Ni Trump ni mucho menos Biden parecen haber notado que la opinión mundial está cambiando. El espectáculo grotesco que ambos protagonizaron ante al menos quinientos millones de espectadores ha contribuido a desprestigiar aún más la “democracia” norteamericana.
Hay consenso, incluso entre amplios sectores del partido demócrata, en que el actual presidente tuvo un desempeño tan lamentable en el debate que Trump, con el cinismo característico con el que soltó cerca de 30 mentiras e inexactitudes, apareció como el ganador.
Más allá del aspecto personal de ambos, que no son precisamente modelos de decencia, el debate revela mucho sobre las contradicciones en la “mejor democracia del mundo” y su papel en el destino inmediato de la humanidad.
Biden ha liderado una de las épocas más violentas de intervencionismo militar en la historia. Entre tartamudeos, tropezones y desorientación, ha intentado destruir a Rusia, devastar a los palestinos, provocar a China, someter a Europa, controlar a América Latina y mantener el dominio del dólar, aunque esto implique un endeudamiento colosal que roza los 34 billones de dólares. Los medios se han enfocado en las limitaciones futuras de Biden, pero han ignorado que él ha sido presidente por cuatro años y aún le quedan seis meses.
Parece increíble que alguien con tantas limitaciones pueda siquiera desempeñar un papel modesto en el espectáculo circense en que se ha convertido la política estadounidense. Sin embargo, su política para mantener la hegemonía ha sido muy activa, aunque quizás no tan efectiva, lo cual demuestra que detrás de Biden hay un Estado profundo que realmente toma las decisiones y maneja la estrategia. Este grupo, al parecer, ya no está satisfecho con la candidatura de Biden y, según rumores, podría ser reemplazado.
A los votantes se les ha ocultado que quienes manejan el imperio desde las sombras son realmente un grupo de funcionarios no electos. Son ellos los que mantienen la continuidad de la política y seguirán haciéndolo independientemente de quién sea elegido. Las elecciones presidenciales no determinan los aspectos fundamentales de la política estadounidense.
Parece que el papel de Biden como representante de la llamada «ala progresista» del establecimiento estadounidense ya no convence ni siquiera a los medios demócratas, que durante meses embellecieron su imagen a pesar de toda evidencia. La idea de Petro de haber propuesto a Biden una nueva Alianza para el Progreso o un liderazgo conjunto en la lucha por la democracia y contra el cambio climático en las Américas está más desenfocada que nunca.
Lo único que mantiene a Biden en vigencia es el miedo de muchos estadounidenses a ver a Donald Trump nuevamente en la Oficina Oval. Trump, mejor adaptado para la pantomima, posee la dudosa virtud de ser uno de los personajes que puede decir más mentiras en menos tiempo, aprovechándose de la ingenuidad e ignorancia de una gran parte del electorado, víctima diaria de la manipulación de los medios.
Apelando a los instintos más conservadores de un amplio sector de la opinión pública, Trump rechazó a los migrantes, calificándolos de delincuentes y culpándolos del desempleo, siguiendo el guion de los medios. Luego, con una maniobra acrobática, se presentó a sí mismo como el mejor amigo de los negros y latinos.
Aunque durante su mandato Trump destinó enormes recursos al complejo militar-industrial, ahora manifiesta su preocupación por los fondos otorgados a Ucrania. La respuesta de Biden no pudo ser más reveladora: aseguró que los miles de millones de dólares habían beneficiado principalmente a Estados Unidos, ya que fortalecen la industria militar.
Ambos candidatos compiten por demostrar quién de ellos apoya más el genocidio perpetrado por el régimen sionista de Netanyahu.
Es claro que ambos candidatos respaldarán el complejo militar-industrial, prolongarán la misma política belicista hacia Oriente Medio e intentarán mantener la hegemonía estadounidense en el mundo. Aunque difieren en cuanto a la alianza con Europa, el resultado puede ser el mismo: mantener a Europa subyugada.
La diferencia más notable es que mientras Biden ha centrado su atención en el enfrentamiento con Rusia, Trump se enfoca principalmente en China.
En política internacional, la diferencia más notable es que mientras Biden ha centrado su atención en el enfrentamiento con Rusia, Trump se enfoca principalmente en China. Ambos creen que es necesario mantener un control más estricto sobre América Latina para asegurar su lealtad a Washington, aunque difieren en cómo manejan casos específicos.
De cualquier manera, gane quien gane, la estructura básica del poder en Estados Unidos se mantendrá intacta. La predominancia e influencia de los intereses de las grandes corporaciones continuará y, aunque de manera distinta, ambos se esforzarán por preservar la hegemonía estadounidense en el ámbito global.
Ninguno de los dos candidatos parece haber notado que la opinión mundial está cambiando. El espectáculo grotesco que ambos protagonizaron ante al menos quinientos millones de espectadores ha contribuido a desprestigiar aún más la «democracia» estadounidense y a acentuar sus divisiones internas. Pero el pueblo estadounidense, y el mundo, aún tendrán que soportar varios meses de mentiras, calumnias, desinformación, guerra sucia y manipulación en las redes sociales y en los medios. El futuro no augura nada bueno.