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Putin gana en la cumbre Putin-Trump y deja a Zelenski aislado

Ago 20, 2025

  • Director de Cedetrabajo

    Psicólogo, especialista en geopolítica, analista económico

El 15 de agosto, Vladímir Putin y Donald Trump se reunieron. El encuentro selló la derrota diplomática de Zelenski, dejó a Europa sin voz y confirmó la fuerza de Rusia en el nuevo equilibrio mundial.

La cumbre Putin-Trump reconfigura el tablero: Putin cobra, Trump maniobra, Zelenski se desploma

En Alaska, tuvo lugar una cumbre que selló un nuevo momento geopolítico: Vladímir Putin, fortalecido, fue recibido con los brazos abiertos y los honores de jefe de Estado por Donald Trump, quien lo trató como un igual, marcando un giro radical frente a los años de sanciones, aislamiento y estigmatización impulsados desde Occidente. Trump sacó provecho del caos para reposicionarse; y Zelenski terminó más aislado que nunca. La reunión afianzó las posiciones rusas, fracturó aún más el bloque occidental y dejó a Europa sin voz ni voto, mientras la guerra se acerca a su quinto año sin cumplir las previsiones de Washington ni de la OTAN. Los discursos se suavizaron, pero los efectos de fondo no cambiaron: la guerra no tiene salida para Kiev.

De Minsk a Estambul: promesas rotas y acuerdos saboteados desde Occidente

El conflicto actual no empezó en 2022. En 2014 y 2015 se firmaron los Acuerdos de Minsk para dar una salida negociada a la represión ejercida por el gobierno ucraniano contra Donetsk y Lugansk. La propuesta buscaba preservar la integridad territorial de Ucrania y garantizar los derechos de esas regiones. Pero detrás del discurso diplomático se escondía una operación militar en marcha: altos funcionarios occidentales, años después, confesaron que los Acuerdos de Minsk solo sirvieron para ganar tiempo y armar a Kiev. En marzo de 2022, en plena ofensiva rusa, Moscú volvió a sentarse en Estambul. El nuevo acuerdo planteaba la neutralidad de Ucrania, la no adhesión a la OTAN y la negociación territorial. Fue rechazado. La decisión no fue ucraniana: Estados Unidos y el Reino Unido bloquearon el acuerdo y prometieron a Zelenski apoyo sin condiciones a cambio de prolongar la guerra. Hoy nadie recuerda esos documentos, pero marcan el origen del desastre.

Volodímir Zelenski escucha a Donald Trump durante encuentro en la Oficina Oval en febrero de 2025

Zelenski: de héroe de Occidente a rehén diplomático sin salida

Durante los primeros años de guerra, Zelenski fue presentado como símbolo de resistencia. Recorrió parlamentos, fue ovacionado por gobiernos, invitado a cumbres y galardonado con premios. La OTAN canalizó hacia su gobierno más de 309 mil millones de euros en armas, asistencia financiera y apoyo humanitario, según el Ukraine Support Tracker del Kiel Institute, actualizado a junio de 2025. Parte de esos recursos engrasó una maquinaria estatal corroída por la corrupción, ampliamente documentada antes y durante el conflicto. Pero ni la retórica épica ni los fondos sin límite cambiaron la realidad del campo de batalla. Ucrania ha perdido más de 1,4 millones de hombres. Rusia no solo resistió las 18.000 sanciones impuestas por Occidente, sino que fortaleció su economía. Hoy es la cuarta potencia económica mundial, con crecimiento anual cercano al 4 %, exportaciones reorientadas al Sur Global y liderazgo energético en Eurasia. Mientras tanto, Zelenski sobrevive aferrado al respaldo de congresistas ultrabelicistas y a la imagen agrietada de un país que ya no puede ganar. Su credibilidad se erosiona incluso dentro de Ucrania.

Putin y Trump hablan en rueda de prensa con fondo Pursuing Peace tras la cumbre de Alaska

Rusia avanza, Ucrania se desangra y la infraestructura cae bajo fuego

Desde 2023, las fuerzas rusas pasaron de la contención a la ofensiva. Avanzan sobre regiones industriales, toman poblados estratégicos y destruyen sistemáticamente la infraestructura energética y logística del Estado ucraniano. Las líneas de defensa del ejército ucraniano, saturadas de armas occidentales, no resisten la presión combinada del músculo demográfico, la tecnología militar y la logística rusa. En paralelo, las regiones controladas por Moscú han sido objeto de procesos de reintegración administrativa, económica y política. La guerra, que para Occidente debía ser el principio del fin del poder ruso, se convirtió en el escenario donde Estados Unidos y sus aliados han exhibido impotencia. Las ofensivas rusas han transformado el mapa militar en el este de Europa, donde cada día se pierden territorios ucranianos sin posibilidad de recuperación inmediata. No se trata de porciones marginales: el 25 % del territorio perdido corresponde a las zonas más industrializadas y productivas del país, cuya pérdida compromete de forma directa la viabilidad económica de Ucrania como Estado funcional.

Líderes de Noruega, Polonia, Suecia y Dinamarca en conferencia del NB8+Polonia en 2024

Europa paga la guerra: dependencia energética, recesión industrial y subordinación estratégica

El costo de esta guerra ha sido asumido por los europeos. Desde 2022, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y otros gobiernos rompieron vínculos energéticos con Rusia, que garantizaban gas barato y estable. A cambio, aceptaron importar gas natural licuado desde Estados Unidos, más costoso, inestable y condicionado. Esta decisión ha provocado el cierre de plantas industriales, alza en los costos de producción, y recorte en gasto social. Como si no fuera suficiente, Trump ha exigido mayores contribuciones a la OTAN, ha impuesto aranceles sobre productos europeos y ha obligado a sus aliados a comprar armamento estadounidense. Ya no hay donaciones: hay ventas con sobreprecio. En paralelo, las negociaciones con Rusia se realizan sin presencia europea. La diplomacia atlántica ha sido reemplazada por un monólogo norteamericano. Europa, atrapada en la dependencia militar y energética, ya no tiene voz propia. Lo que antes llamaban concertación hoy es imposición directa.

Putin estrecha la mano de Trump en la alfombra roja de la base aérea Elmendorf-Richardson en Alaska

Trump cambia el libreto: de amenazas a concesiones

Previo a la cumbre, Trump lanzó amenazas directas a Moscú: sanciones económicas, exclusión diplomática, presión sobre terceros países que negociaran con Rusia. Pero durante el encuentro fue Putin quien impuso el tono. Trump no solo suavizó el lenguaje, sino que abandonó públicamente el discurso de sanciones y adoptó la narrativa rusa de una “solución integrada” al conflicto, basada en desmilitarización, neutralidad y cesión territorial. Su postura pública cambió respecto a meses anteriores, cuando afirmaba que Ucrania no debía ingresar a la OTAN y debía ceder territorios. El viraje no es improvisado: responde a una necesidad política y electoral. La guerra se ha convertido en un lastre financiero y diplomático. Trump quiere bajarse del tren sin parecer débil. Lo consigue dejando a Zelenski en manos de Europa, sabiendo que la UE no tiene ni el consenso político ni la capacidad económica para sostener el conflicto en solitario. En lugar de asumir el costo, Trump vende soluciones, promesas vacías y armas caras. Con eso le basta para mantener su narrativa.

Donald Trump camina junto a Putin en plataforma aérea de Anchorage antes del inicio de la reunión bilateral

Rusia no cede: desmilitarización, desnazificación y neutralidad permanente

Putin llegó a la cumbre sin modificar una sola línea de su posición. La Operación Militar Especial mantiene sus tres pilares: desmilitarizar el territorio ucraniano, erradicar los grupos ultranacionalistas integrados en las estructuras de defensa, y bloquear de manera permanente el ingreso de Ucrania a la OTAN. Para el Kremlin, estas exigencias no son negociables porque responden a una amenaza existencial: la expansión de la OTAN hasta su frontera directa representa, según Moscú, un riesgo real para la supervivencia del Estado ruso. A esto se suma la exigencia de un nuevo esquema de seguridad regional que impida que Washington utilice a los países del este europeo como bases de operaciones.

Durante el encuentro, ninguna de estas demandas fue desmentida. Al contrario: el hecho mismo de que se produjera la cumbre, sin exigencias previas a Moscú y sin condiciones, es un reconocimiento implícito de su peso geopolítico. Mientras Trump oscila entre amenazas y negociaciones, Putin conserva el control del relato, del campo de batalla y de la iniciativa diplomática. El discurso de estabilidad regional es una fachada: lo que Rusia impone es una arquitectura multipolar, sin tutelajes occidentales.

Imagen de la cumbre NB8+Polonia en Suecia con líderes europeos, contexto previo a la cumbre Putin-Trump y la exclusión de la Unión Europea en las negociaciones.

Europa quiere silla, Zelenski quiere tregua, Trump quiere negocios

La OTAN y Zelenski promueven un alto al fuego que permita al régimen ucraniano reorganizarse y prolongar la guerra. No se trata de un intento genuino de paz, sino de una maniobra para impedir una solución definitiva y mantener el conflicto abierto. Europa y Zelenski, en lugar de encaminarse a una salida negociada, presionan por la continuación de la guerra. Rusia lo sabe. Por eso no ha detenido su ofensiva. Trump propuso una mesa trilateral con Putin y Zelenski. Europa pidió convertirla en cuadrilateral. Pero no se negocia desde el margen. Alemania, Francia y Reino Unido, los tres principales sostenes europeos de Kiev, han sido excluidos. Sus propuestas no pesan. La escena está dominada por Estados Unidos y Rusia. Y Zelenski, atrapado entre la derrota militar, el descrédito internacional y la presión occidental, sobrevive al margen del juego. Trump quiere salir cobrando. Su prioridad no es la estabilidad regional ni la victoria diplomática, sino las oportunidades económicas.

Si Rusia le ofrece acceso a recursos estratégicos, proyectos energéticos o negocios en el Ártico, abandonará a Ucrania sin remordimiento. Para Trump, los beneficios que puede obtener de Moscú pesan más que las exigencias del régimen ucraniano o los costos políticos de un viraje. Ya ha mencionado intervenciones en Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Moldavia y Rumania como nuevas cartas. Pero su atención real está en China: contener su expansión, fracturar la Franja y la Ruta, y asegurar la hegemonía financiera. Europa queda como espectadora.

Trump, en cambio, se mueve con una lógica táctica cada vez más definida: o presiona a Zelenski para que firme una paz en los términos exigidos por Moscú, o se sienta a esperar que Rusia consiga una victoria militar total. Cualquiera de las dos opciones le permite presentarse como gestor de una salida sin comprometer tropas ni asumir derrotas. Lo que busca no es resolver la guerra, sino capitalizarla.

Trump se desentiende, Putin avanza, Europa retrocede

Zelenski queda solo. Europa pide asiento. Pero mientras el gobierno ucraniano no caiga y Rusia no detenga su avance, no habrá negociación viable. Trump se lava las manos. Dice que esta es la guerra de Biden. Deja el costo a Europa. Y se prepara para enfrentar en 2026 a halcones demócratas y republicanos que exigirán una política exterior coherente. La cumbre en Alaska fue el cierre simbólico de una etapa: la que apostó a una Rusia derrotada y a una victoria occidental que nunca llegó. El equilibrio cambió. Las prioridades se reordenaron. Y quienes apostaron al colapso ruso ahora apuestan al olvido.

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