La solución ha llegado demasiado tarde: las pérdidas han sido devastadoras. Se ve en el Gobierno la voluntad para sacar a Tumaco de su peor época.
A veces pareciera que quedara en otro país, que nadie la viera: la ciudad de Tumaco (Nariño) cumplió ayer quince días sin servicio de energía, llegó a contar con cerca de 200.000 damnificados, pero su drama –el más reciente de una larga cadena de calamidades– no se ha denunciado lo suficiente como una pesadilla que prueba que aquella zona ha sido acorralada por los grupos al margen de la ley, entre otras porque ha sido abandonada a su suerte por el Estado. Las Farc, las primeras culpables de esta situación, en una nueva señal de que su lucha empieza contra el pueblo que dicen defender, han derribado en octubre doce torres de energía de la ciudad nariñense. El Gobierno ha estado prometiendo que el servicio será restablecido “mañana” desde hace ya un par de semanas, sin lograrlo.
En las calles, en las redes sociales y en los pasillos del poder se ha venido escuchando el “No nos dejen solos” que los habitantes de Tumaco han estado pronunciando en estos últimos tiempos. Pero, por alguna extraña razón, no ha sido posible que aquella ciudad de cinco siglos de historia cuente con un apoyo efectivo del Estado ni de la sociedad colombiana. El Ejecutivo ordenó el lunes pasado restablecer el servicio eléctrico y prometió al tiempo “una ofensiva para evitar que estos hechos terroristas se sigan presentando”, mientras los tumaqueños salían a protestar a las plazas contra los violentos. No obstante, hoy vuelve a amanecer la región a la espera de una buena noticia, que en otros lugares del país sería apenas lo mínimo.
La solución ha llegado demasiado tarde: las pérdidas han sido devastadoras. Se ve en el Gobierno la voluntad para sacar a Tumaco de su peor época. Es importante, sin embargo, que el apoyo no se limite a la reparación de las torres destrozadas por las Farc, sino que este sea el comienzo de una verdadera política que impida que la ciudad siga quedándose atrás, como perdida en un rincón de Colombia. El pasado viernes, cuando todo el país celebraba la clasificación de la Selección al Mundial de Fútbol, los tumaqueños pasaban hambre en la oscuridad. Y se hacían la pregunta de si esta escalada terrorista que han estado padeciendo será por fin la última de sus malas temporadas.
EDITORIAL
El TIEMPO