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El lado oscuro de la formación médica en Colombia

Jul 26, 2024

La formación médica en Colombia está marcada por el maltrato y la sobrecarga, afectando gravemente la salud mental de los residentes.

Por Rosa Barreto.

Médica Cirujana egresada de la Universidad Nacional

Con gran consternación se ha tomado en el país y más entre los estudiantes y trabajadores del área de la salud el suicidio de una residente de cirugía general en la ciudad de Bogotá.

Hemos visto múltiples declaraciones al respecto, este suceso ha generado una ola de denuncias y pronunciamientos de quienes también se han sentido en algún punto de su formación médica profesional víctima de maltrato en sus diferentes formas. Lamentablemente son estos hechos en extremo trágicos los que nos mueven a hablar e intentar hacer lo poco o mucho posible para que algo cambie. Este no es un caso aislado, es un problema de hace décadas, es estructural y arraigado a la formación médica.

 Por años se ha creído que el rigor en la formación médica es proporcional al sacrificio. Para los estudiantes de diferentes programas, internos y residentes enfrentarse a jornadas extenuantes, turnos de 24, 36,  y hasta 48 horas, es el pan de cada día. Se convierte en rutina llegar a nuestras rotaciones a las 4 o 5 de la mañana, horarios impensables para un estudiante en otra área. Se normalizó no tener horarios para comidas, dejar de ver a nuestras familias y pensar en tener actividades propias o pasatiempos, es casi una ilusión.

 A esto se suma el poco enfoque pedagógico de los programas de formación médica. Es muy frecuente ver que el estudiante aprende sobre la marcha patologías, manejos, procedimientos sin ningún acompañamiento y sin objetivos claros. Sin que se cuente con una actitud de verdaderos profesores, muchos de quienes ostentan estos títulos no tienen incluso la formación como educadores en salud. Esto se agrava cuando quienes están a cargo de formar nuevos profesionales usan el insulto, la humillación, el acoso como herramientas. Esto se ha convertido en la cadena del maltrato, «como a mí me formaron así».

Los residentes son víctimas por parte y parte. En primer lugar, de un sistema de educación muy débil, en la práctica las facultades ni siquiera cumplen lo establecido en la ley de residentes en términos de horarios, por ejemplo. En segundo lugar, de un sistema de salud que al igual de injusto para los pacientes lo es para los profesionales. Ante la escasez y precaria contratación de profesionales en las instituciones y la sobre carga laboral que estos manejan, en muchas ciudades con facultades de medicina se recargan al extremo funciones asistenciales en profesionales en formación.

Son numerosos los hospitales a los que podemos llamar «interno dependiente» o «residente dependiente». Estos profesionales en formación terminan asumiendo roles sin el acompañamiento necesario e ideal en el proceso de formación médica ante la ausencia de los profesionales o especialistas suficientes. Finalmente viven y laboran en un sistema con mil falencias, servicios sobresaturados, falta de insumos, barreras administrativas, una lista larga de razones por las que hoy nuestros pacientes padecen.

Son múltiples los factores que afectan la vida de los internos y residentes; situaciones de sobrecarga asistencial y académica, exposición emocional a trabajar en contextos donde la enfermedad y la muerte son cotidianos, tener que desempeñarse en medio de un sistema de salud con tantas limitaciones para el paciente y los trabajadores, servicios sobreocupados, deprivación del sueño, alimentación deficiente y un ambiente donde el maltrato por parte de «superiores» está por completo normalizado.

Cabe mencionar que las especialidades médicas son programas con altísimos costos para quienes los cursan, un residente en una institución privada actualmente puede pagar más de 20 millones de pesos semestrales por unos 3 a 5 años, sin contar con que solo hasta hace unos pocos años, tras la fuerte organización y movilización del sector salud se logró un pago a los residentes que equivale solo a 3 salarios mínimos, lo que era una realidad en el resto del mundo hace muchos años.

La muerte de la colega Catalina Gutiérrez es un caso del desenlace más trágico posible, que nos debe motivar a hablar y movilizarnos. En las facultades de medicina y desde el gobierno nacional y los locales se deben revisar los programas de formación de profesionales en salud. Es necesaria una veeduría de los casos de maltrato, se convierte en prioritario hablar sobre salud mental. Es muy llamativo como crece, el número de suicidios en mujeres profesionales de la salud, en contra de la estadística general donde la mortalidad por suicidio es mayor en hombres. Es importante considerar como en los ambientes de «formación» aún son muy frecuentes los comentarios sexistas y conductas machistas por parte de otros profesionales y compañeros.

Este caso debe prender nuevamente las alarmas, no es el primero y existe un índice muy elevado de residentes que viven con depresión, ansiedad, burnout entre otros; puede ser un punto de inflexión para hacer cambios en los programas de formación médica y las condiciones de bienestar. Es claro que un futuro médico o especialista se debe formar con rigor académico y debe cumplir unos roles asistenciales propios del aprendizaje. Pero esto no debe implicar en ningún punto la pérdida de la dignidad, la salud y mucho menos la vida.

Para defender esto, es necesario seguir pronunciándonos, exigiendo medidas a los directores de programas y decanos. Colombia necesita un sistema de salud más justo con los pacientes y usuarios, más humanizado y con mejores condiciones para quienes brindan atención, trabajadores y profesionales en formación.

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