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Niñas y niños trans

Nov 17, 2021

En mi infancia solíamos pasar las vacaciones escolares en “Teusaquillo”, la finca de los abuelos en el sur del Tolima. Antes de 1959, año en que se inauguró el puente entre las poblaciones de Purificación y Prado, había que atravesar el rio Magdalena en una barcaza o planchón, en el que se acomodaban personas, “bestias” […]

En mi infancia solíamos pasar las vacaciones escolares en “Teusaquillo”, la finca de los abuelos en el sur del Tolima. Antes de 1959, año en que se inauguró el puente entre las poblaciones de Purificación y Prado, había que atravesar el rio Magdalena en una barcaza o planchón, en el que se acomodaban personas, “bestias” y vehículos. Los sábados, día de mercado en el pueblo, campesinos y viajeros llegábamos a cruzar el río desde el rudimentario puerto cercano a la casona de los Arenas. Allí encontrábamos a la “nena”, un niño vestido de niña (eso creíamos en esa época), ayudando a las mujeres a embarcar, cargando bultos o limpiando zapatos, mientras recibía con estoicismo, casi inexpresiva, las burlas e injurias que le llovían de todas partes. Fue mi primer encuentro con una niña trans. De esta experiencia surgiría mi interés en conocer por qué una persona se identifica plenamente con el género opuesto al sexo biológico con que nació, al igual que de allí se originaron mis sentimientos de solidaridad con las luchas de las personas trans por sus derechos. 

Las y los niños y adolescentes trans son ahora más visibles, aunque por supuesto continúan siendo una inmensa minoría de la población (según el DANE habría 10.000 personas trans en Colombia). Anteriormente, las personas trans, si finalmente se atrevían, hacían su tránsito a la vida en sociedad en su adultez, luego de años de intenso sufrimiento emocional y de librar mil batallas consigo mismas y su entorno. Hoy ya no es una excepción encontrar familias con hija(o)s transgénero. Un común denominador en los niños trans es su íntimo convencimiento desde que tienen memoria, que son niña o niño pero que esa, su identidad de género, no se corresponde con el sexo de sus genitales, o lo que en la práctica es lo mismo, con el género masculino o femenino que le fue asignado al nacer. 

La semana que termina, con un grupo de colegas tuvimos la oportunidad de dialogar con Luna Alejandra, una niña trans de 10 años y con Olga Lucía, su mamá. Las dos han sido entrevistadas este año en importantes medios de comunicación, en donde con argumentos que no dejan duda, sus mensajes llaman a entender y aceptar, la simple y a la vez compleja realidad de la existencia de niño(a)s trans. A mi pregunta sobre cuándo se dio cuenta por primera vez de que era una niña, Luna replicó, palabras más, palabras menos: nunca me di cuenta, desde siempre he sabido que soy una niña. 

Muchos son los padres y madres de estos niños que no alcanzan a entender que la verdadera identidad transgénero, aquella que es “persistente, insistente y consistente” (Diane Ehrensaft) es difícilmente reversible.  La investigación científica avanza en el sentido de confirmar que en un niño(a) trans, su cuerpo es de un sexo, pero su cerebro es del sexo opuesto. 

Para los padres que aceptan y acompañan el tránsito de sus niñas(o)s trans, las dificultades no dejan de ser enormes. Nuestra cultura no es todavía una cultura de la diversidad sexual. En las instituciones educativas y de salud, en el barrio, aún en la familia extensa, el desconocimiento y el rechazo persisten, como persiste una transfobia que se remonta a los tiempos de la conquista española. 

Como intenté explicarlo en un ensayo hace ya más de 15 años (ver ), la mayor visibilidad de las personas trans está asociada en buena parte con las políticas de globalización que han facilitado el crecimiento y la internacionalización de las comunidades de personas homosexuales, intersexuales, transgénero y en general, de quienes se reclaman personas diversas sexualmente. En el mismo sentido, el modelo económico que se ha impuesto con las desigualdades sociales que conlleva, ha agudizado la crisis de la familia tradicional basada en parejas heterosexuales y orientadas a la procreación, facilitando el espacio para la expansión de lo que se ha denominado el fenómeno transexual. Paradójicamente, quienes promueven y respaldan este modelo económico, rechazan al mismo tiempo la tendencia emergente en la sociedad al aumento de casos de niña(o)s y adolescentes trans (ver video en el enlace). 

Luna Alejandra y su mamá, participantes activas en la Fundación Grupo de Acción & Apoyo a Personas Trans (GAAT), representan la voz de las niñas y niños trans y la de sus amorosos padres, voz que ha estado por tanto tiempo ausente.  

Nota original publicada en Más Colombia

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