El pasado 8 de diciembre Bashar al Assad “dimitió” y salió de Siria poniendo así final a su lucha de casi 14 años por mantenerse en el poder.
La salida de al Assad y su asilo en Rusia marcó un punto de inflexión en el conflicto. Su vacío de poder fue llenado por Hayat Tahrir al-Sham, una coalición liderada por Abu Mohammad Al-Golani, conocido por su pasado en Al Qaeda.
Aunque inicialmente Al-Golani fue considerado por EE.UU un terrorista de alcance internacional al punto de ofrecer una recompensa de 10 millones de dólares por información que permitiera dar con su paradero, en los últimos años, Al Golani buscó acercarse a Occidente y mostrar una faceta más moderada. Este cambio quedó reflejado en una entrevista reciente en CNN, donde fue presentado ahora, como un líder rebelde.
Es obvio que su ascenso al gobierno estuvo respaldado por Estados Unidos, logrando su tan anhelado objetivo de derrocar a Bashar al Assad.
Reacciones inmediatas en la región
La respuesta de Israel al cambio de liderazgo fue rápida. Los bombardeos sobre instalaciones sirias y la ampliación de su influencia en los Altos del Golán reflejan una estrategia agresiva destinada a garantizar su seguridad y controlar el entorno inmediato. Estas acciones también evidencian un panorama donde la búsqueda de estabilidad parece lejana.
Turquía, por su parte, utilizó la situación para justificar el retorno masivo de refugiados sirios y restringir la influencia kurda en la región. Este grupo, que ha luchado por una mayor autonomía, representa una amenaza significativa para el gobierno de Ankara, que busca evitar cualquier movimiento que fortalezca las demandas kurdas dentro de su propio territorio.
Mientras tanto, Rusia e Irán, aliados clave de al Assad, comenzaron a replantear su presencia en Siria. Moscú centró sus esfuerzos en mantener sus bases militares en Tartús y Latakia, mientras que Irán enfrenta crecientes presiones externas que limitan su influencia en la región.
Una década de conmoción
Desde 2011, Siria ha sido el epicentro de un enfrentamiento que entrelaza intereses geopolíticos y un drama humano devastador. Lo que comenzó como un movimiento de protesta en el marco de las primaveras árabes evolucionó en una guerra civil prolongada donde potencias extranjeras influyeron directa e indirectamente.
Los llamados «rebeldes» en realidad consistían en grupos yihadistas como Al Qaeda y Estado Islámico (ISIS), que evolucionaron en la organización Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Estos grupos fueron financiados y armados por Arabia Saudita y Qatar, aliados clave de Israel y Estados Unidos.
La CIA, a través de la operación secreta Timber Sycamore, proporcionó entrenamiento a estos grupos para desestabilizar al gobierno de Al-Asad. Este intento buscaba implementar un régimen favorable a los intereses geopolíticos de Estados Unidos. Sin embargo, en 2016, la intervención militar rusa logró contener a las fuerzas yihadistas.
Una guerra de dimensiones internacionales
El conflicto sirio no tardó en adquirir un carácter global. Se estima que a la fecha más de 500 mil civiles habían perdido la vida, mientras que el número de refugiados supera los cinco millones y medio. Turquía, con tres millones de desplazados, y Alemania, con 850 mil, fueron los principales receptores, mientras que cerca de 7 millones más permanecieron desplazados dentro del territorio sirio, que para 2024 tenía una población de 24 millones. Esta crisis humanitaria subrayó la magnitud del desastre.
El largo camino hacia la caída de al Assad
La figura de Bashar al Assad ha sido un obstáculo para los intereses de Estados Unidos desde hace varias décadas. El levantamiento de grupos opositores durante las revueltas árabes intensificó la presión interna y externa sobre su gobierno. En este contexto, el llamado proceso de Astana buscó crear un espacio de negociación que involucra a actores como Rusia, Turquía, Irán y Estados Unidos.
Sin embargo, la falta de consenso entre estos países y sus agendas divergentes impidió cualquier avance concreto.
La oposición siria, fragmentada y compuesta por facciones diversas, incluía tanto movimientos democráticos como grupos extremistas. Esta división interna fue aprovechada por potencias extranjeras, que respaldaron a diferentes bandos, complicando aún más las posibilidades de alcanzar una solución pacífica al conflicto.
Bashar al Asad el palo en la rueda de Occidente
Siria, situada en el Mediterráneo y rodeada por Irak, Turquía, Líbano y Jordania, ha sido históricamente codiciada por su ubicación estratégica y rutas comerciales. Actualmente, su relevancia geopolítica se centra en su papel clave en los proyectos energéticos globales. En el Golfo Pérsico, el campo de gas South Pars / North Dome, compartido por Irán y Qatar, busca conexiones hacia Europa, colocando a Siria en el foco de rivalidades internacionales.
El gobierno de Bashar al Asad rechazó proyectos occidentales como el gasoducto Nabucco, diseñado para reducir la dependencia europea de Rusia, y favoreció una propuesta iraní para conectar sus reservas de gas con Siria y Líbano. Este movimiento desafió los intereses de Occidente y Turquía, desatando tensiones geopolíticas.
Desde 2001, Estados Unidos y sus aliados han buscado controlar recursos energéticos en Medio Oriente, provocando conflictos en países como Afganistán, Irak y Libia. Siria, con reservas de gas potenciales y su posición estratégica, se convirtió en un objetivo clave en estos planes. El gasoducto Nabucco, apoyado por la OTAN y Estados Unidos, pretendía conectar Asia Central con Europa, pero la resistencia de Siria y los acuerdos entre Irán e Irak complicaron su ejecución.
Redibujar el mapa del Medio Oriente
Las advertencias de figuras como el general Wesley Clark y Henry Kissinger adquieren relevancia en este contexto. Desde hace dos décadas, Clark había señalado que Estados Unidos planeaba redibujar el mapa del Medio Oriente, mientras que Kissinger planteó la posibilidad de una Siria dividida en regiones autónomas. Este escenario, que entonces parecía especulativo, ahora se vislumbra como una realidad.
Además, la situación complica iniciativas internacionales como la Nueva Ruta de la Seda de China, en la que Siria ocupa un lugar estratégico. El llamado Eje de la Resistencia ha perdido fuerza, y el posible acercamiento entre Turquía, las monarquías del Golfo y los BRICS se encuentra en una situación incierta. La desconexión entre Irán y sus aliados también reconfigura las alianzas en la región, abriendo la puerta a nuevos enfrentamientos y cambios geopolíticos inesperados.
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Estados Unidos e Israel: ¿victoria o incertidumbre?
Aunque Estados Unidos e Israel lograron su objetivo de derrocar a al Assad, enemigo declarado de Israel, aliado estratégico de Rusia y vínculo clave entre Irán y Hezbollah, el costo de esta victoria es alto.
Al apoyar indirectamente a grupos radicales, ambos países enfrentan un futuro incierto en la región. Los bombardeos recientes en vastas áreas de Siria sugieren que la fragmentación territorial sigue siendo una estrategia activa para debilitar al país.
Esta táctica de balcanización, empleada anteriormente en Yugoslavia y la Unión Soviética, busca dividir a Siria en regiones más manejables desde el punto de vista político y militar. Sin embargo, este enfoque amenaza con prolongar la inestabilidad, afectando no solo a Siria sino también a sus vecinos.
Cambio político en Estados Unidos
El panorama geopolítico está profundamente influenciado por el cambio de administración en Estados Unidos. Mientras Donald Trump se prepara para asumir la presidencia, las tensiones en Oriente Medio han aumentado. Aunque Trump prometió acabar con las guerras, los movimientos recientes de Washington sugieren un intento de consolidar su influencia antes del cambio de gobierno.
La estrategia estadounidense parece orientada a dejar un escenario de conflicto que dificulta cualquier intento de desescalada militar. Esto beneficia al complejo industrial militar y asegura que cualquier decisión futura está limitada por las condiciones preexistentes.
El futuro de Siria
La salida de Bashar Al-Asad simboliza una nueva etapa en la compleja red de intereses internacionales que operan en Siria. Mientras las potencias extranjeras persiguen sus agendas geopolíticas, la población siria sigue siendo la más afectada. Este conflicto, lejos de resolverse, augura un futuro incierto para la región y para las relaciones internacionales en general.