En plena guerra en Ucrania y con nuevas tensiones en Medio Oriente, Rusia advirtió que recurrirá a su arsenal nuclear si su supervivencia como Estado queda en entredicho. Estados Unidos y sus aliados sostienen la presión militar.
Estados Unidos y sus aliados reactivan el espectro de la guerra nuclear
La intensificación de la guerra en Ucrania y el descontrol geopolítico en Medio Oriente han devuelto al mundo el riesgo de una conflagración de alcance planetario. Rusia fue explícita: si detecta que su continuidad como Estado está en juego, responderá con armas nucleares. La amenaza no surge de Moscú: es la consecuencia directa del cerco militar sostenido por la OTAN, impulsado por Washington y respaldado por sus satélites europeos.
Rusia no es una potencia expansiva, responde a una amenaza real
Rusia no invadió Ucrania por ambiciones territoriales ni para modificar el equilibrio mundial. Reaccionó ante una amenaza concreta: la expansión de la OTAN hasta sus fronteras. Durante años advirtió que una Ucrania convertida en base militar occidental era inaceptable. Nadie escuchó. La guerra no fue inevitable: fue inducida por el cerco militar impuesto por Occidente.
Quienes insisten en mostrar a Rusia como una superpotencia expansiva ignoran los datos más básicos. El PIB ruso, según el Banco Mundial, es de USD 6,45 billones. El de Estados Unidos alcanza los USD 27,33 billones y, de acuerdo con el FMI, supera los USD 30,5 billones. El PIB per cápita de Rusia ronda los USD 40.000, menos de la mitad del de EE. UU. Rusia representa solo el 1,8 % de la industria manufacturera mundial, muy por debajo de China, Japón, Alemania o India.
Rusia actúa como potencia regional
La población de Rusia es de 133 millones. La de Estados Unidos, 334 millones. Sin embargo, su territorio es casi el doble: 17 millones de km² frente a 9,8. Esa desproporción demográfica no apunta a la expansión, sino a la defensa de un espacio estratégico.
Sus bases militares, que no superan la decena, se encuentran en antiguos países soviéticos. Francia y Reino Unido —con menos peso geopolítico— tienen muchas más, repartidas por todo el planeta. Rusia no tiene una red de ocupación global. Tiene una lógica de contención regional.
A pesar de las más de 20.000 sanciones económicas impuestas por Occidente, su economía no se derrumbó. Al contrario, resiste y crece. Rusia forma parte del bloque BRICS, que ya supera al G7 en paridad de poder adquisitivo y que avanza hacia una arquitectura financiera independiente del dólar.
Estados Unidos es el verdadero poderío militar ofensivo del planeta
El gasto militar habla por sí solo. Según el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), Estados Unidos destina el 3,4 % de su PIB a defensa, lo que equivale a más de USD 1 billón en 2025. Rusia, con una economía más pequeña, invierte el 7,1 %: USD 145.900 millones. China, con un PIB comparable al estadounidense, apenas gasta el 1,7 %: USD 314.000 millones.
En personal activo, Estados Unidos cuenta con 1,4 millones de soldados; Rusia, con 1,15 millones. En número de tanques, aviones de combate, submarinos, destructores y piezas de artillería, la OTAN supera ampliamente a Rusia. El poder convencional del bloque atlántico es más del doble.
Rusia concentra solo el 7,8 % de las exportaciones mundiales de armas. Francia la supera. Estados Unidos concentra el 43 %. Esa no es una correlación de fuerzas equilibrada. Es una asimetría aplastante.
La ventaja rusa está en la disuasión: misiles y defensa electrónica
Donde Rusia sí marca diferencia es en sus capacidades de disuasión. El sistema antiaéreo S-500 y los misiles hipersónicos Kinzhal y Oreshnik colocan en jaque la superioridad aérea occidental. Los grupos de portaaviones estadounidenses, símbolos del poder imperial, quedaron obsoletos frente a armas que los convierten en chatarra flotante.
Estados Unidos ni siquiera ha logrado desarrollar un misil antibuque hipersónico. A pesar de su presupuesto descomunal, el Pentágono no puede igualar la capacidad de Rusia en guerra electrónica ni en defensa de su propio territorio.
La disuasión nuclear rusa es un arma de contención. No está diseñada para conquistar, sino para evitar ser destruida. Su uso solo se activaría si Moscú percibe que su existencia como Estado soberano está en peligro.
Antes del conflicto, Rusia buscó acuerdos de paz
La propaganda occidental olvida deliberadamente que Rusia intentó resolver el conflicto mediante acuerdos multilaterales. Participó en Minsk y en Estambul. Propuestas de paz que incluían la neutralidad de Ucrania y el respeto por las poblaciones rusoparlantes del Donbás.
El golpe de Estado de 2014, respaldado por Estados Unidos y la Unión Europea, instaló un gobierno títere en Kiev. De ahí vino la represión contra los rusos étnicos del Este, el desconocimiento de los acuerdos, el rearme de Ucrania y el sabotaje explícito a cualquier proceso diplomático.
No solo eso. Rusia incluso planteó su ingreso a la OTAN. Occidente rechazó la propuesta. El propósito era otro: aislarla, cercarla y, si era posible, balcanizarla. Desmembrar el heartland euroasiático como condición para asegurar la hegemonía atlántica.
Esta guerra no es por Ucrania ni por la democracia
El discurso de defensa de la democracia no resiste el menor análisis. Rusia no es socialista ni comunista. Es capitalista, gobernada por oligarquías internas, con una mayoría cristiana ortodoxa. No exporta ideología. Lo que Occidente no le perdona es que no se arrodille.
La guerra en Ucrania no es una defensa de la soberanía. Es una guerra de la OTAN contra Rusia, librada en territorio ucraniano. Estados Unidos, Reino Unido y sus aliados han entregado armas, recursos, inteligencia y respaldo diplomático al régimen de Zelenski. Su propósito no es la paz, sino la prolongación del conflicto.
Trump juega a dos bandas: pretende ser mediador mientras sostiene la maquinaria de guerra. El complejo militar-industrial necesita enemigos. Sin guerra, no hay contratos. Sin amenazas, no hay legitimidad para el gasto descomunal.
La advertencia de Moscú es una línea roja
Rusia ha sido explícita. Si el cerco occidental continúa y se cruza el umbral de su seguridad estratégica, responderá con armas nucleares. No se trata de una amenaza vacía. Se trata de una línea roja trazada con la lógica de la supervivencia.
Si Occidente sigue ignorando los límites, si insiste en imponer su hegemonía global con chantajes, sanciones, bases militares y guerras subsidiadas, entonces lo que vendrá no será la victoria ni el orden. Será la aniquilación mutua.
Aceptar el mundo multipolar es la única salida. Si Estados Unidos y sus aliados siguen actuando como los amos del planeta, entonces el siglo XXI terminará no con una transición, sino con una catástrofe. No será Moscú quien lo provoque. Pero será el primero en advertirlo.













