La grave crisis alimentaria que se presentó en el año de 2008 y que insertó como componente principal de su expresión, el incremento de los precios de los alimentos, desató una severa crisis social que se materializó en el aumento de la población en condición de inseguridad alimentaria a escala mundial.
Según el último informe de la organización mundial para la agricultura y los alimentos FAO, en la actualidad existen más de 1.000 millones de seres humanos en el mundo que padecen todos los días de hambre. A pesar de que la producción de alimentos a nivel internacional ha reseñado niveles históricos, no obstante, la disponibilidad a los bienes alimenticios en inmensas zonas de la geografía mundial es absolutamente restringida.
Un caso concreto que ilustra el planteamiento expuesto es el de África. Este continente, que está bajo la previsión atenta de las grandes naciones en crisis, tiene más de 240 millones de personas condenadas a sucumbir a causa del hambre extrema (FAO, 2011)
Esta realidad, dramática por demás, no solo se presenta en el continente africano. En Asia, como resultado lógico de la “inserción al circuito global” que se ha impulsado, y cuya característica principal es la transformación de los productos alimenticios en “commoditties” que son transados a su vez en la las lonjas de Chicago y Sao Paulo, para alcanzar el máximo beneficio posible para los inversionistas y el capital financiero a cualquier costo, ha sentenciado a más de 520 millones de seres humanos a padecer una situación de desnutrición, con todas las repercusiones sociales que esto significa (FAO,2011).
Estas infaustas circunstancias se materializan en el contexto de las políticas del libre comercio, en donde se precisan funciones específicas para los países pobres, a los cuales se les impone que renuncien a la capacidad de producir alimentos para sus propios habitantes, debido a que las concupiscentes potencias desarrolladas se los suministrarán, quedando así subordinados a los dictados emitidos por estas naciones.
En consecuencia, en América latina viven 71 millones de personas que padecen lo indeseable, debido al hambre que sufren; asimismo, la desnutrición crónica infantil en niños menores de cinco años exhibe unos indicadores que no son aceptables bajo ninguna consideración. En México, por ejemplo, los índices de desnutrición crónica en este rango poblacional superan el 16 %, en Guatemala son del 50 % y, en Colombia, según datos del World Health Observatory, son del 13 %.
Estos indicadores develan el carácter siniestro de un modelo agrícola global que no propugna por el acceso eficiente y oportuno a los alimentos como un derecho sustancial, sino como un instrumento de especulación y de ganancia para el capital monopólico y trasnacional.
En este marco de inseguridad alimentaria mundial y nacional se subsume el departamento de Bolívar, el cual experimenta una situación igualmente crítica debido al modelo productivo impulsado por sus autoridades, que tiene como eje central la ausencia de medidas y apoyos públicos a los cultivos básicos que permiten un combate eficaz contra la desnutrición y el hambre, especializando al sector en la siembra de los cultivos permanentes o tropicales.
Por ello, estos cultivos pasaron de tener un área cultivada de 20.646 has en 1997, a más de 64.676 has en 2008, esto es: un aumento del 214% en una década.
Esta aumento se pude evidenciar observando la extensión de la siembra de cacao, ñame, yuca y palma de aceite; del mismo modo, si se utilizan la cifras de la secretaria de agricultura departamental, el incremento de los cultivos permanentes alcanzaría una alza del 255 %, dado que las estadísticas de superficie sembrada de palma de aceite, difieren de las del ministerio de agricultura.
De otra parte, al analizar la evolución de los cultivos indispensables para resolver los apremiantes problemas de desnutrición que imperan en el departamento, debemos señalar que estos han venido perdiendo participación o, han experimentado crecimientos marginales en el área global cultivable de Bolívar. (Levalier y Arrieta ,2010)
El caso más emblemático es el del maíz tradicional, que en 1997 tenía un suelo cultivable de 44.698 has y, en 2008 de 59.088 has; es decir: las medidas aplicadas no propendieron por ampliar y desarrollar la producción de maíz en esta zona del país, a pesar de que Bolívar ha sido tradicionalmente un gran surtidor de este bien agropecuario. Por el contrario, acorde con el esquema neoliberal, el departamento se convirtió en el principal productor nacional de ajonjolí, ñame, tabaco negro de exportación y, además, en el quinto productor de palma de aceite, cultivo que en 1997 no tenía registro de franja sembrada y, en 2008 ya tenía más de 60.000 has (Agronet ,2011)
Igualmente, al examinar la producción interna de los alimentos entre 2002 y 2008, encontramos que la producción de cereales pasó en este periodo de 240.003 toneladas a 145.275 toneladas, la de leguminosas de 4.885 toneladas a 2.892 toneladas, la de carnes de 34.464 a 36.778 y la de carbohidratos de 512.945 toneladas a 495.743 toneladas. (ENA, 2008)
Estas orientaciones productivas han ocasionado que los índices desnutrición en esta región sean inaceptables. La Encuesta Nacional de Situación Nutricional ENSIN señala que en Bolívar el 58.7 % de los hogares dejaron de comer una de tres raciones alimentarias diarias, y que el 37.8 % se encuentra en esta condición de manera habitual; conjuntamente, el 14.5 % de los niños menores de 5 años presenta desnutrición crónica, superando el promedio nacional que es del 12.0%.
De lo anterior se desprende que mientras los países pobres de la humanidad estén sometidos a la coyunda del modelo económico neoliberal, el hambre y la pobreza serán las circunstancias predominantes. Por consiguiente, la labor inaplazable de estas naciones es la lucha contra el orden establecido y la decisión indeclinable de recuperar la soberanía y seguridad alimentaria.