impuesto sumamente alto. Mucho más, tratándose de un impuesto que está diseñado para que se perpetúe a través del tiempo pues el consumo va a continuar, así disminuya un poco por el aumento de precio en las bebidas. Y va a continuar entre otras cosas porque como el ministro Ocampo ha explicado, la tarifa de las bebidas azucaradas va a depender del contenido de azúcar en gramos por cada 100 mililitros de la bebida. La evidencia indica que los productores simplemente hacen ajustes, disminuyen los gramos de azúcar y reformulan el producto.
Por definición la salud pública es la salud de las poblaciones y no de los individuos. En esta perspectiva, la causa de la obesidad en un individuo no necesariamente coincide, ni es la misma que la causa de la prevalencia de obesidad en una población. La obesidad en una población y más aún, las enfermedades asociadas con la obesidad como lo problemas cardiovasculares y la diabetes 2 tienen causas más complejas y para explicarla hay que tener en cuenta lo que la OMS denomina los determinantes sociales de la salud (3). Esto se comprende fácilmente cuando se observa que, en una población, las enfermedades se encuentran distribuidas en gradientes, es decir, escalonadas según la clase social o el estrato socioeconómico (4).
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Hay condiciones que permiten comprender por qué la población de menores ingresos consume más bebidas azucaradas Una de ellas, tal vez la principal, es el acceso a agua potable. “De acuerdo con el Plan Nacional de Abastecimiento de Agua Potable y Saneamiento Básico (2020), en las zonas urbanas solo el 56% de los municipios tienen acueducto y según datos del DNP, en 708 municipios del país la cobertura no alcanza el 75% de la población. Al menos 3,8 millones de colombianos tiene como única alternativa a no beber agua contaminada el consumir gaseosas.
Otra determinante social de la obesidad son los Tratados de Libre Comercio (TLC). Hay suficiente evidencia para afirmar que, una vez firmado el NAFTA en 1994, Estados Unidos prácticamente empezó a exportar obesidad a México. Las taquerías se comenzaron a sustituir por McDonald’s, Burger King y Subway. Para 2015, gracias al consumo de comidas chatarra y de bebidas azucaradas México obtuvo el campeonato mundial de la obesidad a México.
Para el año 2015, México era ya en América Latina, con un promedio anual de 214 kg, el mayor consumidor de productos ultra procesados y bebidas azucaradas y el país con más obesidad en el mundo. Las muertes por diabetes pasaron de 46 mil en el año 2000, a 106.000 en 2018. Se calculan en alrededor de 10 millones las personas con diabetes actualmente en ese país El título de un libro de la profesora Alyshia Gálvez resume muy bien el impacto del tratado de comercio norteamericano: “Comiendo NAFTA: Comercio, Política de Alimentos y la Destrucción de México (5). Por la misma vía de este TLC, los canadienses hoy importan obesidad de Estados Unidos. Al rebajar los aranceles a los edulcorantes y a commodities como el jarabe de maíz con alto contenido de fructosa, se disparó la producción de alimentos procesados y bebidas azucaradas que hoy hacen parte de la dieta del país del norte (6).
Finalmente, algo que aprendimos en salud pública con la epidemia de VIH SIDA cuando se impusieron los fármacos antirretrovirales, no solo para el tratamiento sino también para la prevención y se anunciaba que sería el control definitivo de la pandemia: no existe una bala de plata (7). Los determinantes económicos, sociales, y culturales de la transmisión del VIH han favorecido la continuidad de la pandemia (8).
La epidemia de obesidad y otras enfermedades no transmisibles no se va a controlar con un impuesto a las bebidas azucaradas. Entre otras medidas, se necesita educación nutricional a la población que más la necesita. Y planes, programas y campañas de prevención masivas. Las mismas que nunca se han implementado en Colombia, pues con la Ley 100 se nos impuso un sistema de salud basado en la atención biomédica de la enfermedad.
1 Sassi, F., A. Belloni and C. Capobianco (2013), «The Role of Fiscal Policies in Health Promotion», OECD Health Working Papers, No. 66, OECD Publishing, Paris, https://doi.org/10.1787/5k3twr94kvzx-en
2 https://www.odt.co.nz/opinion/calls-raise-sin-taxes-ignore-complexity
3 Braveman P, Gottlieb L. The social determinants of health: it’s time to consider the causes of the causes. Public Health Rep. 2014 Jan-Feb;129 Suppl 2(Suppl 2):19-31. doi: 10.1177/00333549141291S206.
4 Marmot M. The health gap: Doctors and the social determinants of health. Scandinavian Journal of Public Health. 2017;45(7):686-693. doi:10.1177/1403494817717448
5 Gálvez, A. (2018). Eating NAFTA: Trade, Food Policies, and the Destruction of Mexico (1st ed.). University ofCalifornia Press. http://www.jstor.org/stable/10.1525/j.ctv3znx6r
6 Impact of the North American Free Trade Agreement on high-fructose corn syrup supply in Canada: a natural experiment using synthetic control methods. Pepita Barlow, Martin McKee, Sanjay Basu, David Stuckler. CMAJ Jul 2017, 189 (26) E881-E887; DOI: 10.1503/cmaj.161152
7 https://medicalxpress.com/news/2021-11-aids-timeline-decades-silver-bullet.html
8 Mayer KH, Sullivan PS, Beyrer C. (2019). Silver bullets and structural impediments to HIV prevention. Lancet HIV. 2019 Nov;6(11):e729-e732. doi: 10.1016/S2352-3018(19)30274-7