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La lección del caracol

Jul 27, 2016

Autor: Rodrigo Mutis, miembro de Herencia Ambiental Estaba recordando un artículo de Stephen Jay Gould a quien considero mi maestro, sobre Henry Edward Crampton (1875 – 1956), uno de los mejores biólogos de caracoles terrestres. Sus estudios se encuentran entre los más importantes de la historia de la biología evolutiva. Crampton le dedicó casi medio […]

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Autor: Rodrigo Mutis, miembro de Herencia Ambiental

Estaba recordando un artículo de Stephen Jay Gould a quien considero mi maestro, sobre Henry Edward Crampton (1875 – 1956), uno de los mejores biólogos de caracoles terrestres. Sus estudios se encuentran entre los más importantes de la historia de la biología evolutiva.

Crampton le dedicó casi medio siglo de su vida a la investigación de un género de caracoles llamado Partula en la isla de Moorea cerca de Tahití. Sus análisis, ayudaron a entender la contingencia en los procesos evolutivos. El género Partula muestra una gran diversidad de formas, cerca de 50 especies diferentes. Existe un caracol diferente en cada valle que tiene la isla, aunque en términos ecológicos los hábitats de los caracoles son casi los mismos, han evolucionado de manera diferente, presentando una enorme diversidad en tamaño, coloraciones y formas de las conchas.

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Analizando 196.000 especímenes en una época sin computadores y haciendo operaciones matemáticas a mano, Crampton mostró que el adaptacionismo, corriente darwinista que considera que la evolución es determinista, estaba equivocado. Si la evolución fuese determinista, en ambientes iguales los organismos hubiesen evolucionado de la misma forma, pero en cambio Partula evolucionó de múltiples formas con las mismas condiciones.

El resultado de su trabajo aparece en tres monografías escritas entre 1917 y 1932, donde también,  muestra su amor por la ciencia. Crampton visitó el Pacífico una docena de veces, recorriendo los valles a pie y bajo un intenso calor tropical, pasó meses midiendo caracoles y registrando los datos, en tablas interminables. Dedicó toda su vida a crear una línea de investigación para trabajos posteriores sobre evolución.

Pero el trabajo de toda su vida se ha destrozado, en 1967 Achantina fulica una especie de caracol africano, considerado una de las peores especies invasoras, llegó a Tahití, convirtiéndose en un problema muy grave, pues llegó incluso a invadir viviendas humanas. Para su control fue introducida otra especie de caracol del género Euglandina, originario de Florida y que devora otros caracoles. Aunque los mayores expertos del mundo se pronunciaron en contra de la idea, los responsables de la política decidieron continuar. Como resultado, al cabo de unos años Euglandina terminó también con Partula.

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Esta  historia es aleccionadora en varias formas, pero principalmente tiene que servir para evitar cometer barbaridades similares en el futuro. Los gobernantes tienen que escuchar los consejos de la comunidad científica y valorar su dedicación en el campo de la ciencia.

Cómo las espirales de los caracoles la historia se repite, en Bogotá hoy, estamos viviendo algo parecido, el alcalde de la ciudad Enrique Peñalosa pretende urbanizar una reserva, llamada en honor a otro gran investigador que también dedicó su vida a la ciencia, Thomas van der Hammen. Quién dedicó su vida al estudio de los ecosistemas andinos, comprendió que la Sabana de Bogotá tiene un valor biológico incalculable, centenares de especies endémicas y ecosistemas únicos, dados por su ubicación intertropical y su altitud.

También fruto de 50 años de estudio, van der Hammen entendió que la mejor forma de conservar los ecosistemas bogotanos era la creación de una zona protegida para así evitar la extinción de las especies de la Sabana.

El alcalde, además ha vilipendiado a los científicos que han dedicado su vida a entender la biología bogotana, entre ellos Gonzalo Andrade, Gary Stiles, Enrique Forero, Sandra Cortés, entre otros. Todos ellos, expertos reconocidos mundialmente en su campo. En un país consecuente, su valiosa opinión debería ser tenida en cuenta para la elaboración de cualquier política ambiental, principalmente en Bogotá. Cerca de 20 años de investigación científica, no pueden ser desechados por el simple hecho de que van en contravía de los intereses de los “amigos” del alcalde que quieren urbanizar la reserva.

La extinción de una especie ya es lamentable por sí misma, pero también deberíamos lamentarnos de como la estupidez humana, muchas veces acompañada de la ambición, ha destrozado el trabajo de vida de muchos grandes científicos. Debemos sentir la naturaleza también como parte nuestra, no solamente sentir compasión de las especies que ahí habitan, sino entendiendo que la necesitamos para sobrevivir, que no hay calidad de vida sin ella. La historia de Henry Edward Crampton es muestra de ello y no podemos permitir que siga pasando en la comunidad científica colombiana, ya de por sí maltratada por malas políticas gubernamentales. Debemos ser capaces de solidarizarnos con el trabajo de los científicos colombianos, por el esfuerzo con el que lo realizan, trabajan en las peores condiciones contra todo pronóstico para darnos la capacidad de auto conocernos como Nación, reivindicando la fauna y flora propia para darnos un orgullo más y una vergüenza menos.

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